Cualquier reflexión que encaremos en la actualidad debe poner en relación dos aspectos: por un lado el brusco cambio de las prácticas artísticas en tanto formas, sistemas de producción y poéticas que la clausura de los espacios culturales ha impuesto, sin saber cuáles serán las consecuencias y el devenir de dichas prácticas. Por otro lado, la histórica falta de políticas públicas culturales de los gobiernos locales que ahora emerge con feroz consecuencia para las trabajadoras y trabajadores de la cultura. Sin embargo, del mismo modo que las circunstancias sociopolíticas imponen cambios en las prácticas artísticas y culturales, también las políticas públicas deberán responder con cambios profundos y creativos.
En todas las provincias se está pidiendo hoy una ley de Emergencia Cultural, y políticas públicas efectivas a la altura de la coyuntura de esta crisis. Lo que se juega en el espacio de las políticas públicas culturales es el desarrollo de estrategias y acciones en función de una economía que permita el desarrollo no sólo de la actividad artística y cultural, sino de las mujeres y hombres que la ejercen y en extensión de la cultura como un vehículo de desarrollo de las sociedades.
Es hora de encarar las políticas culturales y la gestión del arte desde una cuestión económica, de gestión de fondos, de destino de esos fondos, de modelo de una economía de la política pública cultural, de un modelo de producción cultural que no puede responder en este escenario a la ideología de las industrias culturales o a gastados discursos tradicionalistas; los primero es pensar y actuar con la lógica del mercado, lo segundo es negar el devenir y la complejidad de la actualidad.
Ahora bien, cuando debatimos una economía del arte y la cultura, ¿en qué lugar ponemos a la trabajadora y al trabajador de la cultura? Las políticas culturales en esta crisis sin precedentes deben redefinirse en función de los trabajadores, de la existencia digna de quienes no tienen otros ingresos ni otra profesión que no sea hacer arte en sus diversas manifestaciones. Es urgente avanzar hacia una lograda relación entre cultura y desarrollo, entender que la cultura es mucho más que un aspecto entre otros del desarrollo de una sociedad: la cultura aparece como objeto último de un desarrollo bien entendido, es decir, dirigido a lograr la plena realización del ser humano, según se puntualiza en los debates y recomendaciones de las convenciones de la UNESCO. Este enfoque garantizaría el desarrollo basado en los dos factores más importantes de la actividad artística y cultural: el derecho a la dignidad laboral de los trabajadores de la cultura y el derecho al acceso democrático al arte y la cultura.
En este sentido se impone cambiar la lógica de los presupuestos, apegada a la industria cultural y al consumo, basada en eventos, y desconectada del desarrollo social por los recortes, para trabajar sobre la realidad histórica de los territorios y la elaboración de programas que no sólo generen trabajo digno, sino que impacten directamente en la sociedad.
*Escritor y teatrista