Se está emitiendo por Netflix una serie cuya trama transcurre en el acotado perímetro que delimita la sede de los tres poderes del estado en Dinamarca: lo que allí se conoce como “Borgen”, nombre que da título a la exitosa ficción. La protagonista es Birgitte Nyborg, primera mujer en acceder al cargo de primera ministra en aquella nación escandinava. Estrenada ya hace varios años en diferentes pantallas del mundo, el abrumador éxito que hoy cosecha la serie en nuestro suelo merece interrogar las razones de una convocatoria cuya audiencia crece día tras día. 

Por empezar, una mujer en el poder siempre llama la atención, aun en países al que el sentido común criollo consideraría como normales y avanzados. A ello se suma las especiales características del personaje, una mujer que gusta y cultiva el semblante femenino pero --para derribar todo prejuicio--  a la hora de tomar decisiones lo menos que le falta es coraje o convicción. 

Desde ya el símil con nuestro país se hace evidente. Nuestra nación estuvo gobernada por una mujer tan femenina como firme durante dos períodos presidenciales, tras los cuales una multitud se convocó para expresarle su cariño y agradecimiento. Hoy, además de ser la vicepresidenta es la política con mayor poder y convocatoria de toda América Latina. Y como no podría ser de otra manera, la que más oposición, ataques, operaciones y cuanta canalla maniobra en su contra el lector pueda imaginar. Vaya como ejemplo el recurso de atacar a su hija hasta quebrantarle la salud con el solo fin de esmerilar el ánimo de la ex presidenta, situación similar a la que en cierto momento debe padecer la primera ministra en la serie. 

Hasta aquí la comparación con nuestra CFK. Intentemos sin “spoilear” ampliar la perspectiva. La serie deja ver la trama de presiones, intrigas, extorsiones y canalladas que el juego político y mediático parece imponer en este planeta y sus alrededores, aun en países con un mínimo nivel de corrupción como es el caso de la pequeña Dinamarca, apenas habitada por poco más de cinco millones personas (para no hablar del machismo --velado a veces, explícito en otras-- que la primera ministra y sus congéneres deben enfrentar). 

No en vano las frases de autores que encabezan cada capítulo convocan más de una vez a Maquiavelo. “Un príncipe siempre tiene una buena razón para incumplir sus promesas”, reza una de ellas, cita cuyo objeto no recae tanto sobre Birgitte --cuya lealtad con sus ideales, sin embargo no le resta lugar al pragmatismo-- sino sobre Borgen, es decir el Poder que impera más allá de las buenas intenciones de quien eventualmente gobierna una nación. 

En este punto vale señalar que, al menos en lo que nuestra criolla audiencia respecta, Birgitte atraviesa la grieta. De uno y otro lado del escindido espectro partidario argentino se habla bien de la primera ministra. Quizás un dato a tener en cuenta para esas “almas bellas” que, no bien escuchan hablar de “negociaciones”, critican la política como si ésta no fuera parte de la cosa humana que a todes nos habita por igual. Pero es aquí donde una vez más todo lo político prueba también ser personal. La serie muestra con maestría las idas y vueltas de los avatares familiares y amorosos de las principales figuras de la trama

De hecho, para quienes dedicamos horas a escuchar el padecer de las personas, resulta notorio constatar que una y otra vez los pacientes expresan frases tales como: “No sé si estás viendo una serie que se llama Borgen...”. Lo cierto es que tras responder: “No..., contame...”, el sujeto se sirve de la serie para ubicar alguna situación íntima, amorosa, un enfrentamiento o un dolor. 

En definitiva todas cuestiones que de una u otra manera convocan esa decisiva negociación entre los ideales y el pragmatismo de un cierto saber hacer allí con lo que hay, en definitiva: el síntoma, ese partenaire que un análisis permite transformar en herramienta al servicio del sujeto. Por algo: “Que el término haya salido de otra parte, a saber del síntoma tal como Marx lo ha definido en lo social, no quita nada a lo bien fundado de su empleo en, si puedo decir, lo privado”[1], decía Lacan, del cual no sabemos si visitó Dinamarca pero sí que abogó por una política del síntoma.

Sergio Zabalza es psicoanalista.

[1] Jacques Lacan, El seminario: Libro 22, “ RSI”, clase del 21 de enero de 1975. Inédito.