La verborragia de Paul Higgs cruza rasante el Río de la Plata a través del parlante del teléfono con una intensidad contagiosa. Recluido en su casa familiar de Montevideo, este paladín del indie uruguayo vibra como una fuerza contenida en el tiempo y en el espacio por culpa de la pandemia. "Estoy buscando ya hace un tiempo esa cumbre, un desafío físico y mental", dice Higgs con las ansias de un recluso, haciendo flamear una voz teatral digna del célebre Cupido de Much Music.
"Estoy haciendo un trabajo de investigación y experimentación. Quiero desafiar los paradigmas establecidos de la canción, pero que todo eso logre ser audible y nutritivo", dice Paul, quien en términos formales nació en 1993 en Montevideo, es hijo del guitarrista Lulo Higgs (integrante, entre otros proyectos, del grupo charrúa Días de Blues), y cabecilla de Algodón, banda referencia del último under pop uruguayo con la que grabó una pila de discos.
Pero Paul prefiere ponerlo así: "Soy un espíritu felino que proviene de la era egipcia, que tras varias reencarnaciones se halla en este cuerpo físico llamado Paul Higgs. Nací en este mundo nuevamente en el '93, hace poco cumplí 27 años y he grabado un montón exagerado de discos, producido bandas, hecho recitales, todo lo relativo a la música y sus aledañas actividades".
De Frank Zappa a Bob Esponja
Con su grupo de siempre en stand by, listo para activarse cuando la luz en el cielo lo indique, y radicado felizmente en Buenos Aires hasta el estallido de la covid-19, Paul Higgs viene de lanzar este año Astucia, su primer disco solista en términos formales, en el que refleja su existencia peculiarmente pomposa e inquieta.
Bajo el ala del sello Queruza, con producción de Luis Balcarce (guitarrista de Banda de Turista y uno de los responsables de ese colectivo que también agrupa a bandas como Las Sombras, Fransia y Los Siberianos), Higgs trabajó su trip mental anclado en el pop, el funk y la psicodelia, con guiños posibles a Lennon, Spinetta, Zappa e IKV.
Es una obra zigzagueante, compleja pero pegadiza en su histrionismo fraccionado y progresivo. "Este es un primer acercamiento a mi idea de vanguardia pop: que sea de experimentación pero que también sea como ver la película Memo", avisa. "Sucedieron un montón de cosas en mi vida por las cuales el Corvette que manejaba terminó estacionando unos kilómetros más cerca de playa vanguardia que de playa pop, ¿se entiende? Pero la búsqueda es infinita. Capaz que ése es mi motor, el de no estar nunca conforme. Eso me motiva mucho, es como nafta de alto octanaje."
Atravesado por el imaginario psicodélico de finales de los '60 y los '70, de Funkadelic, Parliament y Hendrix, pero también por la psicodelia hogareña de una infancia viendo a Bob Esponja y Las Chicas Superpoderosas, el pop mutante de Higgs suena a su propio manifiesto de época; uno que vibra fuera de fase con las tendencias livianas de la música de moda, como lo expresa en La base de trap, una de sus últimas canciones.
Un músico fuera del tiempo
"Gran parte de mi obra surge del sentirme derrotado, de sentirme dejado de lado, del no importar, de creer que voy a morir de incógnito y que tal vez sea reconocido en cuarenta años y no haya podido disfrutar de ese reconocimiento. Andá a saber si eso es importante o no, pero en una especie de pensamiento mundano lógico sí lo es", analiza Higgs.
"Desde ese lado derrotista, he sentido muchas veces que lo que hago ya fue, esta especie de música que considero sincera, concisa, nutritiva como el açai, esa fruta violeta que se come en Brasil. Todo agarró para otro lado, y yo me parezco a George Harrison y me caben los zapatos con plataforma que usaba Zappa en el '73 con la Mothers of Invention. Mi imaginario más cotidiano y las cosas que me atraen son otras. Y en el mundo actual ya no importan y capaz que ya réquete fueron, ¿viste?"
Dentro de esa situación de permanente discordia con su tiempo es que es Paul Higgs edifica su gracia y valor, cargando de sobreinformación y sentido musical sus canciones, luciendo un bigote setentero en la cara y vistiendo como un freak bien fotogénico telas brillosas y plataformas al estilo Prince, para despegarse discursivamente con determinación y alevosía de un presente que tiende a estandarizar los contenidos para su uso –y desuso– veloz.
"Hay mucha juventud complaciente que sigue dándole de comer a Voldemort. Es como ese consumo de papitas y chizitos, como si fuésemos vacas. Eso es contra lo que canto en la canción del trap. No es necesariamente contra el género y sus canciones y gran parte de sus artistas, es contra ese consuma ciego de nuestra humanidad", dice Paul.
"En una época no quería ni tener celular, pero llegó un momento en que me tuve que amigar con todo esto, porque sino iba a ser solo un sufrido. En el momento en que me amigué, me empecé a nutrir yo del kiwi que el mundo me brindaba también. Porque hay cosas hermosas en todo, hasta en lo que no me gusta. Hay cosas fantásticas de las cuales aprender."