En el año 2008 Pablo Lavallen terminó su curso de técnico. El ex volante devenido defensor, que arrancó su carrera en River de la mano de Daniel Pasarella, después de haber dado su último pase en 2007 como futbolista profesional vistiendo la camiseta de Platense, decidió que su vida tenía que seguir involucrada con el fútbol y lo más cerca posible de un campo de juego. “Creo que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastantes inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol”, dijo alguna vez Roberto Fontanarrosa en una entrevista. Lavallen sí pareció entender lo que dijo el humorista gráfico y sin ningún tipo de experiencia previa, más que la que había adquirido como jugador, emprendió un camino lento hasta convertirse en director técnico.
En 2011 empezó a trabajar en las inferiores de River con una categoría de infantiles y luego pasó a dirigir categorías juveniles: octava y séptima. En aquella aventura empezó a trabajar codo a codo con su actual ayudante de campo Javier “Mono” Claut -compañero de ruta en aquel River campeón de 1991- y los lazos entre ambos se afianzaron. En 2016 llegó la ansiada oportunidad de dirigir primera y el destino al que arribó con su cuerpo técnico fue San Martín de San Juan. “Siempre que me preguntan cuál de todos los equipos que dirigí tuvo más mi ADN, siempre digo que fue el San Martín de Juan del primer semestre y Belgrano. Fueron los dos que más me gustaron desde lo futbolístico”, recalca Lavallen sobre aquella primera experiencia con el equipo sanjuanino en la que se cuentan 29 partidos dirigidos y un total de 9 triunfos, 9 empates y 11 derrotas.
Ese mismo año asumió el mando de Atlético Tucumán y por primera vez en la historia el club tucumano compitió en una Copa Libertadores. Su rendimiento fue regular, pero como terminaron en la tercera posición consiguieron un lugar para jugar la Copa Sudamericana. Así las cosas, el romance con El Decano igual se terminó rápido. Lavallen decidió irse dos fechas antes de que finalice el torneo local y a finales de 2017 tomó las riendas de Belgrano de Córdoba. La síntesis de aquella estadía en el club de Alberdi dejó un saldo de 21 partidos dirigidos, ocho victorias, siete empates, seis derrotas y la no clasificación a la Copa Sudamericana. Su renuncia al cargo se dio por no concretarse los refuerzos que había pedido.
“Había pedido un lateral por izquierda, un delantero y un volante. Nos trajeron lo que ellos quisieron. Habíamos pedido de nueve a Silva, habíamos pedido a Santiago Rosales y nos trajeron a Jonás Aguirre que venía libre de México. Había estado seis meses en Puebla y otros seis en Necaxa y lo máximo que había jugado fueron seis partidos en todo el año. Nos trajeron a (Mauro) Guevgeozián que estaba en Newell’s y hacía un año que no jugaba. Me dijeron es este o nada”, dice Lavallen del otro lado del zoom mientras Claut asiente con la cabeza en el cuadrado contiguo. “Quedó como que nosotros nos fuimos porque no quisimos ponerle el pecho a la situación del descenso, cuando habíamos hecho 40 puntos con ese equipo y prácticamente sin refuerzos. La gente se quedó enojada porque nos fuimos, no por como había rendido el equipo”, concluye Lavallen.
Soy Sabalero
En marzo de 2019 Lavallen llegó a Colón de Santa Fe. La aventura deportiva llevó al equipo Sabalero, por primera vez en 115 años de vida, a jugar una final de Copa Sudamericana. En Santa Fe se desató un furor tal, como el que describe Fontanarrosa al comienzo de la nota, y hubo gente que se fue en bicicleta hasta el estadio la Nueva Olla en Asunción. Las 40 mil personas que acompañaron a Paraguay a los dirigidos por Lavallen vibraron al comienzo del partido con la versión futbolera de El Parrandero que el legendario grupo de cumbia santafecina Los Palmeras bautizó como Soy Sabalero. Si bien la fiesta para los de Colon no terminó de coronarse con una victoria -perdió 3 a 1 con Independiente del Valle - las tribunas rugieron con el hit del año y con la voz de Rubén Deicas.
“Para nosotros como cuerpo técnico la experiencia fue excelente. Los nueve meses que trabajamos en el club pudimos competir al máximo nivel en tres torneos: el local, Copa Sudamericana y Copa Argentina. El tema es que enfrentamos ciertas dificultades que tiene un club como Colón. Para jugar un partido contra Zulia en Venezuela teníamos que ir a Ezeiza primero, que ahí tenes seis horas de micro, y después el avión. Y para volver era lo mismo. Son doce horas más de traslado a diferencia de un equipo de la capital y eso te achica el tiempo de recuperación. En nueves meses jugamos 36 partidos, un partido cada cuatro días. No tuvimos el tiempo que nos hubiese gustado para trabajar con los entrenamientos de adquisición de conceptos”, explica Lavallen.
- ¿Con qué otro tipo de problemas se enfrentaron?
- Los problemas más que nada se dieron cuando llegamos. Llegamos a un club en el que se decía que había mucha desidia. Los mismos jugadores lo decían. La primera charla que tuve con el plantel fue para comprometerlos con la competición, pero en el medio como contraparte el jugador te decía 'bueno, pero ahora cuando vayas a hablar en la utilería y te digan que no hay ropa o que la ropa no la lavaron y la tenes que usar sucia…'
(Hace una pausa, reflexiona y responde)
El Pulga Rodriguez, por ejemplo, tuvo que hablar con la cervecería Santa Fe para que vinieran a hacer los vestuarios nuevos y le pusieran los casilleros a cada uno de los jugadores. Había un banco largo como en una canchita de fútbol 5. Y frente a eso teníamos dos caminos: o nos amoldamos a la estructura del club o salíamos a hacer lo que hicimos: luchar contra eso para conseguir cosas. Fue un doble laburo que nos terminó desgastando. Desde lo deportivo fue lindo pero desde lo institucional estábamos como en un velorio por el estrés que significaba convivir y luchar permanentemente contra gente que supuestamente estaba de tu lado.
- ¿Cómo fue la respuesta de los hinchas después de perder la final?
- Tengo un sentimiento ambiguo con el trato de la gente. Lo de Paraguay nunca lo vi, sentir lo que sentí cuando entramos a la cancha fue maravilloso y era para sacarse el sombrero. Al día de hoy lo sigo viendo y se me pone la piel de gallina. Ahora, si vos vas y preguntas en Santa Fe qué pasa con nosotros, pienso que todavía somos resistidos. A una gran parte de la gente, la que se hacía escuchar por la prensa, nunca le pudimos entrar como cuerpo técnico. Eso me deja un sabor agridulce. Es como que no terminan valorando lo que llegó a alcanzar el equipo. En mis redes sociales todavía me siguen insultando porque perdimos la final, pero nadie se da cuenta que nosotros agarramos un equipo con problemas de descenso y que por primera vez en 115 años lo pusimos en una final. Y también por primera vez lo hicimos llegar a cuartos de final en una Copa Argentina, cuando antes nunca habían pasado la primea fase.
La mirada técnica
Lavallen al día de hoy, un poco por las circunstancias de la pandemia y otro poco porque quiere disfrutar de su familia, está sin equipo. Participa de algunas charlas y espera que el tiempo se acomode para volver a trabajar. Estos años de transitar por clubes de primera lo fortalecieron en su tarea como entrenador y frente a la pregunta de cuál es su proyecto de trabajo en los clubes, corrige y dice que él tiene metodología. “Está mal utilizada la palabra proyecto. Los cuerpos técnicos no tienen que tener un proyecto de trabajo, tienen que tener una forma o una metodología y el club es el que tiene que tener el proyecto. Tiene que tener un proyecto de fútbol y para eso tiene que tener un director deportivo que baje línea a los entrenadores y decirle mira, acá se juega como el Ferro de Griguol. Entonces todas las categorías entrenan para que los jugadores se formen con ese estilo. O acá se juega como la escuela histórica de Argentinos Juniors, o como River, o como Boca”, explica.
- En la actualidad el mayor porcentaje de los planteles está integrado por jóvenes y los jugadores experimentados cada vez son menos ¿Cómo hace un técnico hoy para llegar a un jugador joven?
- Hay dos métodos para conducir. En uno el técnico tiene poca llegada con el jugador, mantiene cierta distancia. Le gusta estar en un lugar casi intocable y delega todo a los ayudantes. Para mí se le saca más provecho al jugador cuando tenes otra cercanía y hay una empatía desde lo personal. El jugador te empieza a ver más como un compañero de trabajo que tiene que tomar las decisiones y no como el jefe.
Para los más jovenes es casi profesional lo que hacen en inferiores y cuando llegan a primera creen que ya están. Entonces los raros terminan siendo los que tienen doce o trece años jugando en primera. Por eso uno de a poquito tiene que ir llegándole y decirle 'mirá, vos tenés que llegar a donde llegó el Pulga Rodriguez, el Laucha Lucchetti, Marcos Gelabert o Matías Suarez'. Esos jugadores crecieron y se interesaron en lo que hicieron. Fueron de menor a mayor.
- ¿Te gustaría dirigir River?
- Hoy no pienso en eso, pienso en tratar de seguir mejorando. Nosotros arrancamos desde lo más abajo y hemos dirigido equipos de menor a mayor. Son experiencias que se van sumando y yo pretendo seguir en ese camino. El día que se dé la circunstancia de que River tenga que salir a buscar un entrenador, dios dirá dónde estamos nosotros.