Nunca nadie creyó que Michael Jackson podía morir. Pero un día se murió. “¡El Rey del Pop ha muerto, viva el rey!”, vitorearon el 25 de junio de 2009. A partir de entonces, muchos intentaron ocupar la vacante monárquica. Desde Justin Timberlake hasta Pharrell Williams, pasando por Justin Bieber y Bruno Mars, pugnaron por la sucesión. Incluso, este último asumió el título de “Príncipe del Pop”. Aunque todos suenan como él y hasta hacen pasitos que se parecen a los suyos. Sin embargo, mientras los aspirantes a “Maikel” se preocupan por preservar su legado, sólo uno, que hasta el momento se hizo el que no quiere, veló por modernizarlo. A pesar de que el comienzo de la nueva centuria fue testigo de las póstumas genialidades del artífice de Thriller, Abel Tesfaye, a través de su álter ego The Weeknd, hoy es lo más cercano a un “Michael Jackson del siglo XXI”. Y eso lo justificó el sábado a la noche en su debut en Buenos Aires, durante su actuación en la segunda fecha del Lollapalooza Argentina 2017, en el Hipódromo de San Isidro. 

Amén del símil hiperbolista, el artista canadiense es, por sobre todo, el nuevo paladín del R&B digital (escena que alcanzó su apogeo en lo que va de la década). Si bien es cierto que The Weeknd pecó en temas lentos en la mitad de su actuación en el Main Stage 2, donde destacaron los souleros “Earned It” y “Wicked Games”, al igual que el hip hop “Ordinary Life”, no mermó la riqueza de una propuesta que apunta a la afro vanguardia (algo que pretendió Rockwell en los ochenta con su hit “Somebody Watching to Me”). Y eso lo dejó en evidencia desde el vamos con “Starboy”, single que titula su más reciente álbum, y que cuenta con la participación de Daft Punk. Le siguieron el arrebato new wave “False Alarm” y “Glass Table Girls”, en el que mostró su veta electrónica. Pero Tesfaye también sabe ir y venir del R&B al rap en una misma canción (“Six Feet Under”) o bajar al fondo de las oscuridades del trap (el género de la música urbana que revoluciona a los chicos en la Argentina) en el popurrí “Low Life” y “Might Not”. 

Antes de finalizar su show de hora y media, The Weeknd (se la bancó solito en el escenario debido a que sus músicos estaban encima de las pantallas dispuestas sobre éste), se despidió bien arriba –como se suponía–, con una terna de temazos orientados a la pista de baile. O más bien fueron cuatro, pues “Secrets” resultó enlazada magníficamente con “Can’t Feel My Face” (en la que emuló parte de la coreografía del video), para dejarle el terreno servido a “I Feel It Coming” y “The Hills”. Si el novio de Selena Gómez, con quien vino a esta parada del festival, superó lejos la performance de Pharrell Williams (último artífice del R&B post 2000 en visitar el país), además con una arriesgada oferta estética sustentada en buena medida en el minimalismo, los Strokes regresaron a la Argentina con un recital que remontó el que dieron en 2011. Aunque con un concepto, si es que realmente fue lo que idearon para esta ocasión, sobrio y de pulso krautrock. Por más que las guitarras de Albert Hammond Jr. irreconocible (tiene cabello de vuelta) y Nick Valensi sonaran más CBGB’s que nunca.

Pero lo más desconcertante de la performance del quinteto neoyorquino, cabeza de cartel de la jornada, fue sin duda la introducción, pues antes de entrar en escena sonó el remix en clave de cumbia villera, que hizo en 2013 el santiagueño Oscar Coronel (lo firmó como El Shulian K-sablan-k), de su clásico “Reptilia”. Tras este triunfo de la Internet, el grupo insignia del indie rock estrenó su lista de canciones con “The Modern Age”, que dejó atrás en un santiamén. Lo que causó desconcierto entre el público debido a que, por más que nunca cesó el pogo ni el arengue, The Strokes no se caracteriza por su show sino por sus canciones. Se encontraban ante su mejor ensayo abierto. Además, y durante hora y media en el Main Stage 1, la banda desenfundó todos sus hits, haciendo hincapié en los de su primer álbum, el fundamental Is This It (2001), mientras que de su más reciente trabajo, el EP Future Present Past (2016), sólo tocaron “Drag Queen” y “Threat of Joy”, y dejaron afuera los de Angels (2011) y apenas hicieron uno de Comedown Machine (2013). 

Si Julian Casablancas, quien ya participó en el Lollapalooza Argentina, pero en 2014, con su proyecto paralelo The Voidz (lo secundó Albert Hammond Jr. en 2016 en plan solista), le pidió a los argentinos que “no sean malos con Messi”, Simon Le Bon manifestó la importancia de tocar acá para Duran Duran. Y bien que lo supo llevar a la praxis, pues, por más que no se encontraba en un horario central (tocaron en el ocaso de la tarde en el Mains Stage 2), esta leyenda británica se hizo de un show que fue de menor a mayor. No sólo eso: pese a que fueron a por sus temas más conocidos, entre los que sobresalieron “Hungry Like a Wolf”, “Notorious”, “Ordinary World”, “Save a Prayer” y “Rio”, los de Birmingham, cuya última visita había sido en 2012, pelean por su vigencia. Lo constataron con “Last Night in the City, de su más reciente disco, Paper Gods (2015). Y hasta se dieron el gusto de tributar a David Bowie con un cover (con ello propio) de “Space Oddity”. Esto pasaba al mismo tiempo que el público más joven del festival se plantaba nuevamente en la Perry’s Stage. 

Al igual que sucedió el viernes, el escenario que rinde culto al creador del evento, Perry Farrell, fue sacudido por la electrónica. Sin embargo, a pesar de que el nuevo referente de la movida EDM, Martin Garrix, se alzaba como el favorito de ese aforo, el trofeo a lo mejor de la fecha allí se lo llevó el detroitiano Griz, con un fabuloso live set en el que exprimió su “future funk”. El mayor atractivo del Alternative Stage era la cantante danesa de electropop MØ, pero los argentinos Lisandro Aristimuño y La Yegros le opusieron resistencia. Compartieron el protagonismo de ese espacio, al que casi se suma el rapero brasileño Criolo, que en su cierre mostró una bandera en la que se leía: “Fuera Temer”. Si bien la música es un canal político, también da revancha. De eso puede dar fe la banda indie norirlandesa Two Door Cinema Club, que esta vez, a cuatro años de su primer desembarco rioplatense, jugó de local en la Main Stage 1. Y si es cierto lo que se comentaba en la trastienda del festival, en 2018 habrá Lollapalooza por tres días.