Una carpa azul en el medio de Victoria Park. Un disco que se había filtrado en la red (y un grupo que tomaría nota de eso para experiencias futuras) y ya le quitaba toda esperanza a quien esperaba un OK Computer 2. Un show "secreto" que agotó tres funciones en un suspiro. Una Londres muy lejos todavía del Brexit, lejos de los atentados de 2005, en la que Oasis acababa de despedir a dos integrantes históricos, Blur daba sus últimos shows antes de una larga pausa y Pulp aún disfrutaba las mieles del soberbio This Is Hardcore. Y Radiohead agarraba del cogote a su propio futuro con un disco tan desafiante y jugado como Kid A.
La única duda que existía entre las 10 mil personas en la carpa era cómo se conjugaría en vivo un material tan diverso como el de The Bends, OK Computer -un suceso que llevó a Thom Yorke a querer desaparecer completamente- y el nuevo álbum. Power pop guitarrero, psicodelia espacial y un desquicio electrónico de melodías huidizas y sonidos de Ondas Martenot. La banda debía poner en marcha una licuadora turbo.
Y entonces sonaron "The National Anthem" y "Morning Bell", y se enlazaron con "Airbag", y al rato era "Karma Police" y "Paranoid Android" y después "Idioteque" y en los bises "Fake Plastic Trees", y se evaporaron todas las incógnitas. Radiohead no necesitaba ninguna licuadora, tenía todo eso asimilado en sus cabezas y lo hacía fluir naturalmente. Los shows en Grove Road mostraron a un grupo decidido a hacer únicamente lo que tuviera ganas, aunque a su alrededor se pasara de definirlos "la mejor banda del mundo" a gastarlos como reyes del ruidismo.
Radiohead abordó aquellas primeras presentaciones de Kid A con actitud minimalista, casi abstraída, volcada a que la música fuera su más contundente declaración de principios. Jonny Greenwood se doblaba sobre su guitarra como en un diálogo secreto, pero lo que salía de los parlantes impactaba con la fuerza de un búfalo... y después se sentaba ante el Ondas Martenot para impulsar a la carpa hacia el espacio; Colin Greenwood y Phil Selway construían una base clásica y de pronto se sumergían en un entramado hipnótico. Al centro, Yorke era una figura inquietante, temblorosa pero capaz de alcanzar hasta el último rincón del lugar con un extraño efecto hipnótico, saliendo de una melopea neblinosa hacia un verso rasgado, una explosión emotiva. Fueron dos horas de show, pero todos perdieron la noción del tiempo.
En aquellos días, "The Tube" (el subte) lució fotos de los cinco músicos, sin ninguna leyenda. Rostros deformados en la computadora por Yorke, imágenes casi alienígenas: “Estoy harto de ver mi cara en todas partes, y no siento que me lo haya ganado. No estamos interesados en ser celebridades, aunque hay gente que tiene otros planes. Bueno, a ver si se atreven a poner esto en un poster”, le dijo a la revista Q. Quizá Thom quisiera desaparecer completamente, y el aire deforme de Kid A tenía que ver con eso: ahuyentar más que atraer a las masas. Le salió mal. Kid A está muy lejos de ser olvidado.