En el fondo de todos los viajes nunca se sale de casa. Este es un viaje que parte de un sentimiento de ausencia, de dolor lánguido, de hambre acumulada. Una especie de orfandad ante el porvenir, sin despedidas, con las imágenes del último sueño pegados a los párpados y una pobreza eterna difícil de soportar. Es un viaje de saltos de alambradas, de fronteras invisibles, de olor a lejanía donde se quiebra la razón y se desvanece la protección de la tribu: el cuidado “al abrigo del calor del establo” como diría Nietzsche.
En cualquier sitio se está mejor que fuera de casa, pero a Bori Fatí el gris de la desdicha le fabricó un viaje desapacible, con el fondo de los bolsillos vacíos, huecos. Se fugó de su cárcel interior como un “cartonero” africano cruzando los océanos atravesados, buscando un pedacito de tierra donde refugiarse de un mundo en el que ya no se reconocía. De Guinea Bissau llegó a Portugal, sin llegar: como llegan los recogidos por el viento cálido de la invisibilidad, sin “papeles”, sin huellas en los dedos, sin humanidad. Se sintió transparente, atravesado por la mirada de los otros, esa mirada que mide la distancia en metros de color de piel.
La realidad turbia lo fue troceando en pedacitos, y al final le dibujó un plato para la voluntad a los pies de su decencia: “terminé pidiendo en la calle”, declaró. Sin Dickens no es posible entender al inmigrante que no quiere irse de donde lo tratan de echar. Se leyó a si mismo en esa semblanza de la desilusión, en esa ausencia del abrazo amable, de una sonrisa, de una lágrima que compartir, y decidió volver al África Occidental: regresó a “su” hambre, al hambre de casa, la de todos los días. Este fue el viaje inicial de inmigración del padre de Ansu Fati, el “otro” ídolo del Barcelona.
El jugador exuberante que explosionó de vértigo en el fútbol internacional. El pequeño de ébano con un descaro futbolístico tan insolente que la entidad “azulgrana” le tuvo que sujetar las costuras de su contrato con una cláusula de rescisión de 400 millones de euros. El extremo izquierdo electrizante de una selección española que se apresuró en ponerle una bala de cañón en el tobillo para sujetarle la patria, el himno, la bandera y la identidad. Otros tiempos, otras prioridades. Su padre deambuló sin éxito durante años por los laberintos del sistema en busca de un metro cuadrado de baldosa europea donde apoyar los pies y descansar del desconsuelo.
No tuvo la suerte de su hijo. Son las cloacas del cinismo institucional, las miserias de la aporofobia endémica. En 2001, en su deseo de volver a recrear su propia épica, Bori Fatí atendió el reclamo de solidaridad de un alcalde “rojo”, rojo de humanidad. “Sin Gordillo no estaría aquí, ni yo, ni mi hijo. Me encontró trabajo, me dio una casa, y tiempo después pagó los billetes de avión para traer a mi mujer y mis cinco hijos desde Guinea. Ansu llegó a Marinaleda con seis años”, declaraba.
Juan Manuel Sánchez Gordillo es el alcalde de la población de 3.586 habitantes de la provincia de Sevilla. “Bori llegó en muy malas condiciones. Su documentación era falsa, lo habían engañado. Regularizamos su residencia, le encontramos un trabajo y le dimos una casa, como hacemos con todos los inmigrantes que llegan al municipio. Soy comunista, tal cual, sin ambigüedades. Gobernamos desde 1979 como Izquierda Unida. La vivienda, la sanidad, la educación, el deporte, etc, son gratis. Todos los funcionarios públicos ganan lo mismo. No tenemos paro. Aquí el comunismo en democracia es una realidad. El éxito de Ansu es el éxito de toda la comunidad. La solidaridad no se escribe con dinero. Ahora que gana muchos millones que los reparta un poco.”, declaraba Gordillo al portal “Nueva Tribuna” de Andalucía.
Hoy en la familia Fati hay un trasfondo de celebración de la vida, de la vendimia de los sentidos, de la poesía como epígrafe. Hambre no es lo mismo que apetito. Existen islas para náufragos que cuentan historias con final feliz. Este viaje migratorio terminó bien, no siempre es así. Mas de 50.000 almas deambulan sin tumba conocida en las aguas turquesas del Mediterráneo. En este mundo extremadamente fatigoso siempre hay tiempo para la ternura. Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos sombríos”.
(*) ex jugador de Vélez y campeón Mundial Tokio 1979.