La cuestión de la meritocracia retorna como discusión en nuestra sociedad y polariza posiciones, también, como si se tratara de un River–Boca. El actual presidente aludió hace poco a ella y diferentes referentes sociales desde el Papa a Batistuta emiten su opinión. Quienes se exasperan frente a cualquier cuestionamiento a la meritocracia, cuestionamientos que comparto, pretenden instalar una división entre los defensores de “la cultura del esfuerzo” (meritocracia) y los promotores del “facilismo”. No me identifico en esta nueva grieta que pretenden instalar. Por mi parte, bajo ciertas condiciones, apoyo la meritocracia, pero me opongo fuertemente al meritocaradurismo.
“Hay que ser caradura.” Es una frase popular que no hace más que señalar la capacidad de alguien de decir algo que en forma evidente para todos, es falso, fundamentalmente porque el que lo expresa es un contraejemplo de lo que enuncia. Pero lo dice igual, a viva voz, “suelto de cuerpo”, “sin que se le mueva un pelo”, sin que “se le caiga la cara de vergüenza” es decir: es un caradura.
Hace unos meses, el expresidente Macri, un defensor declarado de la meritocracia, hizo una demostración magistral de esta capacidad (el caradurismo), cuando en un foro, señaló que:
“Se está discutiendo cuando hablamos de integración, que es si queremos realmente y creemos que las sociedades progresan cuando son meritocráticas o queremos caer en el relativismo moral (…) nos quieren decir que todo da lo mismo: lo verdadero y lo falso, el rol del docente versus el alumno, los derechos del ciudadano y la víctima versus el delincuente, que todos tenemos derechos y ninguna obligación y buscan sistemáticamente destruir la cultura del trabajo y el respeto de la ley".
La dicotomía que se intenta reforzar en el imaginario social sostiene que la meritocracia es la clave del desarrollo y el progreso y que el populismo (sea lo que sea que se quiera significar) destruye, porque alienta el facilismo, la pereza, la desidia. Porque se otorgan “derechos sin obligaciones”.
En el fondo, lo que parece cuestionarse desde esta posición de defensa dogmática de la meritocracia es precisamente la perspectiva de ampliación de derechos, que efectivamente, por ser derechos humanos y mal que le pese a muchos, incluyen a todos, sin distinciones.
De ninguna manera hay que aceptar que los derechos implican facilismo, dejadez, desidia. Todos los ciudadanos, precisamente porque tenemos derechos (todavía de manera imperfecta y desigual), somos responsables de nuestras vidas y responsables frente a nosotros mismos y frente a la sociedad. De ninguna manera el derecho del delincuente es sinónimo de impunidad, el derecho del estudiante lo exime del esfuerzo de estudiar, el derecho del trabajador lo habilita a la pereza. En todo caso, cuando algo de esto sucede, el problema son los procesos institucionales que lo permiten, de ninguna manera el problema es el derecho.
Quiero señalar que cuando defiendo una perspectiva de derechos, no me opongo a la meritocracia en lo que hace a su valoración del esfuerzo personal. Al contrario. Pero considero que solo en una sociedad suficientemente solidaria y cooperativa, que garantiza derechos para todos, es posible apelar a la meritocracia, porque se ocupó de que todos estén en iguales condiciones para competir y hacer méritos.
Cuando esas oportunidades no son iguales para todos. ¿De qué mérito estamos hablando? La meritocracia en sociedades desiguales como las nuestras, pasa a ser de esta manera, una mera justificación, coartada, legitimación de una sociedad injusta y una estrategia de quienes se han beneficiado históricamente de esa injusticia.
Por supuesto que hay miles de ejemplos en todo el mundo de personas de origen pobre que gracias a su esfuerzo, entre otras cuestiones, han alcanzado posiciones sociales destacables y desaeables. Así que Bati, quedate tranquilo, no fuiste un idiota, no es con vos la cosa. Es contra aquellos que desde un “meritocaradurismo” berreta siguen pretendiendo socavar la ampliación de derechos para defender sus privilegios.
*Investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento.