Hay una parte que es la obvia.
El Presidente “groggy”; su carácter de marioneta sometida por entero a los arbitrios de CFK; el aislamiento preventivo que ya no serviría para nada y que “la gente” desactivó por las suyas; la preocupación de “los mercados”; a quién se le ocurrirá invertir en medio de un estatismo que agobia con su carga impositiva; el avasallamiento de la Justicia, y hasta la fake del allanamiento a la quinta de Macri ordenado por Casa Rosada.
Es la parte de los onanistas de una oposición berreta, contra la que cabría medir si está bárbaro subir a Macri al ring (ya se hizo en 2007 y no funcionó muy bien que digamos); presumir que la táctica sirve para enfrentarlo con Larreta, o entender que son lo mismo.
La otra parte, o una de ellas, sí amerita complejizar el análisis.
Cifras, antecedentes y proyecciones de la pandemia y del dólar tienen un elemento en común: están permanentemente rodeados de polémicas.
Pero hay diferencias significativas entre los alcances de una cosa y la otra.
En el caso de la peste, excepto por los tramos de marzo y abril con la cuarentena respetada casi a rajatabla y que semejan expedir a un tiempo de otro siglo, se precipitó --y continúa con más potencia-- un ataque alentado desde las usinas violentamente opuestas al Gobierno, a fines de desgastarlo cuanto se pudiera.
Trabajan para que la única norma sea la responsabilidad individual, sin importar el costo sanitario o, al revés, estimulando que sus consecuencias agujereen al oficialismo.
Comparan resultados con países completamente ajenos a nuestro mapeo demográfico y comportamiento social.
Dan lugar a toda estadística aislada que sirva a sus intereses de mostrar que el Gobierno está a la deriva.
Ignoran todos los retrocesos a que se ven obligadas las propias naciones exhibidas como ejemplares.
Animan que la vacuna esté al caer como si fuese que su ejecución logística será soplar y hacer botellas, lo cual también incita al relajo.
Y ante todo, inquieren en forma despectiva, grosera, gracias a esa comodidad execrable que confiere el poder de cámaras, micrófonos y escritos unificados en la misma ofensiva, para qué sirvió el esfuerzo hecho al comienzo si, total, terminamos con una cantidad de contagiados y muertos ubicable entre los peores récords mundiales.
Lo evitado, naturalmente, nunca fue ni será noticia.
Sin embargo, la alianza recalcitrante del imperio económico más espeso y la sección más alborotadora de los medios de prensa dirigidos por el trío más mentado no logra vencer, ni de manera terminante ni mucho menos, en esa batalla por el “sentido común” o por la construcción de subjetividad.
En ese terreno hay disputa y la gestión oficial confronta bastante bien, dentro de lo que es un desafío desconocido a prueba constante de ensayo y error.
Una enorme porción de la “ciudadanía responsable”, que aquéllos entes de propaganda sólo ubican entre quienes ven agredida a la democracia, no compra que todo fue y es al divino cohete, ni que ya es hora de aflojarse, ni que si es forzoso debe salirse a la calle contra desestabilizadores y frikis (inorgánicos, espontáneos, apenas republicanistas e incluso sanmartinianos, dicen figuras caricaturescas que avergüenzan a las mejores tradiciones del periodismo argentino).
En cambio, alrededor del dólar sucede que prácticamente toda acción le deja campo servido a la oligarquía económico-financiera que, otrora, uno se animaba a definir sin pruritos como el enemigo.
Si, llovido sobre mojado, se tropieza con errores de comunicación alarmantes, desde ya que es mucho peor.
Por razones históricas, culturales, empíricas, el dólar es una interpretación y vocación argentina que queda lejísimos de incidir solamente entre los sectores de clase media porque, aun en los denominados “populares”, es signo de la percepción acerca de lo que verdaderamente ocurre y/o puede esperarse.
Ya de por sí es enfermizo y enfermante que haya el dólar “solidario”, el del contado con liqui o Mep según sea el lugar de acreditación, el “ahorro”, el del Banco Nación y, desde luego, el blue, ilegal o (???) “libre”.
Esa ensalada sólo se consigue en Argentina, pero es menester entenderla, en primer término, como la estrategia extorsiva del núcleo económico dominante, a través del poder de fuego de actores enormes y precisos (compañías agroexportadoras, transnacionales de capital especulativo) y no como mera debilidad del “qué nos pasa los argentinos”.
La pregunta sigue siendo si acaso hay medias tintas conducentes para resolver este entramado dramático, desde el que todos sabemos o juzgamos al dólar como el árbitro de qué pasará con los precios.
Si esa interpretación es técnicamente incorrecta, debido a que ni los productos de exportación e importación ni la actividad doméstica se rigen por el dólar de las cuevas, cuenta muy poco en una realidad realmente existente en la que los hechos técnicos son relegados por creencias sociales, extendidas, con arraigo de décadas.
La economía, según enseñan todos los manuales, filósofos, gestores e intelectuales de izquierda y derecha de cualquier circunstancia y sitio, debe incluir en sus prognosis las expectativas verosímiles o manipuladas.
En la eterna coyuntura estructural argentina, el dólar ilegal no debería justificar más alteración que la derivada de cómo operan grupos largamente sabidos o intuidos.
Pero en el prototipo inagotable resulta que, al día siguiente de lo enunciado como el “súper cepo”, se multiplicaron datos sobre empresas, intermediarios y chichipíos que aducen estar incapacitados para reponer stock o acordar pagos, porque “no hay precio”.
Escapa al conocimiento y capacidad personales cómo se resuelve esa dialéctica entre lo que debería ocurrir entre lo “objetivo” y lo que efectivamente acontece y, por lo visto, les pasa igual a quienes son o presumen de entendidos en la materia.
Sí pareciera que se van angostando los tiempos entre relatar el diagnóstico y aplicar recetas más duras, que confíen mejor en el conservado respaldo mayoritario.
El Presidente, junto al frente peronista gobernante que no tiene resquebrajaduras graves salvo por las que la oposición pretende encontrarle todos los días, en todas las bajadas de línea, en cada título informativo, en cada editorial, muestra un camino orientador hacia el mercado interno en medio de una herencia inenarrable (y de una pandemia universal, que restringirá todavía más las probabilidades exportadoras para conseguir los dólares que sostengan requerimientos de importación de un país --con suerte-- en vías de desarrollo, acechado por una derecha corporativa insaciable).
Ninguna medida adoptada por este Gobierno podría señalarse como manifiestamente contraria a las necesidades masivas.
Podrá haber mayor o menor intensidad en unas y otras pero, con buena leche y mientras no se caiga en el confort de hablar sobre masas levantiscas dispuestas a todo sacrificio, no sería justo acusar al oficialismo por “ausentarse” como Estado activo en resguardo básico de las mayorías.
El Gobierno no agravó ninguna condición preexistente.
Sí hay una acción comunicativa descoordinada (de piso), que reposa casi de modo único en la seducción --con probabilidad alta de desgaste-- del trabajo transmisor e incansable de Alberto Fernández.
No puede ser, por ejemplo, que el día de la agenda que debió radicar en la presentación de un presupuesto nacional ampliador de las partidas para Educación, Salud, Ciencia y Tecnología, Obra Pública; en el adelanto de comenzar a tensarse el impuesto extraordinario a las grandes fortunas personales; en el acuerdo parlamentario para que el Fondo de Garantía de Sustentabilidad --el resguardo de la plata de los jubilados-- quede a salvo de toda imprevisión, esa agenda remita una circular del Banco Central escrita pareciera que a las apuradas, para que la entienda nadie, acerca de, nada menos, el “dólar ahorro”, y quedar en bandeja de los “sustituyentes” y de críticas por izquierda cuando en verdad se trató de estrechar las opciones fugadoras de divisas.
Debería ser increíble que se cometan esos yerros comunicacionales y, más aún, que desde el aparato de los medios del palo oficial pretenda compensárselos con la previsible y agotadora --aunque siempre necesaria-- cantinela de la porno corrupción macrista.
La comunicación per se no reemplaza al hacer la política; pero ese hacer no puede prescindir jamás de una política de comunicación o, aunque fuere, de organizar aquello de lo que se está convencido.
El Gobierno, otra vez para insistir, hace mucho más de lo que transmite en medio de un suceso ecuménico calamitoso.
No se merece deficiencias de este tipo, que no serán nodales pero sí demasiado influyentes.