Como intoxican con su abordaje de tantos temas, las operaciones mediáticas cubrieron desde el miedo y el prejuicio la problemática de las “tomas de tierra” en la agenda pública argentina.
El problema habitacional es de larguísima data aquí, y en tantos otros lados, y hubo por cierto episodios recientes como el de Guernica para cubrir informativamente, pero en general los medios lo han hecho al modo amarillista y acusatorio con que suelen actuar.
Por cierto hay un drama global de falta de tierras y viviendas para miles de millones de personas. Viene del fondo de la historia, la guerra y la codicia lo agravan (como se ve en la maravillosa película “Milagro en Milán”, de Vittorio de Sica) y el neoliberalismo lo hizo explotar en estas décadas.
Según el Reporte Mundial de las Ciudades de ONU-Habitat, el “97 por ciento de las viviendas en los países desarrollados o en vías de desarrollo fueron no accesibles financieramente para quienes se destinaron inicialmente, es decir, la vivienda ya no es un factor de cambio sostenible que promueve la igualdad”.
Así, y eso pasa en los países más avanzados, no llama la atención que, según diversos cálculos, cerca de una tercera parte de la población mundial viva en asentamientos precarios. Esa misma fuente informa que hace ya una década, casi 1 mil de las más de 7 mil millones de personas del mundo carecían de una casa digna, y estimaba que eso aumentaría 60 por ciento para 2030.
Hogares
En 2010, alrededor de 980 millones de hogares urbanos carecían de una vivienda decente, así como lo harán otros 600 millones entre 2010 y 2030.
Un año después, la Organización de las Naciones Unidas corrigió la cifra y estimó en 200 millones de personas con carencia absoluta de viviendas y 1500 millones (más del 20 por ciento del total mundial) viviendo en casas “inhabitables o indignas, en condiciones de hacinamiento y promiscuidad. Estas falencias se agudizan en naciones de África, Asia y América Latina, en ese orden. El déficit habitacional guía programas públicos y de financiamiento de organismos multilaterales”, se afirma en el informe de la ONU.
Ya para 2020, la ONU informó que el tema se había agravado y que más de 3000 millones de personas (casi la mitad del mundo) carecen de agua para poder lavarse las manos y más de 1800 millones no tienen hogar, según una nota del director de la Agencia Inter Press Service (IPS) para Norteamérica, Thalif Deen, quien cubre los temas de Naciones Unidas desde Nueva York.
De acuerdo con ONU Hábitat (el Programa de Naciones Unidas para Asentamientos Humanos, cuya sede está en Nairobi, Kenia), en América Latina 1 de cada 4 personas en zonas urbanas vive en villas de emergencia o favelas. Y más de 113 millones de personas –lo que equivale a las poblaciones sumadas Argentina, Colombia y Venezuela- carecen de un lugar adecuado donde vivir.
La región es una de las que más sufre el flagelo. El 7 de septiembre último, el Día de la Independencia de Brasil, el Movimiento Sin Tierra hizo una gran movida solidaria y de concientización del tema. El ex presidente Lula Da Silva trazó un durísimo cuadro de situación social en el gobierno de Jair Bolsonaro, quien envió a la Fuerza Nacional de Seguridad Pública contra asentamientos del MST valiéndose de una movilización autorizada para emergencias por la pandemia de la covid-19 pero que las autoridades aprovechan para reprimir. Brasil no es el único caso de déficit de casas y tierras, pero el mayor del área.
Hace unos años, la CEPAL cuantificó el déficit habitacional latinoamericano en casi 23 millones de unidades. Se refería al “déficit cuantitativo”, es decir que incluye viviendas con más de una familia que así deben compartir servicios y no pueden mejorar la unidad por la baja calidad de los materiales constructivos, pero no incluía en ese cálculo el “déficit cualitativo”, es decir las casa que no tienen techo ni paredes de materiales permanentes, cuyo suelo es de tierra, donde viven más de tres personas por cuarto o tienen falta de agua, cloacas y luz. De haberlo hecho la cifra, reconoce, aumentaría dramáticamente.
Pandemia
En países desarrollados de Occidente obviamente la situación mejora, pero dista de ser óptima. En Estados Unidos se estima en medio millón la cantidad de personas sin vivienda propia, 40 por ciento de las cuales no tienen refugio donde dormir o guarecerse.
En Europa, según estadísticas de la Comisión Europea, en 2017 más de 15 por ciento de la población residía en viviendas sobreocupadas, con Rumania encabezando la lista (47,0 por ciento). Ese año, el “4 por ciento de la población continental sufrió privación en la vivienda grave” y el costo de las casas de alquiler se incrementó. El promedio europeo de gasto de alquiler sobre ingresos fue de 26 por ciento, pero en muchos países fue más elevado, notablemente en Grecia: 84 por ciento.
Con la pandemia, en diversas zonas del mundo la situación se agravó. De acuerdo con un reciente informe de la ONU, aproximadamente 34,3 millones de personas caerán por debajo de la línea de pobreza extrema en 2020 y África será el continente más afectado con una suba de 56 por ciento.
Un estudio de este año de la Fundación de Estudios para Desarrollos Inmobiliarios señala que en Argentina hay 12,2 millones de hogares y 16 por ciento pertenecen a viviendas alquiladas, es decir equivalente a 2 millones de familias. “Aún estarían faltando tres millones de viviendas para satisfacer las necesidades habitacionales de la población. Este déficit se incrementa a un ritmo de 36 mil viviendas por año, aproximadamente”, dijo.
En Hábitat para la Humanidad Argentina detectaron como prioritarias la atención de dos problemas: la autoconstrucción sin asistencia profesional y el alquiler informal, con condiciones inadecuadas y a un costo muy alto.
El artículo 14 bis de la Constitución Nacional habla del derecho a una “vivienda digna”. También lo reclama el Papa Francisco, para todo el mundo, en su trilogía de reclamos impostergables: tierra, techo y trabajo.