PáginaI12 En Brasil
Seis meses después de la democracia. Este fin de semana Michel Temer hizo un balance de su gestión iniciada el 12 de mayo, cuando junto con la deposición de Dilma Rousseff fueron archivadas la diplomacia latinoamericanista y la política petrolera nacionalista.
En sólo 180 días este “gobierno golpista pulverizó 13 años de política externa del PT que había logrado construir márgenes de autonomía ante Estados Unidos. Las nuevas autoridades prefieren recrear el ALCA en perjuicio del Mercosur”, plantea el ensayista político Laurez Cerqueira.
Cuatro horas después de que Donald Trump festejara su victoria sobre Hillary Clinton, Temer fue uno de los primeros presidentes del mundo en elogiar al republicano por su discurso “equilibrado” el cual permitirá profundizar las “fuertes relaciones institucionales” entre Brasilia y Washington. Ese matinal aplauso ( ya estaba en internet a las 8 de la mañana del miércoles 9 )fue reforzado más tarde por un comunicado leído en el Palacio del Planalto donde se detalló que el sucesor no votado de Rousseff- ella sí elegida por 54,5 millones de brasileños- había permanecido en vela ante el televisor durante la madrugada aguardando la evolución de los conteos que darían la victoria al republicano con cerca de 59,6 millones de sufragios.
Tanta prisa por congratularse con el magnate que antes prometió expulsar a 11 millones y ahora a 3 millones de inmigrantes, causando pavor en cientos de miles de brasileños indocumentados, “puede tener muchas explicaciones, una es que este gobierno necesita imperiosamente de aliados en el extranjero” sostiene Cerqueira.
La administración post-democrática requiere de las corporaciones brasileñas así como de la venia norteamericana para compensar su falta de legitimidad interna agravada por su impopularidad, que ya era alta hace seis meses y, según algunas encuestas, sigue creciendo debido al ajuste económico y el descontento político retratado en un levantamiento estudiantil que no cede pese a la represión policial.
Temer hará de todo para agradarle a Trump a pesar de que su gobierno había demostrado su simpatía por Hillary. El canciller José Serra llegó a insinuar que votaría por Clinton durante un encuentro con el secretario de Estado, John Kerry, cuando éste viajó a Brasil para la apertura de los Juegos Olímpicos, en agosto pasado. Dicen que a Kerry se lo vio sonriente en exceso durante aquella recepción en Río de Janeiro, no por saber que Brasilia se inclinaba por la candidata demócrata, sino por el buen número de caipirinhas degustadas.
La semana pasada Serra minimizó sus gestos hacia Hillary así como una declaración en la que definió como una “pesadilla” una eventual victoria de Trump.
Con sus señales hacia los demócratas el ministro de Exteriores Serra procuró recrear la relación preferencial que hubo con Estados Unidos en los años 90, durante la gestión de Fernando Henrique Cardoso y Bill Clinton. La apuesta naufragó y ahora Temer busca enmendar el error.
“Este gobierno no tiene retorno, Temer eligió atarse a la Casa Blanca sea ésta demócrata o republicana, al mismo tiempo que optó por darle la espalda a Latinoamérica con sus ataques a Venezuela, a Cuba, Ecuador, Bolivia y hasta a Uruguay. Nadie sabe si Trump aceptará tener a Brasil como uno de sus preferidos. Trump es una incógnita para todos y esto tiene muy preocupado a Temer”, sostiene Cerqueira en diálogo con PáginaI12.
En paralelo a su naufragio internacional, el gobierno observa como surgen émulos locales de Donald Trump, animados con el discurso antipolítico y neocon diseminado en las movilizaciones multitudinarias que precedieron al fin del gobierno constitucional.
El primero que se anotó para cumplir ese papel el ex militar ultraderechista Jair Bolsonaro. Procesado por apología a la violencia, Bolsonaro fue el diputado federal más votado por el estado de Río de Janeiro en 2014 y la semana pasada reivindicó la memoria de uno de los jefes de la represión durante la dictadura, el coronel Carlos Alberto Brilhante Ulstra.
Oliver Stone
El cineasta norteamericano visitó Brasil donde se reunió con Lula –quien repitió que detrás de la asonada contra Dilma hubo intereses petroleros– y lanzó su última película, “Snowden”, sobre el ex agente de la Agencia Nacional de Seguridad norteamericana que reveló miles de documentos secretos por lo que debió asilarse en Rusia.
En el dossier brasileño ventilado por Snowden en 2013 hay documentos robados a la estatal Petrobras durante las administraciones del Partido de los Trabajadores, período en el que se descubrieron reservas gigantes de petróleo y fue reformulado el marco regulatorio restringiendo la participación de compañías multinacionales, las que nunca disimularon su encono.
Las políticas energéticas de Lula y Dilma, mentora de la nueva legislación, tampoco eran aprobadas por Estados Unidos, que nada hizo para impedir la caída de la presidenta electa.
En su sexto mes como presidente Temer recibió a los ejecutivos de la anglo-holandesa Shell que lo felicitaron por anular la legislación petrolera de la era petista.
Luego de investigar las operaciones sucias de la NSA y entrevistar a Snowden en Rusia, Stone no tiene tiene dudas sobre el tema: “lo que ocurrió en Brasil fue un golpe y los Estados Unidos lo apoyó” además de reconocer de inmediato al gobierno de excepción.
En rigor la conducta de Washington en 2016 replicó lo ocurrido en 2002 cuando Washington se apresuró a legitimar al venezolano Pedro Carmona Estagna, el efímero presidente de facto surgido del putch contra Hugo Chávez, repuesto en el cargo por una marea humana que bajó de los barrios populares de Caracas hasta el Palacio de Miraflores.