En el capítulo 6, justo a la mitad de la serie, Arabella le dice a sus compañeras de una terapia grupal para sobrevivientes de violencia sexual: “Estoy aquí para aprender a evitar que me violen. Tiene que haber una manera”. Seis capítulos antes, la narración muestra la primera de las violaciones que la protagonista asume y concibe como tal: una noche alguien pone algo en su bebida, le hace perder la conciencia y la agrede sexualmente. Cuatro capítulos después, las oficiales asignadas a su caso le ratifican su sospecha de que sacarse el preservativo sin avisar también es violación, así que la protagonista anota con esa una nueva agresión. Así es I May Destroy You (HBO): un ir y venir entre la cultura de la violación y la del consentimiento, pero también una reflexión sobre los escraches, los traumas, el racismo y (los peligros de) la vida digital.
Hay muchísimas dimensiones de análisis posibles para abordar la serie escrita, co-dirigida, producida y protagonizada por la británica Michaela Coel, por eso convendría empezar por el principio: su nombre. “Puedo destruirte” es una traducción bastante fiel a su título original y eso abre muchas preguntas. ¿Puedo? ¿Acaso una violación podía no destruirnos? ¿O quien puede destruir es Arabella, por ejemplo cuando descubre el doxing, la forma de acoso por internet que consiste en difundir información privada sobre una persona? El hecho de que el “you” aparezca de forma intermitente en la presentación que antecede a cada capítulo ya deja clara una cosa: que nada está dado y nada es obvio. Que en la serie no habrá víctimas ni victimarios.
Valioso, eso último, siendo que I May Destroy You parte de una experiencia personal. Porque lo que le pasó a Arabella primero le pasó a Coel, una noche que se tomó un descanso del trabajo para ir a un bar con un amigo. La dificultad que tiene la protagonista -nobel escritora y promesa- para terminar su segundo libro en la ficción no debe haber sido muy distinta de los 191 borradores de la serie que escribió en la vida real la actriz que la encarna y la creó. En ambos casos la escritura las acompaña en el proceso de intentar asimilar aquello que les ocurrió. Vaya manera de romper con la visión tradicional romántica del proceso creador de una obra de arte. Bien por eso. Alguien tenía que hacerlo.
Lo que Coel intenta mostrar es que para el dolor no hay método. Que las posibilidades de reparación van y vienen en el sinuoso camino del trauma y que éste puede estar lleno de dramas y tensiones pero también de humor. Arabella no tiene problemas en mostrarse vulnerable con su amiga Terry (Weruche Opia), que es su principal sostén en lo que llama una terapia de sanación, ni tampoco en aprovechar las redes sociales para instar a escrachar a un violador. Es muchas en una: la que se queda callada en terapia y la influencer del trauma, a esa que paran en la calle para sacarse selfies porque se animó a denunciar a un abusador.
Uno de los puntos más interesantes tiene que ver con el contrapunto que presenta la serie cuando la persona que sufre violencia sexual es una mujer y cuando es un varón. En una escena magistralmente filmada y dirigida, Kwame (Paapa Essiedu), el mejor amigo gay de Arabella, también es abusado. Pero a diferencia de ella, él no puede decidir postearlo en Instagram porque ni la sociedad ni el sistema penal-legal-de contención están listos para eso. Si en el caso de Arabella sucedía que había un abanico problemático de situaciones violentas no tipificadas, en el de su amigo ocurre que hasta las más evidentes no se consideran como tales. A los hombres no los violan, le dice a Kwame todo lo que está a su alrededor.
Pero en ningún caso hay victimismo en los personajes de Coel, aún cuando no faltan quienes los quieran culpabilizar. Ni Arabella ni Kwame ni ninguna otra persona que en la serie sufre violencia sexual es enfocada con el lente de la lástima, lo mismo que ningun agresor es condenado moralmente como tal. Los doce capítulos de media hora son incómodos porque cuando ya te habías subido al subeibaja del punitivismo, Arabella te baja de un hondazo, le da la mano al violento y lo invita a la casa a charlar.
Hija de inmigrantes ghanesas y criada en un barrio de la clase trabajadora de Londres, Michaela Coel nunca las intersecciones raciales y económicas. “Antes de ser violada nunca le presté mucha atención a ser mujer. Estaba muy ocupada en ser negra y pobre”, escribe y lee su Arabella, para quien “osar observar el riesgo que mi sexo puede imponer a mi libertad y supervivencia parece una traición al barrio donde nací y me crié, donde las dificultades no respetaban los genitales”. La cuestión de clase y el racismo están presentes en toda la serie, tanto en la forma de Arabella y sus amigues de transitar el post abuso como en los flashbacks escolares donde la propia protagonista se posiciona frente a una supuesta violación de su amigo negro hacia su compañera blanca. Arabella ahora registra que es mujer. Pero nunca olvida que es negra.
Con todo, la serie es un inteligente y provocador relato de aquellas cosas que son difíciles de narrar. Y esto último no sólo por abordar los temas del trauma y la violencia sexual, ya complejos de por sí, sino también por mostrar en escena pequeñas cuestiones cotidianas que no suelen tener espacio en las series que vemos todes. Desde un chongo sacando un tampón hasta personajes femeninos filmándose haciendo pis, I May Destroy You retrata con crudeza temas tabú desde el desparpajo de la millenialidad. Con su peluca rosa chicle y su arrolladora personalidad, Arabella invita a sumergirse en lo profundo y pensar un poco más. Y es que quizás el secreto del título era ese: que hay que discutir y problematizarlo todo, porque sino eso que que siempre se calla es lo que nos puede destruir.
* I May Destroy You está disponible en HBO Go y en Flow.