Lluvia torrencial en un pueblo de la Euskadi profunda. Una pancarta clama por la amnistía para los presos de ETA. Debajo del cartel se ve un auto, y allí dentro, a un grupo de jóvenes cargando sus armas. La cámara viaja hasta un departamento en penumbras. “Hasta la noche”, se despide un hombre de su esposa. Un instante después se oyen los disparos, hay un cadáver sobre la calle, sangre y, especialmente, mucha más agua. El inicio de Patria (que estrenó HBO y también está dispuesta en HBO GO) es de una contundencia brutal. La miniserie de ocho episodios es una adaptación de la novela (más bien fenómeno literario) de Fernando Aramburu sobre las consecuencias que tendrá ese acto en dos familias. Lo del diluvio tiene su explicación múltiple. Como alegoría, por lo geográfico e icónico, pero también por su peso en la narrativa. “Quise trasladar a la pantalla eso de que te fueras empapando de la historia hasta que no pudieras salir de ella”, asegura Aitor Gabilondo, el creador de la miniserie, entrevistado por Página/12.
Patria sigue la historia de Bittori (Elena Irureta) y Miren (Ane Gabarain). Dos viejas amigas a quienes ese crimen las pondrá en veredas opuestas. La primera es la viuda de Txato (José Ramón Soroiz), un empresario que ha sellado su suerte al no pagar el impuesto revolucionario reclamado por la organización separatista. La otra es la aguerrida esposa de un obrero metalúrgico, Joxian (Mikel Laskurain). Más que una etnografía social o una crónica sobre el conflicto vasco, la entrega despliega el drama íntimo y humano de estos clanes irreconciliables. Conflictos que, a su vez, también son generacionales y de clase: los hijos y las hijas de ambas suman más aristas a este melodrama. A Nerea (Susana Abaitúa) y Xavier (Íñigo Aranbarri), el asesinato de su padre los convirtió en parias en su propio suelo. Por el otro están el buenazo –y desaparecido- de Gorka (Eneko Sagardoy), Arantxa (Loreto Mauleón) quien vive con su madre paralizada por un ACV y el etarra Joxe Mari (Joan Olivares).
Narrativamente está dividida en dos tiempos, hacia mediados de los ’80 y en 2011, tras la declaración pública de la organización de abandonar la lucha armada. La decisión de Bittori de volver al pueblo abre heridas. Miren, cuyo hijo mayor aún cumple una pena por terrorista, tampoco muestra intención de suturar el pasado. El showrunner de la serie asegura que ETA es una coyuntura inevitable y dolorosa para el relato pero que no es lo fundamental. “ETA opera de fondo. Me propuse apuntar las veces que mencionamos directamente a ETA en la miniserie; todavía no lo he hecho, pero sé que no son tantas. Patria no va de ETA. Va de la violencia, de cómo se digiere todo lo que ha pasado, de lo que tienen que hacer las personas y la sociedad en su conjunto. Creo que no podemos dejar el resentimiento como herencia. Uno de los motivos por los que ha persistido aquello por tantos años en Euskadi es por creer que una sangre derramada es más pesada que otra”, opina Gabilondo.
Para el oriundo de Donosti, Patria es un proyecto que toca fibras de su propia infancia. Lo demuestra el hecho de haber adquirido los derechos para su adaptación en el 2016, a poco de la primera publicación de la obra de Aramburu que hoy ya lleva más de 30 ediciones. Sin embargo, la realización tuvo sus idas y vueltas. El mayor contratiempo se produjo con la desvinculación de Pablo Trapero como uno de los directores. Las diferencias creativas con el director de El Clan no tardaron en aparecer. “HBO y yo teníamos muy acotada la historia y cómo la queríamos contar. No fue tan difícil porque teníamos las ideas claras de la historia a relatar desde el principio. Más allá de ese retraso, a lo que luego se le sumó el Coronavirus, no significó un cambio mayor”, asegura.
El estreno, por su parte, también estuvo envuelto de discusiones. La más sonada surgió por una campaña promocional de HBO con imágenes que equiparaban la violencia estatal con la del terrorismo. “Habría que cambiar la idea de polémica por la de debate”, lanza el realizador. Patria, claramente, no es, ni intenta, ser un producto ligero. Es un melodrama intenso, y con varios puntos de vista, acerca de las secuelas de un acto sanguinario. Despertó loas, críticas y hay quien dijo que se trata del “retrato audiovisual más completo y certero sobre ETA antes, durante y después de los años de plomo”. Gabilondo toma distancia. “Ni Patria es el relato definitivo, ni creo que pueda existir algo así. Ojalá haya otras miradas que complementen este punto de vista”. Para Gabilondo, lo central es el proceso emocional de estas dos mujeres cruzadas por años de peleas, veneno, duelo, lucha armada, familia y violencia.
-En el País Vasco el matriarcado está enraizado culturalmente y justamente el punto de vista más importante en esta historia es el de las dos mujeres. ¿Por qué esa decisión?
-Se lo dije al autor. A su libro lo tendría que haber titulado “Matria”. Es evidente. El matriarcado vasco es una realidad. Uno de los grandes intereses de este proyecto provino de los personajes de Bittori y Miren que me recordaban a mi madre, a mis tías y abuelas. Hablaban igual. Son mujeres que mandan mucho. Mandan desde la tumba. Hablamos de la madre, de la patria, de la tierra, con estas mujeres que son generadoras de vida y son también las que tienen el poder de decidir si pueden parar con este ciclo de violencia y dolor. Si hacen eso se puede continuar con la vida. Todas están bajo su acción. Sus maridos, los hijos y las hijas con quienes tienen sus relaciones más intensas y problemáticas. A las mujeres las tratan con una dureza que no es la misma para sus hijos. Yo le llamo cariño áspero.
- La novela de Aramburu fue muy elogiada por su carácter coral. Está el narrador omnisciente pero también las voces de los nueve integrantes de las dos familias. ¿Cómo fue el proceso de adaptación?
-A mí lo que más me interesaba de la novela eran las acciones, los personajes, y muy especialmente la estructura por sus perspectivas. Eso es tan crucial como lo que sucede. Lo que se narra no me sorprendió tanto porque todo tiene eco con la realidad que conozco. A los que somos de allí, las historias nos son familiares, como que te las contaron u has oído sotto voce, ¿no? Una vecina, una prima, un tío, todos te han contado o vivido alguna historia similar. La estructura de cambiar de perspectiva para ir completando el cuadro al principio te da una sensación de ligereza. Y después como el txirimiri, nuestra lluvia, el calabobo, se te iba empapando, empando y empapando hasta que te pesaba mucho. Yo creo que eso me llamó la atención. El cómo. Lo que pasaba en aquellos años era algo de lo que no te podías despegar.
- El viaje narrativo opera en dos épocas, a veces es un diálogo entre escenas y en otras es un golpe. Lo mismo sucede desde lo visual. ¿Cómo fue esa construcción estética?
-Con Félix Viscarret y Oscar Pedraza, los directores, dividimos la historia en dos grandes partes, ese presente de 2011 y luego el pasado que englobaba unos cuantos años. El pasado debía ser más vibrante e intenso, más duro si quieres, los personajes hablan entre ellos y la cámara es enérgica. En el presente son mayores, están más solos, los espacios son más grandes y la cámara está más calmada. Uno es más reflexivo y el otro más de acción.
-¿Por qué se optó por esa estructura narrativa que difiere de la del libro?
-La serie habla de la memoria. Y lo difícil, lo dificilísimo que es mantener un equilibrio para las personas y para la sociedad. ¿Cómo dosificas la memoria? ¿Cuánto hay que recordar u olvidar para poder continuar? Esa es la clave de la historia. No se puede progresar olvidando todo lo ocurrido. Ni lo contrario. Son dos obstáculos muy fuertes en los personajes. Su lucha es querer saber la verdad pero también poder dejar de lado. Esa pugna es la esencia de la serie. Y son dos mujeres de la calle sin formación, ni agenda o intereses más allá de sus emociones. Es un reto para ellas saltar estos obstáculos. Y por eso hay que mostrar con crudeza los motivos por los que están sufriendo tanto.
-La expectativa generada por Patria ha sido enorme. Es comprensible por cómo ha calado el libro de Aramburu. Y también hubo polémicas por la promoción. Recuerda a lo que sucedió con Pelota vasca, el documental de Julio Medem, hace ya unos cuantos años. ¿Estaba preparado para ello? ¿es imposible tratar estos temas desde lo artístico sin generar altercados?
-En el caso de Pelota vasca era más fuerte porque ETA aún estaba activa. La polémica nace cuando se pretende tomar una posición totalizadora. Yo no lo pretendo. Ni creo que Julio Medem lo haya intentado. No es el relato definitivo. No sería justo. La historia ha sido muy larga y compleja. Ha afectado a muchísimas personas de manera distinta y lo que estamos contando hoy no fue igual hace diez años, veinte, treinta o cuarenta. Lo importante es no dar cátedra. Hay algo muy obvio. Duele mirar nuestra realidad. Y duele de verdad. Hay que poder mirarla con los dos ojos bien abiertos.