A poco de cerrar un acuerdo de reestructuración de la deuda con los acreedores privados, la economía naufraga en una crisis de producción con corridas sobre el mercado de cambios.
¿Fue entonces un fracaso la estrategia de renegociación con los acreedores? Para nada, el acuerdo con los acreedores fue exitoso para despejar los vencimientos de corto plazo y evitar juicios internacionales que inflen judicialmente la deuda. Lo que fracaso no es el acuerdo con los acreedores sino la fantasiosa tesis de que su éxito derivaría en un shock de confianza que alentaría la reactivación macroeconómica en un contexto de estabilidad cambiaria.
La tesis del “shock de confianza” tras un acuerdo con los acreedores era sostenida por una amplio abanico de economistas, no sólo ortodoxos ligados a la oposición sino incluso algunos heterodoxos muy cercanos al presidente Alberto Fernández. La misma estaba detrás del diseño inicial del programa de Gobierno (hasta su interrupción obligada por la pandemia), donde se había pospuesto hasta la redacción del
Presupuesto a la espera de los resultados de la negociación de la deuda.
Bajo esa mirada, si se evitaba el default con una reestructuración exitosa, se iba a restablecer la “confianza del mercado” hecho que derivaría en una menor fuga de capitales y en un mayor nivel de inversión productiva, iniciando un proceso exitoso de crecimiento. ¿Por qué no fue así?
Dado el sobreendeudamiento heredado pocos esperaba que la reestructuración de la deuda trajera un ingreso masivo de dólares financieros, sino que establecería un cronograma de pagos que, como finalmente sucedió, podría aliviar la carga de pagos en los primeros años. De esa manera, no tenía un impacto en término de disposición de divisas muy diferente al default que, por razones obvia, también hubiera aliviado los pagos en el corto plazo.
Si el éxito o fracaso de la reestructuración no modificaba sustancialmente la disposición de divisas, ¿por qué iba a modificar mágicamente el rumbo de la economía? La respuesta la deberían dar quienes dejándose llevar por el lobby de los acreedores para evitar un default, prometieron una fantasía a la sociedad incluyendo a sus máximas autoridades.
Los más dogmáticos de la tesis del “shock de confianza” no dan el brazo a torcer y sostienen que el acuerdo con los acreedores no fue suficiente. Corriendo el arco, señalan que ahora se precisa un “plan integral” con un “presupuesto equilibrado” (eufemismo para invocar un ajuste del gasto público) para recuperar la confianza del “mercado”.
El resultado de dicho programa es previsible, ya que fue ensayado por Mauricio Macri en sus últimos años de mandato: el recorte de los gastos acentuaría la recesión, mientras que la eliminación del control de cambios induciría una devaluación en el mercado oficial que espiralizaría la inflación deprimiendo aún más los ingresos reales, el consumo y el nivel de actividad. Con ese programa el oficialismo iría directo a una derrota electoral en 2021, hecho que agregaría una crisis política al ya complicado escenario económico.