Las manos del niño pastor de la comunidad de Isallavi lloraban sangre por el intenso frío. No tenía zapatos, sólo abarcas (sandalias de goma), y en los talones se le formaban grietas. “Evito cuesta una tropada de llamas, por fin nació un varón, después que tres murieran”. La alegría de María Ayma Mamani llega a través de la voz de su hijo Evo Morales Ayma que recuerda en Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado, su niñez, adolescencia y juventud, antes de llegar a ser el primer presidente boliviano de ascendencia aimara. “Recuerdo que me hacían curar con llama, me hacían caminar debajo del burro, daba vueltas por el burro, enterraban al burro, era como un rito para que pueda vivir. Generalmente en las áreas rurales, la mayor parte de los niños mueren, muy pocos se salvan, ese es el caso de mi familia, vivíamos en una región totalmente olvidada”, cuenta Evo a Iván Canelas Alurralde, ex ministro de Comunicación a cargo de la investigación y edición de esta notable y documentada autobiografía, que se publicará este domingo junto con PáginaI12 (precio de compra opcional: 450 pesos).

El origen de Evo es como un tatuaje indeleble en su piel. “Todo lo que sé lo aprendí de mi familia, de mi comunidad, sobre todo los principios y la lucha sindical en el Chapare”. A los once años hablaba y escribía en castellano y era el mejor alumno, el abanderado, y dice que para ser un buen estudiante se levantaba antes de que el sol salieray se dedicaba a estudiar, leía sus cuadernos, se preparaba para los exámenes, necesitaba saber y aprender más. El tiempo que vivió en Calilegua (Jujuy) iba a la escuela, pero también se dedicó a trabajar para ayudar a su papá y vendía helados “picolé”. En una oportunidad hizo teatro, participó en una obra cómica y el personaje que interpretaba se llamaba Mariano, el marido borracho de su prima Villca Mamani, que hacía el papel de su mujer. Tocó la trompeta en una banda de la comunidad en fiestas patronales, intentó jugar al fútbol profesional y tuvo planes de ingresar a la universidad o a un instituto superior para estudiar comunicación. Quería ser periodista.

En Chapare comenzó su actividad sindical en la Central 2 de Agosto, que pertenecía a la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), a comienzos de la década del 80. Aunque al principio era tímido y un poco inseguro, Evo supo que tenía que luchar para que no les quitaran las tierras a los campesinos: “la tierra es de quien la trabaja”, afirma con la convicción que le dio su propia experiencia. “Durante todo el período neoliberal, la política fue la misma, coca cero, con diferente nombre. La represión era el pan de todos los días y detrás de todo estaba el imperialismo, la embajada de los Estados Unidos –enumera Evo-. Intentaron de todo para erradicar a los campesinos, pero nosotros terminamos erradicando a los neoliberales”. Esta pelea política es también cultural. “La coca fue mi permanente compañera. Como todos los campesinos y compañeros de otros sectores, sabía que se trataba de un producto agrícola milenario, medicinal. No solo se utiliza para ritos como parte de nuestra cultura, sino es un gran alimento, es integración, representa una identidad, la cultura de Los Andes”, explica Evo y agrega que la satanización e intento de exterminio de la coca por los Estados Unidos tenía como objetivo “acabar con el movimiento indígena, con su identidad y su cultura”.

La autobiografía combina la voz de Evo con otras voces de familiares o compañeros de militancia: su hermana Esther, que murió en agosto de este año, a los 70 años; David Herrada, Roberto Guzmán y Héctor Arce, entre otros. Pero incluye además artículos periodísticos o informes de instituciones como la Asamblea de Derechos Humanos de Bolivia para ampliar información o precisar algunos detalles. La pelea era muy desigual; lo que más indigna es la deliberada manipulación (el embrión del huevo de la serpiente de las fakes news) que consistía en confundir al productor de la hoja de coca como narcotraficante, al consumidor como narcodependiente, y a la coca como cocaína. Evo marchó, hizo huelgas de hambre, sufrió junto a sus compañeras y compañeros la represión policial; fue sistemáticamente perseguido, herido, torturado y encarcelado. Lo acusaron de tener vínculos con el narcotráfico y con grupos guerrilleros. ¿Quién da más a la hora de difamar y mentir?

En el prólogo del libro, Luis Bruschtein elogia la labor de base de Evo como dirigente sindical. “Esa resistencia porfiada de los campesinos del Chapare a la DEA y a las elites bolivianas que querían congraciarse con Estados Unidos, se convirtió en una lucha patriótica en defensa de su historia, su identidad, su forma de vida, su esencia”. La épica --que antes de adoptar la forma escrita era contada oralmente por los rapsodas-- es el género narrativo de Evo Morales como héroe político. En 1997 lo eligieron diputado por Cochabamba con más del 70 por ciento de los votos y en abril de 2000 participó en la “Guerra del Agua”, una serie de movilizaciones contra la privatización del abastecimiento del agua potable. La dignidad no tiene precio. Evo revela cómo un diputado lo invitó para negociar con el entonces presidente Hugo Banzer Suárez dinero a cambio de aprobar leyes. No solo rechazó la propuesta sino que le llamó la atención al “mediador” por esa actitud. Como candidato a presidente por el Movimiento al Socialismo (MAS) perdió apenas por dos puntos y medio contra Gonzalo Sánchez de Losada en 2002. Como opositor, el norte de Evo era innegociable: la recuperación y la nacionalización de los recursos naturales. “En ese tiempo, me acuerdo que declaré a los medios de comunicación que el causante de los principales problemas en Bolivia y otros países era el neoliberalismo, y era hora que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aprendan de las luchas sociales, que dejen de imponer políticas de hambre y de concentración de la riqueza en pocas manos”.

Ningún complot lo detendría en el camino a la presidencia. En diciembre de 2005 ganó las elecciones con más del 54 por ciento de los votos. La autobiografía termina con su llegada al Palacio Quemado. “Para mí lo más importante es trabajar por el país –dice Evo al final del libro-. Mi experiencia como presidente es otra historia”. Las manos de Evo ya no lloran sangre, pero se acuerdan.