Se ha argumentado si los objetos técnicos tienen cualidades políticas. Porque pareciera ser que lo importante no es tanto la tecnología en sí misma como el sistema económico y social en el cual la tecnología está inmersa. Los objetos tecnológicos no carecen de importancia porque la tecnología llega a ser una forma de construir orden.
La economía misma no es una ciencia natural y los grandes cambios tecnológicos no tienen su origen y desarrollo en una esfera neutral, porque los basamentos de la sociedad provienen de decisiones políticas.
¿Cómo se manifiesta esta realidad en el mundo actual? Las diferencias entre las grandes potencias y los países del Tercer Mundo en el campo de la ciencia y la tecnología son cada vez más amplias. Más del noventa por ciento de las investigaciones científicas se llevan a cabo en un puñado de naciones. La enorme brecha tecnológica se convierte en una poderosa fuente de dependencia. Según Rodrigo Borja: “No en vano el dominio de la tecnología produjo dos revoluciones industriales: la de las grandes máquinas, que se inició en el siglo XIX, y la revolución electrónica de nuestros días. Ambas diseñaron, en épocas distintas, sus respectivos órdenes económicos internacionales”.
¿Qué hay detrás de este enorme despliegue de recursos y este incesante desarrollo de la ciencia y la tecnología para servir al complejo económico y político? La respuesta más evidente es el afianzamiento del poder. Alguna vez Norman Mailer había comentado que la tecnología nos dice: "De ahora en más, vamos a tener mucho menos placer, pero mucho más poder. Ése es el credo de la tecnología”. ¿Quiénes tendrán menos placer pero más poder? ¿Quiénes acumularán poder por miedo a perder el placer? ¿Quiénes harán del poder el sumo placer?
Para mantener el poder hace falta ser más fuerte que el adversario real o potencial. Cuando el poder se convierte en el bien supremo todo otro valor queda relegado o ignorado. ¿Qué lugar tiene dignidad humana en un mundo en que todo se sujeta a los “bienes supremos” de la defensa y la protección del status quo? Es lo que dice el carcelero en la obra de George Orwell, 1984, que el poder no es un medio sino un fin, que el objeto del poder es el poder.
Ésta y muchas otras realidades golpean el corazón de nuestros pueblos ¿Qué es necesario hacer para que el desarrollo tecnológico sea una herramienta al servicio del desarrollo de los pueblos? ¿Cómo podrán las mayorías enmudecidas y sumergidas ejercer su derecho a la vida y a la dignidad, a su propio desarrollo?
En este contexto, es imprescindible volver a colocar a la dignidad humana en el centro de la reflexión porque hace a la esencia de una comunidad democrática. Ir a la búsqueda de una comunidad en la cual el valor esencial no sea el poder sino la dignidad humana, en la que el desarrollo tecnológico, no se convierta en una trampa de acumulación de los medios de comunicación en las manos de los poderes económicos. Por eso es importante la participación del Estado para establecer un adecuado balance entre los requerimientos de los poseedores de los medios y los derechos de los que hacen uso de ellos.
Vivimos tiempos que reclaman mirar la realidad sin falsas ilusiones, pero sin dejarse atrapar por la desesperanza. Conscientes, por un lado, de las grandes maravillas que ha estado y está proveyendo la tecnología, pero alertas a los peligros y daños que ya ha provocado y puede provocar en función de sus vínculos con el contexto político-económico. Para ello se deberá trabajar para abrir espacios a una comunicación que cree el desarrollo de una comunidad solidaria, que denuncie la discriminación y la opresión y deje que los acallados sean oídos. Las poderosas armas de los medios podrían jugar un papel integrador de la comunidad toda, pero para ello la sociedad deberá velar con astucia y perseverancia e ir en búsqueda de estructuras más democráticas.
* Ex Presidente de la Asoc. Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC)