Existen varios aspectos sorprendentes del impacto económico de la pandemia pero uno, a esta altura, es desconcertante: el grupo social que más se queja de la peor crisis global de la era moderna es el más acomodado en la pirámide de ingresos y en el acceso a los cuidados de la salud y a la atención sanitaria del coronavirus.
Convoca a movilizaciones con autos de alta gama, circula por los noticieros cuestionando las políticas sanitarias de la protección de vidas, protesta porque los muy ricos tendrán que hacer un pequeño aporte según el patrimonio declarado, cuestiona la desesperación de familias que no tienen viviendas o fueron expulsados de alquileres de piezas miserables, y se queja por las restricciones cambiarias.
La alteración de las prioridades personales y colectivas es tan obscena que alegan que tienen su libertad limitada porque no pueden ir a comer a un restaurante mientras por día se informan cientos de muertes a causa de la covid-19, con el personal médico mal pago y al borde del colapso físico y emocional.
Clases medias acomodadas y altas con todas las necesidades básicas satisfechas se quejan de una crisis global que se montó sobre la debacle económica que dejó el macrismo, como si fueran los únicos afectados, cuando en términos relativos no integran los grupos más castigados por la pandemia.
Concentración
Este escenario de lamentos de privilegiados, que gran parte de los medios de comunicación convalidan sin pudor, se despliega cuando se conocen los últimos datos de la distribución del ingreso: aumentó la concentración de la riqueza en estos meses.
En el segundo trimestre, en los peores meses de la pandemia y cuando hubo más expresiones de descontento de mimados por un sistema desigual, el 10 por ciento de la población ubicado arriba de la pirámide de riquezas pasó a percibir 19 veces más ingresos que el 10 por ciento de la base. La brecha se amplió en ese período y es tres veces más que hace un año, cuando la diferencia era de 16
Otro indicador de aumento de la desigualdad del ingreso per cápita lo ofreció la evolución del coeficiente Gini, que se mide entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la igualdad perfecta y 1, con la desigualdad extrema. Ese índice aumentó de 0,434 a 0,451 en el segundo trimestre de 2020 en relación al mismo período del año anterior.
Estas cifras hubiesen sido peores sin la oportuna y efectiva intervención del gobierno de Alberto Fernández con la instrumentación del IFE, ATP, subsidios, congelamiento de tarifas, la tarjeta alimentaria y otros programas sociales.
La pandemia dejó al descubierto la desigualdad estructural de un sistema que concentra riquezas, con acceso desigual o directamente sin acceso a servicios básicos, como el agua potable para el cuidado sanitario o a la conectividad para alumnos y familias de barrios marginados. El coronavirus no sólo dejó en evidencia esas inequidades sino que acentuó el reparto desigual del ingreso.
Desempleo
En estos meses de protestas y movilizaciones de grupos sociales acomodados, no sólo hubo aumento de la desigualdad, sino que además hubo un impacto sociolaboral fulminante debido a la pandemia: el desempleo subió a 13,1 por ciento en el segundo trimestre, 2,5 puntos por encima de igual período del año pasado.
Ese incremento se produjo pese al esfuerzo oficial de proteger el empleo con el decreto de prohibición de despidos, el acuerdo sobre suspensión de trabajadores y el decreto que fijó la doble indemnización. El saldo de pérdidas de empleos hubiese sido aún peor sin esas medidas de emergencia y el marco normativo laboral que, pese a las olas neoliberales que buscaron desarmarlo durante las últimas décadas, continúa siendo un potente dique defensivo frente a las presiones de precarización del empleo.
En ese aumento del desempleo, los trabajadores informales y por cuenta propia fueron los más castigados, lo que expone en forma más dramática el impacto desigual del coronavirus.
Hubo también un alza en el indicador que mide la cantidad de trabajadores que dejaron de buscar empleo. El porcentaje de inactivos fue record al anotar el 61,6 por ciento de la población urbana, universo que está conformado por quienes no están en edad de desempeñarse en el mercado laboral o, bien teniendo edad para hacerlo, optan por no trabajar ni buscar trabajo porque las condiciones son desfavorables para conseguirlo.
En ese contexto general de un mercado laboral negativo hubo una impresionante y exitosa campaña del mundo empresarial de privilegiar el funcionamiento de las fábricas sobre el cuidado sanitario de trabajadores.
La mayoría de las corporaciones aplicó estrictos protocolos de seguridad sanitaria. Otras ocultaron casos de contagios y muertes para evitar frenar la producción. El caso extremo es el del Ingenio Ledesma de la familia Blaquier, con cientos de trabajadores contagiados y decenas de fallecidos por la covid-19.
La presión sobre los trabajadores se da en condiciones de vulnerabilidad extrema ante el miedo que tiene la mayoría de perder el empleo en medio de la peor crisis económica de la era moderna.
Miedo
El premio Nobel Joseph Stiglitz escribió en El precio de la desigualdad (2012) una descripción que, si bien es en referencia a Estados Unidos, vale para estos tiempos de pandemia.
El mentor del ministro Martín Guzmán señaló: "El gran enigma es cómo en una democracia supuestamente basada en el principio de 'una persona, un voto', el 1 por ciento había podido tener tanto éxito a la hora de condicionar las políticas en su propio beneficio. Hay otro método por el que los grupos económicos consiguen lo que quieren del gobierno: convencer al 99 por ciento de que tienen intereses compartidos. Esta estrategia exige un impresionante despliegue de prestidigitación. El hecho de que el 1 por ciento haya condicionado con tanto éxito la percepción del público atestigua la maleabilidad de las convicciones".
Stiglitz advierte sobre la trampa en que puede caer una mayoría asustada. En pandemia, la queja de los grupos privilegiados ocupa un lugar predominante y, si no se la atiende, aparece que toda la sociedad se perjudicaría.
En cambio, cuando aparecen situaciones críticas que viven grupos vulnerados, como la falta de servicios básicos en las villas o la desesperación por no tener una vivienda digna, el mensaje dominante en el espacio público es estigmatizador de esa población.
Disciplinar
Para lograr ese comportamiento social, la amenaza de perder el empleo o, en esta última semana, la posibilidad de afectarse los depósitos en dólares forman parte de la estrategia de disciplinar a una mayoría vulnerable para que acepte situaciones que serían rechazadas si fueran ofrecidas en una situación normal, para terminar defendiendo intereses que no son propios. Por ejemplo, convalidar una brusca devaluación.
El miedo es el vehículo para condicionar el comportamiento colectivo. En una era de incertidumbre global y más aún hoy con la pandemia, el propósito es imponer de ese modo políticas impopulares. Estas consisten en ajustar el gasto público o recortar la red de protección a grupos sociales vulnerados.
Las dudas sobre lo que está sucediendo y el temor sobre lo que vendrá en la economía provocan intranquilidad. Gran parte de la sociedad se encuentra así indefensa para absorber teorías conspirativas, escenarios apocalípticos y análisis de caos inminentes.
Los mercaderes de la angustia ocupan el centro de la escena, circulando por medios de comunicación con pronósticos de catástrofes económicas. Se requiere de una firme voluntad política y convicciones para desenmascarar sus intenciones y neutralizarlos.
Expectativas
El manejo de las expectativas juega un rol fundamental en este contexto de incertidumbre, puesto que permite definir consensos sobre cómo se desarrolla la economía local en una crisis global.
Las fuerzas en pugna sobre la orientación de las expectativas determinan si la economía ingresa en un círculo vicioso de las exageraciones o en uno virtuoso de recuperación colectiva.
Anunciar que existen riesgos sobre los depósitos en dólares refuerza los miedos preexistentes por traumas pasados (el corralito de Cavallo) o incluso puede desencadenar el pánico de una corrida. No existe ningún elemento objetivo, en términos de solvencia y liquidez de los bancos y de disponibilidad de dólares en el Banco Central para atender retiros, para convalidar ese peligro.
La generación de expectativas y la profecía autocumplida están íntimamente conectadas. Como la economía es un espacio de disputa de poder, la construcción de expectativas es uno de los terrenos de la batalla política más importante donde participan diferentes actores económicos y políticos.
Si se propaga que va a escasear determinado alimento o el combustible, muchos probablemente corran a comprarlo. El previsible comportamiento de acopio contribuirá a que aquella sentencia inicial se convierta en realidad. Es, en sus comienzos, un anuncio falso de una situación que conduce a una nueva conducta que convierte en “verdadera” la mención inicialmente falsa.
La construcción de esas profecías está muy ligada al manejo de las expectativas sociales sobre acontecimientos económicos. Por eso en esa puja intervienen en forma activa diferentes actores políticos y económicos, con los medios de comunicación actuando como los principales canales de propagación.
Crisis
La economía mundial está transitando la crisis más extraordinaria de la era moderna. El derrumbe de la actividad en Occidente es impactante. China es la única gran potencia que terminará el año del coronavirus con crecimiento económico.
A comienzos de este año, el FMI esperaba un crecimiento del ingreso per cápita en más de 160 países, mientras que ahora más de 170, equivalente a casi el 90 por ciento de la economía mundial, registrarán una caída en ese indicador.
El saldo monetario de esta crisis calculado por el Fondo es impactante: una pérdida acumulada para la economía mundial durante dos años (2020-2021) de más de 12 billones de dólares.
Esta referencia parece innecesaria porque no es un dato desconocido, pero resulta esencial reiterarlo puesto que el análisis vulgar acerca de las fuentes de la crisis local ignora uno de sus principales componentes: la debacle de la economía global.
Al sumar en esa evaluación sesgada el ocultamiento del desastre económico que dejó el macrismo, queda así conformado el combo de la confusión deliberada.
En ese terreno hostil para manejar las expectativas económicas, el frente cambiario es hoy el de mayor tensión que debe enfrentar el Gobierno. En esa tarea lo primero es entender el problema, cuestión en la que no hay dudas de que ha sabido identificarlo: cuidar las reservas del Banco Central, privilegiar las divisas para la producción y evitar una brusca devaluación.
En la siguiente instancia, que consiste en la instrumentación de las medidas defensivas frente al poder devaluador y, en especial, en la forma de comunicarlas, ha mostrado debilidades que están agudizando las tensiones.
Para evitar interpretaciones extraviadas, las deficiencias estructurales de la economía por la escasez relativa de divisas no se salvarán con una mejor comunicación, pero sin ésta se complica el manejo de la coyuntura relacionada con la construcción de las expectativas económicas.
Pocos dudan de que la economía local deberá convivir con brecha cambiaria durante un tiempo. Por lo tanto, el objetivo es administrarla y estabilizarla en un nivel que disminuya las expectativas de devaluación. Ampliarla en las actuales circunstancias, como ha sucedido con las últimas medidas cambiarias, sólo alimenta a los promotores de rumores y generadores de miedo en la economía.