Desde París
El delirio unilateral de la administración norteamericana construyó otro episodio alucinante con Irán como telón de fondo y la casi totalidad del planeta amenazada con sanciones por Washington. El 19 de septiembre, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, proclamó unilateralmente la reactivación de las sanciones de las Naciones Unidas contra Irán. Luego, el gobierno de Donald Trump amenazó con instaurar un mecanismo de sanciones “secundarias” (incluido el bloqueo del acceso al sistema financiero de Estados Unidos) contra cualquier país o entidad que no respete dichas sanciones. El despropósito radica en que Trump representa a casi el único país de mundo para el cual esas sanciones están en vigor, en que 4 de los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU tampoco las consideran activas y, extremo del disparate, en que Washington salió en mayo de 2018 del acuerdo (JCPoA, Joint Comprehensive Plan of Action) firmado en Viena en 2015 por Teherán y las grandes potencias.
Para justificar esta estrategia, la administración Trump alega que sigue siendo parte integrante del acuerdo pese a que se retiró del mismo y se basa para ello en un dispositivo llamado "snapback" que le permite restaurar las sanciones. Durante su intervención a distancia en la septuagésima quinta Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente francés, Emmanuel Macron, desacreditó la postura norteamericana: Macron dijo: "no transigiremos con la activación de un mecanismo que los Estados Unidos, al salir del acuerdo por su propia voluntad, no están en condiciones de activar”.
Aislada, Washington promete castigar con garrotes a quienes no sigan sus pasos. Las potencias europeas consideran que las sanciones renovadas y las amenazas carecen de todo valor jurídico. El fin de semana pasado, París, Berlín y Londres remitieron una carta a la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU en la cual resaltaban precisamente que toda “decisión o medida tomada con la intención de restablecer las sanciones no tendrá ningún efecto jurídico”. Moscú adhirió al mismo modelo. La cancillería rusa aclaró: «las iniciativas y acciones ilegitimas de Estados Unidos no pueden, por definición, tener consecuencias internacionales legales para los otros países”. Irán ha sido desde el principio del mandato de Donald Trump una de las mayores causas de su diplomacia. Ahora que las elecciones presidenciales están cerca, el mandatario estadounidense regresa a sus cauces fundadores: Irán, el Acuerdo de París sobre el clima, la Organización Mundial del Comercio, China.
La agenda internacional apuró además las gesticulaciones de Washington. El próximo 18 de octubre vence el embargo sobre las armas que pesa sobre Irán. Estados Unidos propuso en la ONU que dicho embargo se prolongara, pero el pasado 15 de agosto el Consejo de Seguridad rechazó por una mayoría aplastante la resolución de Washington. Queda así otra opción: presionar y asfixiar a Irán para que Teherán se retire definitivamente del acuerdo de Viena y enterrarlo para siempre.
La posición que el presidente francés respaldó en la Asamblea General de la ONU corresponde globalmente a la de sus aliados del Viejo Continente. Consta de dos vertientes. Por un lado, situar por encima de todo la preeminencia del derecho internacional. En este sentido, Macron invalidó la restauración de las sanciones porque, afirmó,” sería dañar la unidad del Consejo de Seguridad y la integridad de sus decisiones, sería correr el riesgo de agravar más las tensiones en la región”. Por el otro, también hizo un llamado para “completar a tiempo” el acuerdo de 2015 y, de esa forma, obtener la garantía de que Teherán no conseguirá nunca un arma nuclear, de aclarar el alcance de sus programas balísticos y “sus desestabilizaciones en la región”.
La administración de Trump achicó el mundo. Lo redujo a sus caprichos, a sus rabietas e insultos en Twitter y, en esta última etapa, a la confrontación con China. Con todas sus carencias, la acción colectiva internacional existía desde finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Ese ciclo acabó con la llegada de Donald Trump. Ya hubo precedentes y, en el caso de uno de ellos, sus implicaciones siguen vigentes: en 2003, luego de haber mentido descaradamente con falsas pruebas en las Naciones Unidas, el ex presidente George W. Bush lanzó la Segunda Guerra de Irak sin el aval de la ONU. Buscaba inexistentes armas de destrucción masiva, pero decapitó a Saddam Hussein, hundió a Irak en un caos de sangre y corrupción, y acabó sembrando en toda la región ruina, guerra y hecatombe.
En marzo de 1996, la administración estadounidense de Bill Clinton le dio vigencia a la Ley de la libertad cubana y solidaridad democrática, más conocida por el nombre de sus autores, el senador (Republicano) de Carolina del Norte, Jesse Helms, y el representante Republicano de Indiana, Dan Burton. La ley Helms-Burton, entre otras maldades enredadas en su disputa con Fidel Castro, permitía a Washington la aplicación de sanciones contra empresas de terceros países cuyas actividades en Cuba implicaban la utilización de propiedades que, en algún momento, pertenecieron a empresas norteamericanas. Las cruzadas unilaterales de Washington contra sus enemigos no son una novedad trumpista. Sólo ha cambiado el estilo, y, en el caso de Irán, el hecho de que se trata de un objetivo con muchas capacidades de respuesta y desestabilización. El trumpismo aumentó la tendencia al extremo y se inventó un “mundo paralelo” dentro del cual se reserva el derecho y el no derecho.