Mi padre insistía siempre en que solo los maricones, y los brasileños, se animan al slip. Creía confirmar esa hipótesis machista en la playa, justo ahí donde la estrecha minucia se enciende como un faro, mientras envuelve una promesa a simple vista. El paquete promete e importa. No hay publicidad de slip, ni de baño ni de uso interior, que no busque imponer (la protuberancia de) un modelo conocido como cara de su marca.
El modelo se ofrece así a la mirada de las mujeres, que en general no singularizan el paquete del resto del cuerpo, sino que lo unen armoniosamente al torso, a los muslos y a la cara. En cambio, las locas somos fieles al fetiche. ¿Será que la mirada homosexuada sobre una publicidad de ropa interior convierte a la prenda en un asunto espinoso?
¿Qué ocurre si, además, el portador bien dotado da en una entrevista indicios de una sexualidad diversa y la celebra; hasta afirma que bien puede un día enamorarse de una mujer y otro de un hombre, como ocurrió con Christian Sancho en estos días en la revista Caras? ¿El slip se homosexualizará; los varones heterosexuales lo repudiarán, con terror a ser confundidos, las mujeres se desilusionarán? ¿Habrá que añadirle una advertencia: prenda solo para heterosexuales? ¿Con eso bastará para conservar a un público masculino mayoritario? Ay, la lengua deslenguada de Sancho, como hace años mi padre en la playa, nos viene a decir que todo slip es político.
Y eso que el tipo se cuidó de ceñirse, apenas, al amor ecuménico: “el amor no tiene género” (aunque la ropa interior, sí), y no alardeó del cojinche que bien puede prescindir de los elevados sentimientos. No dijo “un culo es un culo, donde veo un agujero le entro”, ni “sueño con un chongo que me haga sentir, por fin, Panam”. Sus declaraciones acuerdan con la época, en la que la diversidad equivale a una góndola donde se cree que mora la libertad de los cuerpos. Sancho produjo un discurso prolijo, estabilizador, con el tamaño de modernidad correcto. Pero la marca Lody, de la que era desde hace ocho años la cara slipera publicitaria, anunció vía Instagram que Sancho ya fue, justo en vísperas de la posible renovación de su contrato.
Ignoro si entre la entrevista poliamorosa y, como le dicen ahora al raje, “la desvinculación”, se puede comprobar causa y efecto. Proliferaron tweets, denuncias de discriminación, propuestas de boicot, la supuesta sorpresa del actor y modelo, que desde ya asoció sus declaraciones con la decisión empresaria.
Sin embargo, Lody lo desmiente, y filtró un muy amable chat en el que puede leerse la intención del modelo de trasladar su cara (y bulto) a otra parte, porque “estoy para más” (posible traducción: garpen mejor). No podemos acreditar ese metamensaje, pero lo que sí quedará registrado en los anales de los slip es que el mercado local, hoy en día, necesitará, de una vez por todas, aprender por conveniencia de qué tratan las políticas inclusivas. Sueñan con convertirse en grandes marcas pero les faltan pedagogos. Con astucia, deberían saber valerse de las diferencias sexuales o, para utilizar una palabra que no sangra, la diversidad. La diversidad suena bien a cualquiera. Lo open minded es el cuento necesario para seguir vendiendo la distinción seriada que se merece todo lo que aspire a la moda. Gay money matters. A la única población que puede permitirse el mercado argentino seguir desatendiendo, o discriminando, es a los indigentes, que para el capitalismo son invisibles mientras no obstruyan el tránsito a los gerentes.