De la misma manera que sucede con el petróleo, alrededor del litio se generan disputas geopolíticas que cruzan los intereses de diversos Estados alrededor del mundo. El propio Evo Morales señaló que las luchas en torno a este bien estratégico operaron como uno de los factores que podrían explicar el golpe a su gobierno en noviembre de 2019. Desde aquí acusa a EEUU como la nación que orquestó esa jugada desde las sombras. En el presente, las privatizaciones podrían poner fin al desarrollo de escala industrial que encabezaba el gobierno plurinacional boliviano en los años recientes. Los sectores de poder afines a la actual mandataria interina Jeanine Añez procuran conducir a Yacimientos de Litio Bolivianos (YLF) a la quiebra y, en efecto, abrir las puertas de par en par para el desembarco de capitales externos. Resulta que desde una mirada prospectiva, en el mediano plazo, el litio podría desplazar a los combustibles fósiles y ser la llave del reemplazo de la matriz energética del planeta. La producción de baterías eléctricas y recargables representa uno de los mercados más atractivos.
Argentina, Chile y Bolivia, con sus salares en Hombre Muerto, Atacama y Uyuni, concentran el 70 por ciento del litio disponible en el mundo y conforman el denominado “triángulo del litio”, región envidiable a los ojos de las voraces corporaciones globales, ávidas por explotar el recurso y saquear el “oro blanco” de la región. Para Bruno Fornillo, doctor en Ciencias Sociales (UBA) y en Geopolítica (Universidad de París 8), la intromisión de Estados Unidos puede relacionarse con la primacía China en el reluciente mercado de las energías renovables. “Efectivamente, hay algo que se juega en relación a la tensión que existe entre China y EE.UU. De manera reciente, Bolsonaro se alineó con Trump para avanzar en la instalación de las fábricas de vehículos eléctricos de Musk en territorio sudamericano. China, por su parte, desde 2008 está a la vanguardia del paradigma energético y lidera el mercado de automóviles eléctricos. El 43% del rubro es dominado por el gigante asiático, que produce casi la mitad de lo que se fabrica en el planeta”, plantea Fornillo.
Los intereses no solo comprometen a jefes de Estado sino también a líderes de imperios privados. El afamado Elon Musk, magnate de EE.UU., además de protagonizar el mapa aeroespacial en los últimos años también, desde Tesla, promueve la expansión de la fabricación de autos eléctricos. ¿Y cómo funcionarían estos vehículos? Gracias a las baterías de litio, claro. La actual mandataria boliviana está a favor de las inversiones privadas y pretende horadar el programa de desarrollo doméstico que fomentaba Morales (con la apertura de nada menos que 40 plantas de cara al 2030). Nada nuevo: históricamente las oligarquías locales en Latinoamérica han articulado esfuerzos y habilitaron la intromisión de actores económicos extranjeros. Jugadores –ahora globales– cuyo único objetivo es la obtención del máximo rédito posible.
“La primacía de China es indudable, pero no se corresponde con la enorme publicidad que tiene Musk”, afirma el investigador del Conicet. De hecho, en el marco de las investigaciones científicas, según Scopus (base de datos bibliográficas de referencia mundial), los investigadores de China producen más artículos y trabajos vinculados a las baterías de litio que los realizados por los científicos de EEUU.
Para Fornillo, la comprensión del golpe de Estado en Bolivia como “el golpe del litio” presupone una mirada muy esquemática y lineal del fenómeno. La realidad es un tanto más compleja. “El litio fue un factor que influyó pero también lo hicieron otros. Creo que, más bien, fue una avanzada generalizada sobre los gobiernos que no estaban alineados con la política de Washington. EE.UU. trazó un camino, un derrotero para Latinoamérica y lo consiguió con mucha facilidad con la Argentina de Macri, con el Brasil de Bolsonaro y luego con una Bolivia sin Evo”, relata. Estados Unidos no solo se concentra en el litio boliviano sino también observa con atención otros que le resultan estratégicos: el hierro, el gas y el estaño son piedras preciosas para estos tiempos.
“Desde mi perspectiva, el litio en el golpe de Estado en Bolivia constituyó un condimento más. Es una nación muy rica en otros recursos fundamentales como el gas. La explotación del litio en esta nación estaba muy lejos de estar avanzada”, dice Victoria Flexer, doctora en Ciencias Químicas (UBA) e Investigadora del Conicet en el Centro de Investigación y Desarrollo en Materiales Avanzados y Almacenamiento de Energía de Jujuy. En el campo de la mineralogía se suele marcar una diferencia clave: por un lado están los recursos, que son activos que cada nación tiene y podrían ser aprovechados en algún momento pero no están listos para ser explotados; por el otro, se encuentran las reservas, que remiten a la fracción de los recursos económicamente viables a corto plazo. En esta sentido, lo expresa la especialista en producción de tecnologías sustentables para la extracción de litio en el norte del país: “La mayoría de los depósitos bolivianos son recursos y no reservas. Sus características lo vuelven muy difíciles de explotar con las técnicas actuales, su procesamiento no resulta económico. Y un aspecto que complica aún más las cosas es que no es un país con el desarrollo tecnológico y científico con que cuenta Argentina o Chile”.
La tecnología autóctona, narra Flexer, se basa en evaporación de agua a cielo abierto y, en efecto, se halla muy sujeta a las condiciones climáticas (vientos, precipitaciones anuales) de los terrenos. Otra desventaja para Bolivia es su composición química: “Tiene mucho litio pero también muchísimo magnesio y este material, por sus características, complica la extracción del primero”, apunta y continúa: “Hasta el momento nunca tuvieron un producto para vender en grandes proporciones. Cuentan con una pequeña planta piloto desde la que han generado buenos resultados pero existe una distancia muy grande con el escalado industrial al que pretenden llegar. Si en el futuro cercano Elon Musk pretendiera llevarse todo el recurso de Bolivia, no la tendría nada fácil”. Por último, redondea su argumento de la siguiente forma: “De hecho, le convendría ver qué ocurre en Argentina, dónde las condiciones son mucho más amables. Nuestros salares tienen mejores condiciones químicas, climáticas y de infraestructura de acceso y transporte de los camiones. No me interesa que venga Musk, pero no me cierra la idea de que el golpe a Evo haya sido solo por el litio”.
En Bolivia, el fomento del control litífero en manos públicas fue propiciado por las comunidades locales en 2007. El Poder Ejecutivo tomó esa propuesta y la consideró uno de los nueve proyectos estratégicos del país. A partir de aquel momento, el Estado pasó a controlar las reservas de Uyuni, generó sus propias técnicas de extracción y creó la empresa Yacimientos Litíferos Bolivianos (YLB), lo que muestra el valor que le da a ese mineral. Como si fuera poco, generó un contrato con una empresa alemana (ACI Systems) mediante el cual se propusieron producir la química secundaria y las baterías para destinar al mercado europeo. La socia se comprometía a proveer su capacidad técnica, la mitad del capital y acceder al control del 49 por ciento, mientras que el Estado boliviano se quedaba con el 51. Parecía una buena idea, pero llevarla a la práctica suele ser lo más difícil. “Concuerdo con Victoria. A Bolivia le costó porque no tenían tradición ni capacidad tecnológica. Sin embargo, me gustaría rescatar lo siguiente: consolidaron una técnica de extracción propia, una articulación fina entre política estatal, sector científico y proyecto industrial. Como si fuera poco, con Evo ya habían trazado lazos fuertes con actores de peso. Los alemanes no suscriben a cualquier proyecto, sino a los que creen que funcionarán. Y Bolivia tenía buenas chances para funcionar”, apunta Fornillo.
Transición energética
En la actualidad, los grandes debates asociados al cuidado del medio ambiente y al calentamiento global giran en torno a la promoción y al desarrollo de las energías limpias como una posible estrategia para revertir la situación del planeta. El conflicto es bien conocido: por un lado –representados en la voz y el cuerpo de Donald Trump– se encuentran los partidarios de continuar con la extracción indiscriminada de recursos como el petróleo y el carbón, en la medida en que hay grandes intereses industriales y financieros comprometidos; por otra parte, se hallan los partidarios de aprovechar las bondades de la naturaleza para desarrollar opciones que sean redituables pero que no continúen dañando al medio ambiente. Sobre todo porque hay insumos que una vez desperdiciados jamás regresan. En el medio de la tensión, el factor económico emerge como uno de los principales argumentos de la renuencia del presidente de EEUU para modificar el rumbo de su matriz productiva.
La transición energética es un concepto clave para el desarrollo global del siglo XXI y consiste en desfosilizar las matrices energéticas para emplear las fuentes renovables. Su puesta en marcha obedece a la finitud de los combustibles fósiles, como el petróleo, el carbón y el gas. En apenas dos siglos y medio, a partir de la Revolución Industrial, los humanos han consumido la energía que el planeta acumuló durante millones de años. Aunque las energías no convencionales comiencen a ganar terreno, nunca alcanzarán la potencia de las tradicionales, pero al mismo tiempo tienen una ventaja comparativa: en el futuro volverán posible la descentralización y democratización de los sistemas en la medida en que cada nación tendrá las posibilidades de producir aquello que consuma. La transición es un proceso que hay que atravesar y, en este sentido, las baterías de litio cumplen un rol fundamental en el armazón de un nuevo modelo de desarrollo, que supone la concepción de una sociedad no consumista, radicalmente equitativa y ecológicamente sustentable. La industria verde representa un mercado de cifras descomunales: sin ir tan lejos, para 2030 China espera exportar 400 mil millones de dólares.
“El litio es un prisma privilegiado para pensar la transición energética y un nuevo modelo de desarrollo. Sirve para estudiar cómo funcionan las políticas de extracción de minerales en un país; para advertir cómo funciona el crecimiento en la cadena de valor en proyectos nacionales estratégicos; para analizar de qué manera se articulan la ciencia, la tecnología, la industria y la política; así como también para explorar cómo son las relaciones entre las diferentes escalas del gobierno (municipal, provincial y nacional), y el accionar de las comunidades locales y originarias”, explica Fornillo.
¿Qué pasa a nivel local?
Durante la administración macrista, Argentina se erigió como el país que ofrece las condiciones más ventajosas para que las corporaciones globales, ávidas de contar con el insumo, se instalen en el territorio. En el presente, hay 56 proyectos de extracción litífera en salares de Catamarca, Salta y Jujuy. El litio se rige por el código minero menemista, que ofrece amplias facilidades y garantías para el establecimiento de empresas extractivas internacionales porque las regalías que pagan son exiguas. No tienen restricciones para la exportación directa del carbonato de litio, por eso todos los salares del país tienen pedimentos (término técnico para un pedido de permiso sólo de exploración) aunque no estén explotados.
Se genera, de esta manera, una suerte de mercado financiero inmobiliario. Solo Jujuy intentó tener un control mayor, ya que hay una empresa provincial y tiene porcentajes mínimos de algunas de las explotaciones. No obstante, es muy poco lo que se puede hacer sin una política de Estado. De esta manera lo sintetiza Flexer: “En Argentina no hay ninguna regulación, de hecho, cualquiera que tenga intenciones de explotar puede hacerlo sin problemas. Con velocidad, cualquier grupo foráneo podría conformar un grupo de ingenieros y otros profesionales y llevarse el recurso”, remata.