El campo popular alcanza su verdadera legitimidad cuando no sólo satisface demandas sociales de los sectores más vulnerables sino también si establece nuevas lógicas en la responsabilidad republicana. Lo popular y lo republicano no constituyen ámbitos separados; más bien, en su dinámica social, un gobierno popular también debe ser generador de Derecho e Institucionalidad. Siempre lo Popular y lo Republicano se encuentran en mutua reciprocidad. Es de ese modo que finalmente se constituye un legado histórico que luego se establecerá como una latencia que siempre puede retornar en la lucha por la igualdad y la justicia.
Entre los sentimientos que el neoliberalismo ha destruido está el de la vergüenza. La vergüenza es un velo que junto al pudor revelan que uno mismo no se encuentra dominado por los intereses más obscenos en el puro goce de acumular. Ya no es la acumulación de goce lo que rige actualmente, sino la compulsión de gozar acumulando y que los demás paguen con su sacrificio.
La cantidad de energúmenos desvergonzados que se pavonean en la escena del mundo practicando una impunidad ilimitada ya no constituyen solo un triunfo de las derechas sobre la democracia. Ahora son también el testimonio del comienzo del derrumbe de una civilización. La Política y la Ética nunca se recubren del todo, pero nunca habíamos llegado a este punto donde los dilemas éticos y políticos se encuentran tan cercanos.
Por ello, aunque se hable una y otra vez y se analicen desde distintas teorías la manipulación ejercida por las redes sociales, los chantajes mediáticos y todo lo que constituye a la agenda de las derechas ultraderechizadas, esto no exime la responsabilidad popular. El problema que se presenta en esta cuestión es el siguiente: dado que el Pueblo nunca es algo establecido de antemano y nunca tiene a priori una identidad definitiva, la clave pasa por su construcción política e histórica. Por ello, nunca se puede borrar en la constitución de un pueblo el rol central que tiene en ese proceso del devenir popular la responsabilidad de cada uno de los sujetos que formarán parte de su proyecto. Así como no se puede culpabilizar a las víctimas de la manipulación que ejercen las maquinaciones de las redes y no se debe culpabilizar a los destinatarios de la violencia sistémica de la alianza entre los poderes mediáticos y las derechas antidemocráticas, tampoco ya se puede eludir la responsabilidad de la existencia singular en sus adhesiones políticas.
Es hora de qué la política abra un debate en el que exista la responsabilidad de cada uno y una y se tenga en consideración la problemática cuestión de su abordaje.
Si hay algo nuevo que el gran desastre de la pandemia ha introducido en la vida política es que no puede haber un proyecto transformador si el mismo no comienza por interrogarnos a nosotrxs mismos en la vida de cada unx por el deseo de comunidad que nos habita. En este punto crucial los célebres motivos de la manipulación no son suficientes. Insistir todo el tiempo con ello esconde de un modo implícito una claudicación: establecer que todos seremos tarde o temprano marionetas de un poder horrible. Así como las religiones históricas comenzaron con la entrega singular de cada unx hasta inventar sus propias correas simbólicas de transmisión, la política en medio del colapso debe poder mostrar y desplegar lo que insiste en cada unx como aquello que no puede manipular ningún sistema.