Siete años después de la publicación en el país natal del autor, llega a las librerías argentinas Kronos (El Cuenco de Plata), el diario íntimo de Witold Gombrowicz, el más argentino de los escritores polacos. “Si hay un incendio, llévate Kronos y los contratos y ¡huye a toda velocidad!”, le aconsejó Gombrowicz a su pareja y heredera universal, Rita Gombrowicz, un año antes de su muerte. Una carpeta de tapas color rosa salón contenía el original, de sesenta páginas manuscritas en polaco (y con algunas palabras en español), donde había registrado encuentros sexuales furtivos con hombres. Desde fines de 1952, cuando el autor aún vivía en Buenos Aires, hasta su muerte en julio de 1969, el diario inédito (a diferencia del famoso Diario publicado en la revista Kultura) lleva adelante una minuciosa reconstrucción de su vida según tres ejes: el financiero, el literario y el erótico. Kronos es en cierta medida el hermano gemelo (oculto en el clóset) de Diario; ambos fueron inspirados por la lectura del Journal de André Gide. Entre mediados de 1952 y 1969, el autor de Ferdydurke reconstruyó los años previos para avanzar en tiempo real en la redacción minuciosa, minimalista y “notarial” (como observan los traductores al español) de sus días.
Pero vayamos entonces a lo que más nos interesa en estas páginas: la bisexualidad de Gombrowicz. ¿Había disfrutado o no del sexo con hombres el misterioso escritor, que tuvo una cohorte de admiradores célebres en la Argentina, como Jorge Di Paola y Ricardo Piglia? Desde su desembarco en Buenos Aires en agosto de 1939 hasta su regreso a Europa en abril de 1963, Gombrowicz vivió una vida bohemia (léase: con poco dinero en el bolsillo) y fructífera no solo en términos literarios sino también sexuales. “Alquilo una habitación en la calle Bacacay, junto a la Plaza Flores –escribe en septiembre de 1939-. Vivo en Bacacay. Voy de paseo hasta Primera Junta. Paso el tiempo en la Plaza Flores esperando los diarios. Ahorro (gasto 1 dólar al día). Voy una vez al cine (El perro de los Baskerville). Billar. Peluquero”. No es la única plaza donde Gombrowicz conoce a sus amantes ocasionales. Casi siempre anónimos, son contabilizados como trabajadores: marineros (muchos), peluqueros, farmacéuticos, ferroviarios. “La hija de la propietaria me da clases (¿gratis?) y comienza a interesarse por mí. También me las da un ferroviario encontrado por azar en un banco de la Plaza Constitución”. La “hija” era en verdad el hijo de la conserje, probablemente el primer amante en territorio porteño que tuvo.
En una entrada de 1940, razona sobre la lógica del levante callejero en Buenos Aires. “Al principio, paseos por el puerto, por Retiro… Descubro la zona de Corrientes. Camino mucho. Pero todavía tengo grandes exigencias y ambiciones… Después acepto lo que hay”. (En este último punto, Gombrowicz describe un método que sigue vigente aún en la era de las apps.) Como señala su heredera en la introducción, Kronos elimina las ambigüedades que había en torno a la sexualidad del escritor polaco. “La ‘guardia’ de los pequeños campesinos de su infancia y la ‘escalera de servicio’ de su juventud permiten comprender mejor su bisexualidad, cuyo denominador común es cierta juventud anónima ‘de pies descalzos’”, escribe Rita Gombrowicz. En junio de 1963, ya instalado en Europa, el escritor envía una carta a un amigo: “Están pasando unas cosas terribles aquí, entre nous soit dit, soy presa de un ataque agudo de homosexualidad, no hago más que eso, con cuatro pequeños teutones al mismo tiempo, ¡Dios mío, a mi edad!”. Antesala de la monotonía y el anonadamiento de su vida erótica posterior, esas aventuras de Gombrowicz con jóvenes alemanes serían las últimas o, al menos, las últimas consignadas en Kronos con su bella letra cursiva.