Un mundo hecho de cajitas de música, imágenes de porcelana y voces que se entrecruzan como hadas titilando en una noche de otro tiempo. "Mi elemento es el silencio", se las escucha cantar en "Aplasto la vida con mi zapatín", su último simple, el primero que llega Spotify; apenas la punta del iceberg de una obra mucho más vasta que puede encontrarse desperdigada por la web o en furtivos recitales pre pandemia que dieron en galerías de arte, salones señoriales o teatritos perdidos. Se llaman Preciosa Oscuridad y componen un trío vocal de teclados, armonías múltiples y perfomances teatrales como no hay otro en Buenos Aires. Una invitación a pasar del otro lado del espejo y activar la imaginación musical en delicadas miniaturas corales con la infancia como telón de fondo, pero también lo fantasmagórico, la fábula, lo oriental, la comedia y lo fantástico hecho canción.
"Siempre quise hacer piezas un poco narrativas, canciones que fueran como pequeños cuentitos", dice Jimena Salinas Slemenson, la compositora de estos temas que completan de manera esencial Belén Sanabria y Karen Martínez Farías en armonías vocales; y que pueden ir desde velar a un hámster llamado Miguel ("Si el niño Jesús clavado en la cruz volvió resucitado, ¿por qué yo clavé a mi hamster Miguel pero no ha regresado? Dormiré sobre una nube pero ni los santos saben dónde queda, cuándo llegará...", cantan en "Réquiem del hámster Miguel") a celebrar la errancia de una novia que no cumple su destino ("Le pedí a San Antonio que no me cumpla ningún favor. Nunca seré una blanca novia, nunca conoceré el amor. Yo la vi junto al pantano deshojando una flor. Tiene una larga trenza y un eco desgarrador. Dos muñecas nacaradas, dos pupilas sin color", en "Rima de la blanca novia"). O directamente encender los vitrales de una catedral a oscuras con --por ejemplo-- la versión en clave sacra de un tema de Chiquitas ("Mentiritas") que suelen elegir para dar inicio a sus presentaciones; las tres en ronda bajo unas capitas negras satinadas y cantando: "Tu mamá fue una reina y tú eras su princesa. Era bella y te amaba pero tuvo que partir. No me digas mentiritas...".
"Mi gran encuentro con la idea de mortalidad fue a los ocho años", cuenta Jimena cuando se la consulta sobre ese cruce trágico-lúdico que sabe explorar en Preciosa Oscuridad. "A esa edad me surgió un miedo fuerte a morirme. Pensaba cosas como que me iban a envenenar o que se me iba a caer la cabeza", se ríe. "Desde entonces tuve la muerte asociada a cierto imaginario infantil", cuenta. Y también a la creatividad: "Escribía mucho de niña. Quería ser escritora y escribía un montón. Siempre me gustó. Mi mamá siempre recuerda que por ahí entraba a mí cuarto y me encontraba escribiendo con todas hojas desparramadas en el suelo. Mi papá es guionista y un poco quería ser como él".
¿Hay un mundo particular de la infancia del cual se nutren para hacer las canciones?
--Sí, me re interesa todo eso. El punto de vista infantil pero desde la infancia no idealizada. Su comprensión de la muerte, su lenguaje extraño. Por eso siempre me atrajo Leonora Carrington, que es una pintora que podría estar dentro del surrealismo, pero que también tiene unos cuentos infantiles escritos desde la visión de un niño que supuestamente habla mal y en realidad usa el lenguaje de una manera extraña, poética. Todo eso me encanta.
"Rima de la blanca novia", con sus imágenes al estilo El extraño mundo de Jack, sin duda va en consonancia con esa búsqueda. Y, al día de hoy, es la piedra basal a partir del cual encontró su norte la banda. "Cuando surgió fue muy importante porque además de confirmarnos que nuestro eje iba a estar en el trío vocal y no en una formación tradicional de pop-rock con batería y demás, vi plasmado ahí algo que yo siempre había querido hacer, y hasta ese momento había sabido cómo, que es ahondar en cierto folclore oral de la niñez. Una canción que pueda ser como la emulación de una rima infantil de fantasmas. Y más".
Antes de eso corrió bastante agua bajo el puente. Jimena y Belén formaron parte de una banda llamada Pupo que tuvo su pequeño auge hace unos años con temas y videos que subían a YouTube. Y que aún hoy siguen recolectando visitas y elogios superlativos ("no puedo evitar sentir escalofríos cada vez que te escucho", le escribieron por ejemplo para una gema beatnik llamada "Sylvia Plath") a partir del talento que ya evidenciaba Jimena para pintar el desánimo existencial desde un auto sarcasmo entre sensible e inteligente. Y una expresividad sobre el piano que por momentos podía recordar a Regina Spektor, en otros a Leo Masliah y en otros al primer Rufus Wainwright. "Es un grupo que nació en la post-adolescencia, cuando me juntaba con mi amigo Ian Apkiewicz y otros a improvisar sobre el teclado en un tono humorístico, y nos iban saliendo estos temas que después circulaban por internet. Un periodo de vida en la que veíamos todo negro, pero también en el que nos reíamos mucho y la pasábamos bien", recuerda con una sonrisa.
Cuando terminó Pupo, Jimena quedó enganchada con los juegos vocales que armaban con Belén ("A veces, antes de un recital, pasábamos más tiempo pensando nuevos arreglos de voces que probando sonido; Ian se agarraba la cabeza", se ríe) y por suerte la transición hacia Preciosa Oscuridad --o sea, a que varios de los temas que ya tenían no sólo no se perdieran sino que también generasen otros-- fue natural. "Con Pupo hacíamos canciones chistosas que funcionaban y eran la identidad de la banda. Pero cuando terminó ya estaba cansada de todo eso. Ahí me compré un sinte y descubrí una libertad para plasmar sonoridades que no conocía. Ya teníamos el corito con las chicas. También un montón de posibilidades tímbricas. El panorama se me abrió de una manera que me entusiasmó. Y las canciones empezaron a salir. Uno detrás de otra".
Hoy Preciosa Oscuridad tiene un baúl repleto de temas inéditos y un primer disco ya terminado; la masterización en sus tramos finales. La pandemia trastocó los tiempos (y los costos), pero la química se mantiene. En el medio Jimena hizo un viaje a Japón en el que pudo palpar de primera mano ese oriente soñado ("Mi abuelo tenía fascinación con Japón por haber vivido un tiempo ahí gracias a una beca. Me impresionó el silencio. Hasta los niños son silenciosos. El valor que le dan al silencio es impactante") y de paso componer nuevos temas en esa temática (domina el japonés así como el francés, el griego y el latín). "Quiero componer más sobre voces", reafirma. "Me encanta. Y siendo tres pibas a las que nos encanta ponernos pelucas y actuar, las posibilidades son infinitas". Así es, tan infinitas como esta primavera que por fin llegó y recién comienza.