Los que vuelven 7 puntos
Argentina, 2020.
Dirección: Laura Casabé.
Guión: Paulo Soria, Lisandro Bera y Laura Casabé.
Duración: 92 minutos.
Intérpretes: Lali González, María Soldi, Alberto Ajaka, Javier Drolas, Cristian Salguero y Edgardo Castro.
Estreno: este jueves y sábado a las 22 en Cine.ar TV, y desde el viernes en Cine.ar Play
Tenía razón Laura Casabé cuando en el catálogo del Festival de Mar del Plata del año pasado –de cuya Competencia Argentina formó parte Los que vuelven– mencionó al cine de George Romero como una de las de las principales influencias de su tercer largometraje como directora luego de El hada buena – Una fábula peronista y La valija de Benavidez. El espíritu del director de La noche de los muertos vivos sobrevuela de punta a punta este relato que cruza la iconografía de los zombies con las coordenadas narrativas habituales del cine de terror, los thrillers sobrenaturales y los melodramas de época, a lo que le suma un componente mitológico encarnado en la presencia de “La Iguazú”, una entidad femenina abstracta que opera como “la fuente de toda vida” y a la que, por lo tanto, “pedirle cosas implicaría alterar el curso natural de los hechos”: “Eso está prohibido, sería como romper un pacto”, avisa una voz en off en idioma guaraní en la escena introductoria. Un pacto que, una vez quebrado, será muy difícil de reparar.
La época es principios del siglo XX, cuando la “civilización” blanca se expandía hasta los confines de la Argentina. En uno de esos puntos recónditos, bien al norte de lo que hoy es Misiones, vive un matrimonio de hacendados a cargo de tierras donde se cultivan toneladas de yerba mate. La mujer se llama Julia (María Soldi) y no tiene ni voz ni voto en los destinos de un negocio que su marido Mariano (Alberto Ajaka) maneja con una firmeza que muchas veces deviene en maltrato, característica que empuja al personaje a un algo arquetípico rol de villano. De Julia se espera que sea una esposa devota y una buena madre: lo primero parece cumplirse; lo segundo, después de dos embarazos perdidos, no.
Desde ya que ellos no tocan ni una hoja sino que delegan todo el trabajo en los mensúes, esos hombres y mujeres que pasan horas trabajando en condiciones paupérrimas bajo un sol que raja la tierra colorada. Que esa sensación de calor se impregne en el espectador, que la humedad selvática haga transpirar, habla de una ambientación con un peso central en trama. De esa selva regresa un mensú ensangrentado y con los ojos negros, en lo que será la primera alerta de una anomalía acechando la (aparente) quietud burguesa, a la vez que el indicio de una serie de hechos del pasado reciente que vinculan a este matrimonio con Kerana (la paraguaya Lali González, conocida por su protagónico en Siete cajas), quien supo cuidar a Julia durante sus embarazos. Imposible saber si lo del mensú es una posesión satánica, como sostiene el hermano párroco de Mariano, interpretado por Javier Drolas, o algo peor. Ante la duda, más vale matarlo, tal como hace el patriarca.
En una de las primeras escenas se ve a Julia rogándole a la Iguazú por la vida de uno de sus hijos fallecidos. Que ese bebé llore apenas termina la súplica habla de una convivencia entre lo real y fantástico, entre las tradiciones ancestrales y una modernidad encarnada en una explotación laboral que no ha sufrido cambios estructurales significativos a lo largo de las décadas. Casabé sabe que en el cine de género la economía narrativa es fundamental, que muchas veces menos es más. Dividida en tres episodios que transcurren en distintas temporalidades, Los que vuelven propone un relato tenso, potente y elíptico que no entrega respuestas sobre quiénes son esos que vuelven, desde dónde, ni para qué.
A cambio, y como bien sabía Romero, los muertos vivos son elementos perfectos para canalizar una mirada política sobre el presente. Un presente donde las comunidades indígenas de la región chocan de frente contra las dinámicas contemporáneas –tema central de varias películas brasileñas recientes, como Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos y A febre– y gran parte de las mujeres llevan adelante una lucha diaria para liberarse de un corsét que, en muchos casos, sigue apretando con la fuerza de antaño.