“Quizás el verdadero horror es revisar cómo es hoy la vida de los trabajadores golondrina de la yerba, cómo viven las comunidades aborígenes en la actualidad y cómo la violencia de género no ha dejado de cobrarse víctimas ni un solo día”, dice Laura Casabé a propósito de Los que vuelven, su tercera película después de El hada buena, una fábula peronista (2009) y La valija de Benavídez (2016). Los que vuelven se estrena este jueves en Cine.Ar TV. En sus películas previas, Casabé había rozado el género fantástico, en el primer caso con una suerte de grotesco histórico-funambulesco, en el segundo desde un realismo enrarecido, a partir de un cuento de Samanta Schweblin. En Los que vuelven y construyendo una leyenda popular --la de La Iguazú, entidad femenina que tanto puede ser benefactora como enormemente destructiva-- Casabé se arroja resueltamente en aguas del terror. Aunque la suya no sea una película “de miedo” sino una en la que la política histórica, social y de género tienen un peso tal que permiten ver toda la fábula desde ese ángulo.
Film de “vueltos a la vida”, pero no de zombis, la película de Casabé --presentada en la última edición del Festival de Mar del Plata-- entronca en una corriente que tiene al film y la serie francesa Les revenants (2004, 2012) y las series estadounidenses The Returned (2015, remake de Les revenants), Resurrection (2014/2015) y Glitch (2015/2019) por posibles referentes. Hacia fines del siglo pasado en plena selva misionera, trabajadores de un yerbatal desaparecen y días más tarde vuelven, pero exhibiendo daños corporales y con una actitud semejante a la de animales salvajes. ¿Tendrá esto algo que ver con la explotación de los mensúes a manos del hombre blanco, del abuso de uno de ellos a una mujer nativa?
-En La valija de Benavídez tratabas temas propios del cine de terror, con una especie de secta comandada por un médico oscuro y alucinaciones paranoicas del protagonista. Ahora ésta. ¿Tenés un interés particular por el género?
-Me interesa mucho el lenguaje que propone el cine de género (en este caso el cine de terror) para abordar diferentes temáticas, sociales, familiares. Me resultan muy atractivos sus recursos formales, las herramientas visuales y sonoras que propone. Me gusta trabajar a partir de la sugestión, de lo oculto, meterse, crear un relato atmosférico que sea como un viaje, y me interesa eso que es muy propio del terror y es que puede ser una experiencia inmersiva y sensorial. Disfruté mucho de ese tipo de experiencias cuando era chica, sea en el cine o en la tele de la casa de mis viejos. Me gusta trabajar con la hipótesis del qué es y dónde está lo verdaderamente monstruoso. Cargo muchas referencias de todo lo que vi, sobre todo cuando era adolescente y por lo tanto más permeable. Adoraba la catarsis que me producía el cine de terror. Sí creo que hay diferencia respecto a cuando era más chica; hoy me interesa casi exclusivamente el terror social, un término que se acuñó quizá más en el último tiempo, y que lo encuentro muy representativo de lo que me gusta y lo que me gustaría seguir explorando. Sobre los miedos colectivos que surgen del contexto histórico y social.
-¿Hay algún cineasta o vertiente genérica que te interese en particular?
-Una película que me pegó mucho es Yo caminé con un zombi de Jacques Tourneur. También la saga de zombis de George Romero o algunas o películas de John Carpenter, como La niebla. En las dos películas creo que hay algo de Polansky, con La valija de Benavídez revisé Repulsión y con esta nueva El Bebé de Rosemary. Hay de hecho una cita directa a esa película que me encanta. En literatura, recientemente fue fundamental para mí la lectura de los cuentos de Mariana Enríquez, de quien en este momento estoy trabajando tres cuentos para un próximo largo. La fascinación por ese tipo de relatos y de climas me llevó a tratar de hacer películas en esa línea.
-En términos sociales y políticos la historia es muy actual. ¿Qué te llevó a hacer de ella un film de época?
-Siempre supimos que queríamos hacer una película de terror rural en ese momento preciso de Argentina, los años que siguieron a la Conquista del Desierto y que terminaron con la aniquilación de los pueblos originarios. Sabemos que nuestra nación se afirmó y constituyó sobre una idea eurocéntrica y al precio de la muerte cultural de los pueblos originarios. Esa era la premisa inicial, pero cuando decidimos contar la historia en Misiones nos interesamos por el proceso de colonización de esa región particular. La formación de los yerbatales y sobre todo el trabajo de los mensúes, que era de una crueldad absoluta. No muy distinto, por no decir igual, a las condiciones laborales de la actualidad. Y de eso se trataba, uno de los motores fundamentales para elegir hacer una película de época es que el verdadero horror reside en que cien años después todos estos temas están vigentes y nada cambió demasiado. Pero por otro lado también queríamos hacer un melodrama familiar, que es el eje central de la narración. Pensar o reflexionar cuál era el lugar de la mujer en ese contexto colonial. La mujer nativa y la mujer blanca.
-¿La leyenda de La Iguazú existe realmente?
-Me lo preguntan tanto que casi siento como una desilusión al decir la verdad, pero no existe. Está escrita en función de las necesidades del guion. Sí investigamos mucho sobre de las leyendas guaraníes, pero hay una combinación con mitos locales y nuestro bagaje de referencias. Hay algo del cuento sajón La pata de mono hasta Cementerio de animales de Stephen King. Lo que sí existe es la leyenda de Kerana, la reina del sueño, secuestrada y violada por el espíritu del mal que concibe a siete demonios que se esconden en la selva. Uno de ellos es el famoso Kurupi, abusador de mujeres. Por eso le dimos ese nombre al personaje de Laly González, que es la protagonista del film paraguayo 7 cajas.
-Teniendo en cuenta que para catalogar a películas como Piraña, Cujo o las australianas La última ola y Largo fin de semana se recurrió al concepto de “terror ecológico”, ¿podría hablarse en este caso de "terror etnográfico”?
-Terror etnográfico es buenísimo, ¿por qué no? Pero en lo personal prefiero seguir etiquetándolo como terror social y algo de ecológico, también.
-A propósito de la mención a la Campaña del Desierto, ¿podría verse a Los que vuelven como una fábula de venganza histórica?
-Sí, hay una referencia y una idea, una fantasía de revancha y empoderamiento. De hecho La vuelta del malón, un corto mío de hace unos diez años que es el origen de la película, descansa sobre esa premisa. Pero después cuando el proyecto se mudó a Misiones reformulamos el guion completo y ya no nos alcanzaba con ese eje. Incluso no estábamos del todo de acuerdo y por eso trabajamos sobre la idea de una tragedia familiar y una venganza personal, la de Kerana. Los que vuelven no son necesariamente muertos que buscan vengarse, en cualquier caso vuelven los sometidos, los desterrados, los abusados. Los poseídos son una respuesta al desasosiego causado por una vida cruel y deliberadamente violenta. La que sí vuelve a buscar aquello que le expropiaron es Kerana y en ese viaje sucederá, como en una película clásica, la venganza sangrienta contra quien abusó de ella.