Dramas médicos y thrillers hospitalarios hay a montones, pero la ópera prima del realizador argentino Martín Kraut logra alejarse de los caminos más transitados en ese tipo de relatos cinematográficos. La dosis debutó el pasado mes de enero en el Festival de Rotterdam, justo antes de que la pandemia comenzara a reemplazar la oscuridad de las salas de cine por la virtualidad más excluyente, y dentro de algunas semanas podrá verse en nuestro país en la plataforma CineAr Play. En pantalla, Carlos Portaluppi es Marcos, un enfermero con más de veinte años de experiencia –y varios secretos enterrados en la profundidad de las largas noches de vigilia– que ve como su ordenada, confortablemente monótona existencia comienza a tambalear ante la llegada de Gabriel (Ignacio Rogers), el nuevo y joven integrante de la guardia. Todos los días, Marcos viaja del trabajo al hogar –un departamento venido a menos, ahora más vacío e inhóspito que nunca– y de allí de nuevo a la clínica; un hombre consciente de sus deberes y aplicado en la rutina de medicamentos, chatas, pulsos cardíacos y palabras reconfortantes para los enfermos. Cada tanto, incluso, la piedad ante un caso perdido lo empuja a facilitar la salida de este mundo, una pequeña ayuda para poder “volar”, según la jerga del lugar. “La idea surgió a partir de un caso ocurrido en Uruguay en 2012”, afirma Martín Kraut en comunicación con Radar. “Dos enfermeros confesaron haberles quitado la vida a varios pacientes con distintos métodos. Su particular vínculo denotaba cierta competencia entre ellos. Uno de los dos, según los testigos, era amable y piadoso. El otro generaba temor y sus homicidios parecían transgredir incluso los conceptos de eutanasia. Sin embargo el caso quedó irresuelto y eso me permitió ir desarrollando mi propia versión de una historia de enfermeros que, por distintas razones, terminan con la vida de sus pacientes”. 

La primera escena de La dosis es un ejemplo preciso de suspenso cinematográfico a pequeña escala. Una paciente entra en paro cardíaco y los doctores siguen el procedimiento usual de resucitación: masaje, shock eléctrico, masaje, shock, etcétera. El óbito se confirma luego de varios intentos, pero Marcos insiste fuera del protocolo. “Felicitaciones, va a vivir una semana más”, le escupen con sorna, a sabiendas de que esa camilla debería haber quedado vacante para otra persona. Un par de días más tarde, ante el sufrimiento evitable y una muerte ídem, quien supo devolver la vida da marcha atrás de manera drástica. Tal vez por eso Marcos no logra dormir de corrido, amén de esa obra en construcción que no deja de sacudir los cimientos de la casa y de su cada vez más resquebrajada mente.

Martín Kraut comenzó a escribir el guion con aportes de los realizadores Jorge Gaggero y Rodrigo Moreno; fueron varias versiones y reversiones, muchos talleres y asesorías, mientras continuaba investigando casos reales de enfermeros y enfermeras con tendencias similares. “Por ejemplo, Niels Högel, quien mató a más de setenta pacientes por ‘aburrimiento’ en Alemania. O la japonesa Hayumi Kuboki, que mataba con un sistema de retardo para evitar confrontar con los familiares de las víctimas”, detalla, antes de definir algunos de los temas que más le interesaban a la hora de pensar la historia. “Desde un comienzo sentí que el vínculo entre los protagonistas era la clave. De a poco, el caso policial se fue transformando en una excusa para contar las temáticas que me interesaban: lo nuevo y lo viejo, las relaciones intralaborales, la presión que a veces ejerce un sistema sobre sus eslabones más vulnerables”. En La dosis, el realismo que atraviesa cada una de las escenas comienza a enrarecerse, y los resortes evidentes y ocultos del género cinematográfico meten la cola, al tiempo que la paranoia, el miedo y el eterno retorno del doble comienzan a funcionar como motores narrativos. La presencia de una enfermera, interpretada por Lorena Vega, vieja amiga de Marcos durante las guardias diurnas y nocturnas, aporta el tercer vértice de un triángulo de aristas cada vez más filosas. “Me parece que en esta película el género funciona como un anzuelo, una manera de atrapar al espectador en una trama que, sostenida sobre el thriller psicológico, abre la puerta a la mente de los protagonistas y trata de indagar sus dilemas, contradicciones y ambiciones. A medida que fui adueñándome de la historia fueron apareciendo cuestiones de género y también fue profundizándose el carácter de cada personaje. La importancia de contar con alguien que tercie entre ellos también salió del caso original, pero todo fue tomando otro color, otras motivaciones. La idea del doble estaba planteada desde el comienzo. Por un lado, la dualidad interna de Marcos, que transita una lucha con su propia ambigüedad: la vida o la muerte, la rutina o la soledad. Por otro lado, la dualidad que lo contrapone a Gabriel, quien simboliza lo nuevo, el cambio y algo más: la vivacidad y la energía que Marcos siente que ha perdido. Sin embargo, ese joven candor quema más de lo que parece”.

El muy buen trabajo de fotografía de Gustavo Biazzi es inseparable de la creación del particular clima del film, marcado por los tonos y contrastes del hospital como concepto visual. “Soy fotógrafo y todo el tiempo indago sobre la imagen. La luz tenue, la oscuridad y los colores del mundo hospitalario eran cruciales para transmitir ese clima, mientras que la cámara debía cumplir una función preponderante dentro de la puesta en escena. El compromiso de Gustavo con la película nos llevó a tener charlas sobre el guion y la dirección. El mundo de tonos verdosos y azules que armaron Juan Giribaldi y Coqui Curi Antún en el arte y Roberta Pesci en el vestuario tienen algo de esa realidad ensoñada que sentí que debía tener la película: el mundo que recorre Marcos es una especie de desprendimiento de su propio cerebro, sus miedos, sus pensamientos. Mi idea fue construir La dosis codo a codo con el equipo y me pone muy feliz saber que así se fue dando. En todo esto apareció el trabajo de algunos directores coreanos como Park Chan-wook y Kim Ji-woon. También tuve presente los climas de Tsai Ming-Liang y la tensión de Yorgos Lanthimos. Y como no nombrar, aunque más no sea como un deseo, las influencias de Hitchcock, Polanski y el cine cerebral de Kubrick”. Mientras tanto, en la ficción, la Unidad de Cuidados Intensivos está que arde y el sospechoso exceso de muertes durante las últimas semanas convoca a un par de investigadores internos, uno de ellos interpretado por el experimentado Arturo Bonín. Al mismo tiempo, los encontronazos entre los dos enfermeros dejan de ser verbales para dejarle cada vez más espacio a la sangre, la simbólica y la literal, un vínculo estrecho que pasa sin solución de continuidad de la atracción más irrefrenable al rechazo visceral.

El protagónico de Portaluppi parecería ir en contra del tipo de rol usualmente asociado a su imagen, su “persona” cinematográfica. “Entre los casos que investigué, encontré enfermeros grandes, corpulentos”, afirma Kraut. “Hay algo de ese poder físico, que lleva de la mano también cierta torpeza, que me interesaba para el protagonista: fuerte en apariencia pero no tanto en su fuero interno. Un gigante que tambalea. Además de ser un excelente actor, Carlos tiene siempre un halo de ternura, incluso en sus personajes más oscuros. Sentí que había algo de eso que, además de su destreza actoral, iba a funcionar muy bien para el personaje. Su protagónico en Hijos nuestros y su participación en Una novia errante mostraban algo de lo que yo buscaba.”. El director recuerda que, al conversar por primera vez con el actor, este le relató una situación hospitalaria que había sufrido con un familiar, lo cual lo llevó a pasar muchos meses acompañándolo en un hospital de Buenos Aires, casi como un enfermero. “De alguna manera creo que abordó la película como una forma de transitar de otra manera ese pasado. En ciertas escenas incorporó acciones, como los masajes o untar las cremas, que evocaban las que había realizado con aquel familiar. Durante el rodaje el trabajo con él fue realmente fluido. Es de esos intérpretes a los que uno les cree todo, tiene la maravillosa aptitud de poder reflejar los cambios de intención que uno pide entre tomas haciendo una sutil inflexión de su voz, cambiando apenas su postura o moviendo levemente una ceja”.

¿La elección de Ignacio Rogers como su compañero resultó sencilla?

--Era crucial pensar su contrapunto con el personaje de Gabriel y para eso era ideal la contextura y el estilo de Nacho Rogers, que es menudo, suave en sus acciones e inspira rápida confianza. Disfruté lo que se armó entre ellos y más aún cuando sumamos a la gran Lorena Vega, con su Noelia trazando un triángulo entre sus figuras y tensiones.

El director Martín Kraut

Más allá de que la historia transcurre en un único edificio, con una parada importante en otra institución hospitalaria, La dosis fue filmada en diversas locaciones que incluyeron una clínica privada de Devoto, el hospital de General Pacheco, una fachada en la localidad de Quilmes y el Hospital Israelita, este último quebrado en 2003 y recuperado por sus trabajadores. Martín Kraut confiesa que “durante la preproducción sabíamos que el mayor desafío desde el punto de vista logístico era la locación. No es viable ni ético cerrar una verdadera terapia intensiva para filmar una película. Teníamos que encontrar una que no estuviera funcionando o crear una nueva desde cero, lo que significaba un costo enorme para una ópera prima de limitado presupuesto. Yo buscaba un espacio integrado, donde las camas cohabitaran y que además no pareciera muy moderno. El Israelita es utilizado desde hace tiempo como locación para rodajes, pero la terapia intensiva donde filmamos había estado tapiada e inaccesible durante unos quince años. Cuando la abrieron para nosotros fue como descubrir una tumba egipcia: no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar pero, por suerte, era exactamente lo que necesitábamos. Sabíamos que teníamos el lugar indicado pero llevó un trabajo de casi ocho semanas convertirla en lo que finalmente se ve. Trabajar en una mole en parte abandonada y en escombros, durante un enero en Buenos Aires, tuvo sin dudas algo de irreal”.