Juan José Becerra escribió en la contratapa de Las invasiones argentinas, el libro recién publicado de Klaus Gallo: “Las palabras invasión, frigorífico, ferrocarriles y Malvinas son, de algún modo, los escombros luminosos no del todo removidos del pasado”. En ese contexto de desencuentros entre Argentina e Inglaterra que ya superó dos siglos, el autor, doctor en historia, docente e investigador, encontró uno de los ejes temáticos de su vocación. Pero la pasión es otra cosa. Se siente –y no necesariamente se ejerce– como la sintió él cuando pisó por primera vez una cancha en 1970: la ya desaparecida del Arsenal londinense, en Highbury. El fútbol es su pasión y se nota. Como también esa que le profesa al rock. Entre las dos palabras que bien podrían sintetizarse en un gol de River y una canción de Led Zeppelin, el académico se mueve cómodo. Igual que los protagonistas de su libro lo hacían o todavía lo hacen con la pelota al pie. Porque Gallo nos cuenta historias de argentinos que jugaron en la Premier League, desde Osvaldo Ardiles y Ricardo Villa a Juan Sebastián Verón y Sergio Agüero. Como vivió y se formó en Inglaterra, les da valor agregado. Además es testigo privilegiado de las tensiones entre los dos países que atraviesan la política y el deporte. Las puede explicar como historiador y transmitir como hincha.
–¿De qué se trata su libro Las invasiones argentinas?
–El título tiene que ver con el hecho de que escribí sobre las invasiones inglesas bastante y hace tiempo. Tengo un libro que se llama De la invasión al reconocimiento. Entonces fue como invertir el hecho a través del fútbol. Para mí es una pasión desde los 8 o 9 años y siempre me dio vueltas en la cabeza escribir algo sobre fútbol en clave más periodística, pero utilizando alguna herramienta que traigo de la historia, y este era uno de los temas que siempre me atrajo.
–¿Sus años en Inglaterra fueron determinantes para la elección del tema?
–Haber vivido bastante en ese país, haber visto mucho fútbol inglés cuando estaba allá, motivó que el tema de los jugadores argentinos en Inglaterra me atrajera mucho. Porque es una sociedad que conozco bastante y ya cuando fueron Villa, Ardiles, Sabella, la primera camada, me parecía muy loco. Porque no era usual que llegaran extranjeros, y justo los que más lo hicieron fueron los argentinos en 1978. Así fue cómo surgió la idea del libro.
–¿Su trabajo cuánto tiene de futbolero y cuánto de investigación histórica?
–Es netamente futbolero, porque el tema central son los jugadores y su entorno deportivo, más que nada. El equipo en el que están, los técnicos, esas cosas. Pero de todas maneras traté en lo posible de enmarcar los hechos en un contexto más histórico, social y político. Hablo de la ciudad donde están jugando o del barrio de Londres donde lo hacen. Pero el trasfondo histórico es muy breve. Yo escribí para el lector futbolero.
–¿Buscó un interlocutor más futbolero que académico?
–Totalmente. Mis colegas académicos me decían: Che, lo hiciste con un enfoque sociológico. Y yo les decía: Más o menos, no demasiado.
–¿Por qué cree que los futbolistas argentinos son tan valorados en Inglaterra desde hace casi cuarenta años, cuando llegaron Ardiles y Villa al Tottenham Hotspurs después del Mundial 78?
–Yo creo que ellos valoran mucho al jugador argentino por sus características y cómo se adapta al fútbol inglés. Hace tiempo era muy interesante la comparación con el jugador brasileño. El ingreso de ellos era muy inferior al de los futbolistas argentinos. Y del resto de Latinoamérica lo mismo. El argentino era contratado porque tiene temple, una capacidad para adaptarse al clima riguroso de Inglaterra, cuando quizá la mayoría de los jugadores del continente no la tienen.
–Usted dijo en una charla sobre fútbol que si fuera contratado un jugador inglés por un club argentino sería ovacionado si rindiera bien. ¿Cree que se impondría esa lógica sobre la rivalidad deportiva visceral que hay entre los dos países?
–Dependería bastante de la característica del jugador y pienso en Rooney. El podría llegar a andar porque es un poco como Tevez, tiene carisma, va al frente y es buenísimo. Se mata por la camiseta. Un jugador así, al club al que fuera, sería aceptado. Sobre todo si rinde bien. Pero las hinchadas contrarias lo volverían loco.
–¿La bronca en el fútbol entre ingleses y argentinos es asimétrica? ¿Nosotros les tenemos más bronca a ellos que ellos a nosotros?
–Es más la bronca desde acá, en el sentido de que aparece manifestada en los partidos. En cánticos cuando juega la Selección como “el que no salta es un inglés”. También es lo mismo en algún partido de clubes, si se trata de una fecha de Malvinas. Mientras que allá puede surgir la bronca contra algún jugador, por ahí. Villa y Ardiles la sufrieron cuando fue la Guerra de Malvinas. A partir del primer partido que jugaron cuando se invadieron las islas, todas las hinchadas contrarias los empezaron a chiflar. Ese es un caso muy puntual. Lo que a veces se oye como palabra agresiva dirigida a un argentino es Argie. Pero más que eso, no. Está más presente la bronca acá que allá.
–¿Cuál es su visión sobre los hooligans y la solución que encontraron allá para los problemas que ocasionaban?
–Acá sería muy difícil de imponer la solución británica. Primero tendría que aprobarse que en todos los estadios el fútbol se vea sentado. En Argentina se intentó y fracasó o viene fracasando. No sé si la idea sigue estando. En Inglaterra esto significó elevar los precios de las entradas porque las capacidades de los estadios se redujeron. Yo creo que ese lujo se lo pueden dar en una sociedad como la inglesa donde los niveles de vida y el ingreso per cápita son más altos. Igual generó trastornos, protestas y todavía hay voces que hablan de que no está tan bueno. Acá por idiosincrasia es muy difícil implementar eso. Además, por el contexto socioeconómico actual que venimos arrastrando hace años. La demanda por asistir a los partidos es grande y no creo que por ese lado se pueda controlar.
–En nuestro país las barras bravas mantienen un vínculo muy fuerte con los partidos políticos y los sindicatos. Allá no, y si se manifiesta esa relación es con partidos muy marginales, muy fascistas. ¿Está de acuerdo?
–Totalmente de acuerdo. En Inglaterra lo que se observaba en los 70 era que el nexo entre los hooligans y la política era por el lado de agrupaciones minoritarias de extrema derecha como el National Front, un partido al cual podían verse vinculados algunos hinchas, los llamados skinheads. Me preguntaron una vez si el hooliganismo de los 70 y 80 era algo más radical o más antisistema que lo de las barras acá y yo creo que sí. Eran más contestatarios contra la policía, el sistema, tenían esa forma de manifestarse.
–¿Cómo analiza el nacionalismo exacerbado de la pasión futbolera, que en el caso de Argentina e Inglaterra es como un emblema?
–Ellos tienen esa característica con Argentina y Alemania por razones obvias. Justamente uno de los puntos que me atraía de la temática del libro es que la invasión de argentinos que juegan allá neutraliza bastante la descarga de ese nacionalismo, prejuicios y odios que existe en la rivalidad futbolística. Me llamó mucho la atención que a estos jugadores que van allá, les va muy bien y se produce una especie de simbiosis entre determinados jugadores y las hinchadas de sus clubes. Eso es lo fascinante de la cuestión. Y yo lo relaciono con el efecto que tenían las bandas del rock inglés acá. Esas idolatrías y demás donde aparecen hasta banderas inglesas en los recitales.
–En Inglaterra los clubes son sociedades anónimas o franquicias que cualquiera puede comprar. Como lo hizo el empresario estadounidense John Henry con el Liverpool. ¿Qué pasaría si en la Argentina ocurriera algo semejante?
–No… se armaría un quilombo. Acá sería impensado. Pero ojo que allá, cuando se dan estas compras por parte de grupos extranjeros, hay mucho ruido. A veces hubo hasta barricadas, pero en general está muy aceptado que los clubes sean adquiridos por empresas. Generalmente buscan los hinchas que haya algún ex jugador, o ex técnico, alguien muy arraigado en la ciudad o el club para que forme el comité o board. Elton John, por darle un ejemplo, compró al equipo de su barrio, el Watford de las afueras de Londres, en la década del 70. A veces pasa que un potentado compre al club del que fue hincha de chico.