Alfabetizarse no es aprender a repetir
palabras, sino a decir su palabra.

                                        Paulo Freire

A la escuela le pedimos todo y cada día de le damos menos. Las fallas en las políticas educativas del gobierno actual y su negativa a la convocatoria de la paritaria nacional docente, como manda la legislación vigente, tiene como correlato positivo la puesta en el centro de la escena del debate educativo. Cientos de miles de maestros, padres, niños y pedagogos marcharon, no sólo por un salario que recupere al menos su capacidad de compra frente a una galopante inflación, sino reclamando que no se continúe desfinanciando nuestro sistema educativo, desarticulando programas y planteando que se dé un profundo y franco debate por una educación de calidad, democrática e igualitaria.

Tantos comunicadores y panelistas opinando ligeramente sobre nuestra educación, con la misma vehemencia que minutos antes resolvían el problema de nuestra industria o cuestionaban las malas decisiones del Patón Bauza que nos pueden dejar fuera de Rusia 2018, me conmueven, o mejor dicho me indignan. No les pido a los todólogos que se sienten frente a las cámaras que lean alguna obra de Paulo Freire, Berta Braslavsky o Adriana Puiggrós, pero es irresponsable opinar sin un mínimo conocimiento y sólo repetir falacias desde un supuesto sentido común. La educación es el derecho madre de todos los derechos, es lo que nos permite ser libres y proyectarnos, a todos y todas, como parte de una sociedad que demanda igualdad de derechos y oportunidades. La educación es un derecho, no una mercancía.

Muchos añoran un pasado educativo que nunca existió. La lectura de Mitomanías de la educación argentina de Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani es un buen paso para que se comprenda la realidad histórica y presente de nuestras escuelas, sus maestros y estudiantes. “La mitomanía de ‘que buena educación era la de antes’ se parece demasiado a la nostalgia por una niñez o una juventud que ya no tenemos. Podemos pensar en ella con ternura, pero que esa ternura denigre el presente y el futuro tiene una consecuencia política muy concreta. Ubica la utopía en el pasado. Y nosotros estamos convencidos de que la educación argentina actual presenta problemas y desafíos cuyas soluciones deberán construirse en el siglo XXI. Exactamente lo opuesto a desempolvar soluciones de una época en que la mayoría de los habitantes eran analfabetos.” 

Nunca en nuestra historia la educación, en todos sus niveles, transitó un proceso de mayor democratización de acceso, y eso no fue magia. Nuestro sistema educativo no es el ideal. Nadie puede ser tan necio de pensar eso. Pero debemos ser conscientes que la escuela no es una terminal automotriz o una fábrica de chorizos, no se rige por un plan de negocios o por su nivel de productividad. La educación ha sido desfinanciada por décadas, subordinada a un modelo social de exclusión y aún hoy sufre sus consecuencias. Los tiempos de la educación son lentos y su evaluación debe disociarse de los procesos electorales.

En la gestión de Néstor Kirchner se inició un cambio copernicano, cuyos resultados serán positivos, si continuamos por ese camino. Remarco, es tan importante lo realizado como los desafíos pendientes. Pero siempre hay que construir sobre lo construido, con la mirada puesta en aquellos que necesitan de las políticas públicas para alcanzar niveles justos de equidad y oportunidades. No hay políticas públicas sin inversión continuada en el tiempo, y eso demanda nuestra educación. Claro que es condición necesaria pero insuficiente. Demanda también una gran concertación entre todos los actores del sistema educativo para avanzar en una educación de calidad en todo nuestro país.

El gobierno nacional tiene el deber de lograr un sistema educativo igualitario y equitativo en todo el territorio, que conlleva la necesidad de los lineamientos pedagógicos comunes y asistencia financiera para afrontar los justos aumentos salariales, para el desarrollo de la infraestructura, y para mejorar la formación docente, punto neurálgico que debe ser abordado seriamente por todos los actores del sistema. Aún sufrimos las consecuencias de la provincialización irresponsable de la educación del gobierno menemista, y la ausencia del gobierno nacional en el conflicto actual implica volver a transitar un similar camino. Las pendientes asimetrías de desarrollo en un país que en la práctica no logra enterrar su realidad unitaria demanda que el gobierno nacional no abandone a las jurisdicciones que necesitan de su asistencia. Allí se equivoca el Presidente y su gabinete si piensan que ayudan a un gobernador o se enfrentan a los sindicatos docentes, allí están nuestros niños, niñas y jóvenes esperando su respuesta para que todos tengan el mismo derecho a una educación que les permita adquirir saberes valiosos que los proyecten a un mejor futuro.

Es frustrante el cuestionamiento a la capacidad de aprender o el supuesto desinterés de los chicos y adolescentes. Tan frustrante como las afirmaciones de comunicadores que realicen sus diagnósticos sobre la base de sus reducidas vivencias personales con sus hijos o sobrinos. Abordar la transformación educativa demanda un debate profundo, verdadero, con la voluntad de todos de discutir todo, pero no puede ser que sólo eso se logre en las primeras semanas de marzo por el conflicto frente al inicio lectivo. No puede el gobierno pretender discutir tan tardíamente, y ocuparse de la educación de forma prioritaria sólo en febrero y marzo, cuando las tapas de los diarios desnudan su falta de capacidad de concertar con los actores del sistema.

Casi un siglo nos demandó lograr universalizar la educación primaria. Nuestra sociedad debe lograr la universalización del secundario, consagrada su obligatoriedad recién en 2006, en la próxima década. Debemos poner el foco en la temprana escolarización de nuestros niños y niñas, como camino para su mayor permanencia en el sistema educativo y garantía de acceso a las mismas oportunidades a todos los habitantes de nuestro país, sean nacionales o extranjeros. 

El presidente Macri y el ministro Bullrich deben comprender que los cambios a la escuela ingresan de la mano de las maestras y maestros. Las organizaciones de trabajadores están deseosas de dar los debates pendientes. Sólo el diálogo, los encuentros constantes, la correcta determinación de prioridades que se reflejen en la inversión educativa, hará posible que la escuela sea la institución que transforme nuestra sociedad. Le pedimos a nuestra escuela de todo, y debemos darle mucho más.

Llega un momento en que la sociedad se da cuenta que los slogans sobran, que es tiempo del diálogo por una educación de calidad para todos que permitirá romper las desigualdades sociales, culturales y económicas que nos tocan en suerte al nacer. No hay tiempo que perder. El Gobierno tiene en sus manos no profundizar el conflicto, no reducir el debate de la educación al salario, un futuro con equidad pide a gritos que así sea. En nuestra realidad Estado céntrica los éxitos son del Estado, pero también los fracasos. Si hay algún responsable de que nuestros niños y niñas no estén en las aulas es el gobierno nacional. Macri y Bullrich deberán definir si son parte del problema o de la solución.

* Rector de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo.