A diferencia de las películas de ciencia ficción de los años setenta y ochenta que avizoraban un futuro plagado de máquinas de extrema eficiencia, robots serviciales e interconexiones de precisión, los primeros decenios del siglo XXI parecen configurarse alrededor de las desigualdades socio-económicas y de las enfermedades de alcance planetario.
La pandemia dejó al descubierto dos cuestiones centrales que no fueron previstas para el corto plazo: por un lado, la conexión global de las cadenas productivas y en especial su necesidad de mutua interconexión para sostener la producción mundial; y por el otro, la necesidad de una buena parte de los trabajadores de realizar de forma remota su labor diaria.
Ante esta situación de escala mundial, el interrogante es qué papel ocupan ambas variables en el contexto argentino. Para pensar la interacción y las transformaciones en el mundo de la producción y del trabajo, el Suplemento Universidad conversó con Fernando Porta, licenciado en Economía Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA), con estudios de especialización de posgrado en economía internacional e industrial en la universidad de Sussex, Inglaterra; docente en las universidades de Quilmes y la UBA e investigador principal del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior; y también habló con Ana Natalucci, licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba; doctora en Ciencias Sociales por la UBA, donde hoy es docente, e investigadora Asistente del CONICET y del Grupo de Estudios sobre Protesta Social y Acción Colectiva (GEPSAC).
El lugar de la industria durante la pandemia
Tentados a pensar permanentemente dentro de formas dicotómicas, los argentinos nos sentimos cómodos ubicando nuestras preferencias en uno de dos cuadrantes antitéticos y excluyentes. La cuestión de la industria nacional no es una excepción. En pleno siglo XXI se sigue polarizando la discusión del desarrollo, utilizando como argumento que la nueva dicotomía se centra en pensar al país como productor de bienes industriales o como productor de servicios. Como si una opción implicara la destrucción programada de cualquier alternativa, Argentina requiere cada vez más la salida de una encrucijada ficticia de la que parece empantanarse con cada cambio gubernamental.
Para los teóricos del desarrollo, la producción de cadenas de valor y de diversificación del aparato productivo es el eje central de las discusiones planteadas desde mediados de los años cincuenta hasta nuestros días. En este sentido, cuanto más se despliegan las cadenas productivas y cuanto más se integran, mejor desarrollo generan. Sin embargo, el mundo ha cambiado desde los años dorados del fordismo y como plantea Fernando Porta: “El avance de las tecnologías de la información y comunicación, distintos cambios en la organización de la producción y la internacionalización de empresas a lo largo de todo el mundo, han convertido estas cadenas en cadenas globales de producción. En este sentido, lo que ocurre es que distintos países retienen eslabones principales de forma estratégica”.
Esta nueva forma de pensar las cadenas productivas, cuyos eslabones están dispersos por el mundo, permiten reducir los costos por la vía de la relocalización de ciertos procesos productivos que buscan las ventajas de los bajos costos o las exenciones impositivas. Esta nueva forma de entender la economía global implica pensar qué eslabones generan mayor valor agregado y se convierten en estratégicos para ciertos países que buscan priorizar la productividad junto con el trabajo altamente calificado.
La pandemia alteró y visibilizó la relocalización de estos eslabones productivos. Porta explica que como resultado de la caída del comercio internacional, las economías de los países debieron frenar el traslado de la producción y los Estados nacionales se vieron en la disyuntiva de priorizar aún más la nacionalización de eslabones que fueran fundamentales para la producción o verse severamente afectados por el control de la pandemia en sus economías domésticas.
“En algunos casos se han cortado las cadenas de suministros y por lo tanto la circulación de bienes a nivel internacional se encuentra trabada. Esto está generando una serie de reconfiguraciones en donde algunos países están tratando de volver a internalizar en sus economías algunos eslabones productivos que consideran estratégicos y que en los últimos veinte años de desarrollo de la economía mundial habían sido internacionalizados”, agrega. Estas modificaciones en la producción y el comercio internacional reconfiguran el esquema global y obligan a pensar una política industrial nueva.
Después del coronavirus
Ante esta situación, Argentina tiene la posibilidad de salir de sus laberínticas discusiones por arriba. Es decir, priorizando industria y servicios exportables. Si la pandemia evidenció la debilidad de las cadenas productivas y los Estados nacionales han vuelto a ser actores importantes dentro de la producción, nuestro país tiene un camino por recorrer si decide reinsertarse en un mundo que cambia al compás de la pandemia.
Reforzar los aparatos productivos implica priorizar eslabones que cumplan una o las dos características: producción de alto valor agregado o producción estratégica. El docente de la UNQ ejemplifica cuáles podrían estar dentro de la segunda condición: “Esto se evidencia claramente en la industria de la salud, donde la pandemia ha puesto en cuestión la llamada soberanía sanitaria, es decir la idea de que frente a situaciones como esta, ningún país podría quedarse al margen de la producción de insumos y componentes críticos para la gestión de la pandemia. Esto puede abrir oportunidades para que los países ingresen en mayor medida de lo hecho anteriormente en ciertas políticas de sustitución de importaciones”.
Producir insumos estratégicos y producir bienes de alto valor agregado no implica desentenderse de los servicios. Por el contrario, los servicios que tienen una productividad elevada están asociados a uno o más componentes de la producción industrial. Por tanto, es preciso salir de un dilema mal planteado. De hecho, Porta afirma que se trata de “una dicotomía falsa, no hay desarrollo sin la generación de industrias de alto valor agregado, de industria intensiva en conocimiento y a la vez de servicios intensivos en conocimientos”. “Una economía basada en una industria de bajo valor agregado o una economía basada en servicios de bajo valor agregado, es una economía que no se desarrolla”, enfatiza.
Al igual que en el slogan de la campaña oficialista de 2013, en la industria también hay que elegir. En el caso de Argentina esa elección se vuelve sencilla dentro del ámbito de la agroindustria. Desde ya que la producción que cuenta con ventajas naturales se vuelve una elección sencilla por el alto grado de competitividad que presenta dentro del mercado internacional, sin embargo hay algunos sectores industriales que han sido objeto de grandes inversiones y su producción de commodities industriales permite pensar una buena inserción en esos mercados. Tales son los casos de la industria aceitera y parte de la industria siderúrgica que poseen plantas de escala internacional con tecnología acorde.
Lo que queda por discutir son las prioridades sobre el resto del aparato productivo. “En algunos casos hay déficit de escala, en otros casos hay déficit de gestión, en muchos casos hay déficit de inversión de calidad, y por lo tanto esas estructuras productivas si fueran expuestas de modo inmediato a la competencia internacional seguramente no podrían subsistir. El punto es discutir si esos sectores son estratégicos, necesarios y es conveniente preservarlos para el desarrollo. En algunos casos sí, porque son generadores de empleo y la situación actual por la que atraviesan puede ser modificada con un shock de inversión que eleve sus niveles de productividad”, plantea Porta.
Trabajo, un futuro incierto
Planteados los problemas que la coyuntura global encierra para la producción, es preciso pensar las modificaciones que se originan dentro del ámbito laboral. La cuarentena temprana priorizó la salud por sobre la economía y buscó acondicionar el sistema sanitario para afrontar la tarea de control epidemiológico. Sin embargo, la extensión de la pandemia evidenció las múltiples falencias del empleo en Argentina.
El Centro de Innovación de los Trabajadores (CITRA) realizó un relevamiento del trabajo en cuarentena en el marco de un monitoreo permanente que busca construir información fehaciente sobre el estado de los trabajadores sindicalizados. Los datos relevados evidencian las tensiones que experimentan los sindicatos para defender los puestos de trabajo en medio de un cambio en la orientación de los consumos y de la vida de buena parte de la sociedad.
En este contexto, Ana Natalucci plantea que “más que inestabilidad laboral, lo que encontramos es una oportunidad de los sectores dominantes para aprovechar la crisis de modo tal que la reducción de salarios, la reducción de personal o las suspensiones queden evidenciadas como parte de los problemas de la pandemia”.
“En el trabajo realizado desde el CITRA identificamos que hay un aumento de los despidos dentro de los servicios esenciales. Esto es paradójico teniendo en cuenta que son los que mayor demanda de personal requieren en este momento”, añade.
En paralelo, el Gobierno ha buscado garantizar, a través de políticas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) o la Asistencia al Trabajo y a la Producción (ATP), cierta contención social en tiempos de mucha fragilidad económica y laboral. Esto hizo que, a diferencia de otros países de América Latina, el Estado tuviera un rol más presente. Sin embargo, Natalucci señala que “los representantes de varios sectores manifiestan que estas prestaciones siguen siendo escazas, y en el caso de los trabajadores de la economía popular, la IFE no los abarca, porque implica un determinado tipo de ingreso que no los incluye” y remarca que “en todo caso la política es acertada en término de orientación, pero es dudoso que la implementación y la aplicación hayan sido eficientes”.
Si bien el aislamiento social, preventivo y obligatorio pareciera haberle quitado visibilidad a la protesta sindical, lo cierto es que las demandas de las organizaciones del mundo del trabajo se han mantenido en alerta. Los reclamos por mejoras salariales han estado presentes durante toda la cuarentena, incluso la recomposición salarial se presenta como una salida para reactivar el consumo interno. Natalucci señala que “la protesta sindical fue muy alta en el último tiempo, lo que pasa es que se trata de una protesta sectorializada y muy a la defensiva, principalmente por reclamos salariales, en particular salarios adeudados y reclamos para mejorar las condiciones laborales respecto de los protocolos para las actividades esenciales”. “En este sentido, hay que decir que los reclamos sindicales, si bien existentes, se encuentran bastante desarticulados, y esto es el producto de una falta de coordinación que permita reunificar los reclamos”, apunta.
La emergencia de la pandemia aceleró algunas tendencias que ya se venían manifestando y que tienen que ver con la mayor incorporación de tecnologías de la información y comunicación en la gestión de los procesos productivos y una consecuencia de esto es el teletrabajo. Esta nueva disposición, junto con el reclamo activo por una mayor recomposición salarial, son los grandes emergentes de la argentina pospandemia. Los alcances de la nueva legislación de teletrabajo aún es incierta y la reactivación económica no termina de iniciarse, lo cierto es que el horizonte del trabajo nacional dependerá de una mayor flexibilidad para adaptarse a las nuevas condiciones planteadas por el escenario previsto para el año que viene.