“No estoy… ¡ahí estoy!”. Así empieza una noche más en el streaming de Luciana Jury. La señal audiovisual la capta lúcida, con sus lentes finos y un moño enorme que hace las veces de auricular. El fondo de la imagen da a un ángulo de su cuarto, en su hogar suburbano. Se ve media ventana, dos cuadros de su padre Zuhair y ella abrazada a una de las tres guitarras que capta la cámara. “Nos ha cambiado muchísimo la vida”, dice al público de su youtube personal, mientras bebe agua con jengibre y cúrcuma. “Y es por eso que nos tenemos que reestructurar… de repente hay que armar un escenario en nuestras casas”. Son las primeras palabras del ciclo de los miércoles que la enorme cantante y compositora dio en llamar “Canciones desde el rancho”. La primera que suena es una que hace un montón no canta: “La madrugada”, rica pieza de Carlos Gardel, que además sirvió de título para su anteúltimo disco.
Hay gente de San Luis escuchando. Hay alguien de Córdoba que se anuncia mientras lava los platos. Se oye el ruido de las motos de los motoqueros de Tortuguitas, donde planta el rancho. Aparece una tal Liliana tomando té verde. También que dice estar en la cama con los perros. Escenas de la vida cotidiana de los días que corren hoy, mientras Luciana canta. Ahora le toca a “Pobre mi negra”, pieza anónima que Leda Valladares y María Elena Walsh ayudaron a sacar del arcón del olvido. La versión sale dotada de esos profundos y abismales quiebres de voz, una marca registrada ya en el latir de la Jury. No es el primer miércoles que pasa. Ya pasó uno "a la carta", otro que destinó a revivir en formato on line El veneno de los milagros, disco que grabó con Gabo Ferro en 2014, y ahora pasa éste, una especie de "a la carta" volumen II. Y este miércoles, a las 21, tocará todo La madrugada, disco epónimo del tema, y antecesor inmediato de Abrazo, flamante trabajo que la cantora presentará el 9 de octubre, mediante un streaming –con banda incluida-- desde el Teatro Roma de Avellaneda.
Vuelta. De repente, se corta el sonido. La cantora estaba leyendo la primera parte de “Carta a Uriel”, cuya pluma pertenece a la de su invitada: la artista trans Susy Shock. Se complica un rato. La Jury, solitaria en la pantalla, hace señas con las manos sobre sus oídos. ¿`No se escucha`?, pregunta como si fuera un mimo. Hay que adivinar. La pilotea. No desespera. Vuelve: “A ver, ¿ahí me escuchan?, bueno, estos no son los estudios de la TV pública, a ver, esto es todo a pulmón”, descarga, mientras recibe a la Shock. Larga y nutritiva charla entre ambas. Tanto que van casi ochenta minutos y de música apenas hubo las dos piezas del principio. La conversa se corta un par de veces más. Dos huecos silenciosos que ahora sí ponen un poco tensa a la Jury –la velocidad con que prende el cigarro es prueba visible--, hasta que retorna y da las explicaciones del caso: “Algo pasa con la máquina que se cansa de laburar. Hay que apagarla y volverla a prender… estoy como si estuviera en el Apolo 13”, se ríe. Sincera y total.
El set de canciones del rancho retoma su cauce hora y media después del principio. “Arriba el arte de compartir”, se lee de otro comentario, y la Jury comparte. Toma nuevamente el brebaje para bienestar de su garganta. Suena otra que también hace mucho que no canta: una adaptación personal de la antiquísima canción infantil, o al menos que se le cantaba a los niños y niñas de antaño: “En un bosque de la China”. “Son tesoritos perdidos en el tiempo que a veces me gusta sacar a relucir”, justifica. Y sigue. Pasa a una fraternal, conmovedora y sentida versión de “La amorosa”, zamba de Oscar Valles y los Hermanos Díaz. “Qué adrenalina este estado”, tira entremedio. Y presenta la próxima: “Voy a cantarles una canción que vengo tocando hace mucho tiempo, y me ha dado muchas satisfacciones". Julia Ferro, mítica autora de “La resentida”, zamba abismal. A propósito, recomienda un post de Silvia Majul sobre ella, y encara: “Si mi negra me abandona, lloraré toda la vida… dice que no me perdonas / la resentida, la resentida”, bellísima en su melancolía. “Gracias por tu bella interpretación de esta zamba lésbica”, escribe alguien, y ella responde: “En mí todo suena un poco lésbico” –ríe--, “Como por ejemplo esta ranchera antigua, a punto tal que es anónima: ´Rancho chileno´”.
Tras ella deviene una seguidilla concatenada entre “Taquirari de fuego” (Chango Rodríguez); “Gatito e´las penas” (Raúl Carnota); “Ven acá, regalo mío”, cuenca bien cabrona de Violeta Parra, la hondísima “Tonada del Cabrestero”, de Simón Díaz, y así un tendal de gemas que equilibra la escases musical de la primera parte, y desemboca en la toma intempestiva de un charango. Ella se vale de él como en trance de cortejo de amor para impregnar la noche de una emotiva versión de “La caraqueña”, tremenda cuenca de Nilo Soruco. Luego termina. Expira una bocanada de aire calmo, y se despide con una frase acorde a lo vivido: “Sean felices… buena vida y poca vergüenza, como dijo Susy Shock”.