La expresión “nudo gordiano” proviene de una antigua leyenda griega según la cual los habitantes de Frigia (región de Anatolia ubicada en el actual territorio de Turquía) frente a la necesidad de proclamar un nuevo rey, decidieron recurrir al Oráculo de Sabazios. Este respondió que el nuevo soberano debía ser quien entrase por la Puerta del Este acompañado de un cuervo posado sobre su carro. El que cumplió las condiciones establecidas fue Gordias, un labrador de Macedonia que tenía por toda riqueza su carreta y sus bueyes. Una vez elegido monarca, fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior, y que resultaban imposibles de desatar. De acuerdo al Oráculo de Gordión, aquel que consiguiese desanudarlo conquistaría el Oriente.
La carreta de Gordias se mantuvo por siglos en el templo de Zeus sin que nadie pudiera deshacer el nudo. Cuando Alejandro Magno (356-323 a. C.) se dirigía a conquistar el Imperio persa, en el 333 a. C. tras cruzar el Helesponto, conquistó Frigia donde lo desafiaron a desatarlo. Tras aceptar el reto y ante la dificultad que le planteaba, solucionó el problema rápidamente cortando el nudo con su espada diciendo: “Es lo mismo cortarlo que desatarlo”. Alejandro murió a los 33 años mientras estaba en el camino de convertirse en el conquistador del Imperio Persa y señor de Asia. Su muerte, según la propia leyenda, se debió a su actitud impaciente y soberbia para desatar el nudo gordiano.
A partir de esta narración, el concepto de “nudo gordiano” se ha expandido coloquialmente para hacer referencia a una situación que no se puede resolver, a un obstáculo difícil de salvar. En tanto que "cortar el nudo gordiano" significa resolver tajantemente y sin contemplaciones un problema.
Restricción externa
En la economía argentina el nudo gordiano es la restricción externa, es decir la falta de dólares, que se origina en su estructura productiva desequilibrada. Este concepto fue desarrollado por Marcelo Diamand (1929 - 2007) y hace referencia al problema económico que afecta a los países subindustrializados, cuyas exportaciones y relaciones con el mercado mundial se cimientan a partir de productos primarios. Estos países al intentar abordar el proceso industrializador, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, encuentran restringida esta posibilidad debido a la estructura productiva desequilibrada que los caracteriza.
El rasgo distintivo que define a estas economías es que constan de dos sectores con niveles de precios diferentes: el sector primario, que trabaja a precios internacionales (en el caso argentino es el sector agropecuario), y el sector industrial, que trabaja a un nivel de costos y precios considerablemente superior al internacional. Esto se debe a los distintos grados de productividad relativa con que operan estos dos sectores.
A partir de las distintas características de cada sector, el tipo de cambio se establece sobre la base del estrato de alta productividad a nivel internacional, resultando el mismo inadecuado para el desarrollo del entramado industrial ya que los precios industriales (expresados al tipo de cambio establecido por el sector primario) resultan superiores a los internacionales. Esta configuración peculiar da lugar a un modelo económico caracterizado por la crónica limitación que ejerce el sector externo sobre el crecimiento económico, en donde el crecimiento de la economía (en particular el crecimiento industrial) requiere siempre cantidades crecientes de divisas, mientras que el alto nivel de los precios industriales que caracteriza a la estructura productiva desequilibrada impide que la industria exporte.
De este modo, a diferencia de lo que sucede en los países desarrollados donde la industria autofinancia las necesidades de divisas que plantea su desarrollo, el sector industrial argentino no contribuye a la obtención de las divisas que necesita para su crecimiento. De forma tal que la provisión de divisas queda a cargo de un sector agropecuario con grandes ventajas competitivas, pero que encuentra restringida la magnitud de su aporte debido a las limitaciones existentes respecto al incremento de su producción como también por el acotado ritmo de crecimiento en la demanda internacional. Esto provoca una divergencia entre el crecimiento del sector industrial consumidor neto de divisas, y la provisión de éstas a cargo del sector agropecuario de crecimiento mucho más lento. Tal desarticulación es en última instancia la causante de la crisis de Balance de Pagos y constituye la principal limitante para el crecimiento.
Como consecuencia de esta estructura productiva desequilibrada se pierden espacios de rentabilidad y se trunca la posibilidad de generar ámbitos propicios para la inversión y la consiguiente formación de nuevos puestos de empleo en sectores distintos a los primarios. De tal modo, se frustra la formación de una estructura económica diversificada, integrada, dinámica y compleja, la cual resulta esencial para generar procesos amplios de acumulación de capital y tecnología, con el objetivo de generar empleos de mayores salarios y mejores condiciones de vida para la población en su conjunto.
Dólar
Estas características de la estructura productiva desequilibrada y los recurrentes intentos por superarla originan esa tan particular relación de los argentinos con el dólar. Ese vínculo no se repite en ningún otro país del mundo, a tal punto que según datos de la propia Reserva Federal, Argentina es el país con más billetes per cápita luego de Estados Unidos, y el segundo, detrás de Rusia, con más papeles en total.
Esta particularidad no es caprichosa ni aleatoria, tiene un porqué completamente fundado en la historia económica, la cual se encuentra plagada de procesos inflacionarios y fuertes devaluaciones. A partir de esa experiencia, que los argentinos busquen desesperadamente refugio en el dólar se torna algo sumamente normal y racional. La dolarización de los excedentes, una costumbre nacional que se profundizó desde la década del '70, dificulta aún más la resolución a la restricción externa la economía.
Esta pulsión ahorrar en dólares “obliga” a los gobiernos a obtener más dólares (que terminan financiando la fuga) que los necesarios para cubrir el déficit comercial que genera la estructura productiva desequilibrada.
En este punto, resulta necesario entender el impacto en el corto y largo plazo de este comportamiento dolarizador que se profundizó en la gestión de Cambiemos. Con la llegada de Macri a la presidencia y posterior al arreglo con los holdouts y levantamiento del cepo (impuesto en el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner) se produjo una fuerte desregulación de los mercados que permitieron el ingreso de gran cantidad de dólares. Estas sumas provenían principalmente de capitales especulativos de corto plazo y de colocaciones de deuda (tanto a nivel nacional, como provincial y privado) que llegaron a los 100.000 millones de dólares hasta principios de 2018, de los cuales 41.100 millones se utilizaron para la formación de activos externos (fuga de capitales).
Reservas
La tendencia a dolarizar los excedentes se triplicó en los cuatro años de la administración macrista pasando de 8500 millones de dólares en 2015 a niveles de 27.000 millones de dólares por año en 2018 y 2019, de acuerdo a lo detallado en el Informe del BCRA “Mercado de cambios, deuda y formación de activos externos, 2015-2019”, publicado en mayo de este año.
A principios del año 2018, una vez que el mercado decidió que ya no era posible continuar prestándole más a la Argentina, el Gobierno recurrió al Fondo Monetario Internacional y recibió un desembolso de 44.500 millones de dólares a partir de junio del 2018. Una vez más se profundizó la formación de activos externos que alcanzaron los 45.100 millones de dólares desde mayo de 2018. Resulta necesario resaltar el alto grado de concentración que tuvo este proceso de fuga por el cual 100 agentes realizaron compras por 24.679 millones de dólares en todo el periodo.
La pérdida de reservas continuó hasta la implementación nuevamente del cepo, primero con un límite de 10.000 dólares y posteriormente con un tope de 200 dólares (cuando ya el oficialismo había perdido las elecciones). Esta situación llevó a una inédita crisis de deuda (por su velocidad y magnitud) que condicionará el desarrollo económico durante décadas, al mismo tiempo que las crisis devaluatorias producidas durante dicho periodo impactaron fuertemente en los niveles de inflación y en la calidad de vida de la población.
Por estos días, en un mundo donde realmente los dólares abundan dada la descomunal política monetaria expansiva ejecutada por la FED (banca central estadounidense) para enfrentar la acuciante crisis global desatada por el coronavirus, es frecuente escuchar la reacción de los economistas ortodoxos que sostienen que no es posible que Argentina sea el único país del mundo donde los dólares escasean. Esta postura tiene una potencia discursiva importante, pero tiene un grave problema argumental, ignoran la historia local y, fundamentalmente, su estructura productiva.
Industria
Frente a esta problemática, se puede hacer lo mismo que la mayoría de los países de la región, abandonar sus pretensiones industrialistas aceptando su condición de país exportador primario, con mano de obra poco calificada y bajos salarios para la gran mayoría de sus trabajadores. Y con una élite privilegiada como contraste, que se erige como tal a partir de la propiedad heredada de esos recursos u otras argucias como la corrupción y los negociados espurios que florecen en los países atrasados.
Sin embargo, la experiencia peronista hace muy difícil de tolerar esta opción para una importante proporción de la población. Ya que en esos gobiernos existió una muy marcada ampliación de derechos y beneficios para la clase trabajadora, al mismo tiempo que se impulsaba una industrialización que permitía y legitimaba ese proceso. Si bien es cierto que ese proceso industrializador había comenzado algunas décadas atrás, durante el peronismo adquirió formas más complejas y extendidas. Esa industrialización continúo profundizándose y mejorando las condiciones de vida de muchos, aunque con altibajos y no sin muchas dificultades, incluso después del exilio de Perón, hasta que en 1976 se inició un feroz proceso desindustrializador a manos de la dictadura militar y que continúo en los sucesivos períodos democráticos hasta el estallido de la crisis del 2001.
En el comienzo de la posconvertivilidad, Argentina volvió a transitar el proceso industrializador y a mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Sin embargo, sobre el final del kirchnerismo, la restricción externa volvió a emerger en toda su dimensión como tantas veces antes lo había hecho antes. Después de la tan penosa y costosa experiencia macrista, se debe volver a recorrer el camino industrializador que permita mejorar las condiciones de vida de las mayorías. Pero como la experiencia histórica lo demuestra, este camino es largo y sinuoso y se debe recorrer paulatinamente.
Control cambiario
Las antipáticas y engorrosas medidas cambiarias anunciadas en los últimos días son una muestra de ello. El objetivo fundamental de estas medidas es evitar una devaluación que acelere el proceso inflacionario incrementando los ya inaceptables niveles de pobreza e indigencia y golpeando peligrosamente a la ya alicaída industria nacional. Pero, al mismo tiempo, es importante tener en cuenta que si algo enseñaron las restricciones cambiarias implementadas en los últimos años del kirchnerismo, es que las mismas no solucionan de ninguna forma la escasez de dólares y que, si bien pueden aminorar el ritmo de caída en las reservas internacionales, no la detienen. Por eso mismo, este tipo de medidas resulta insustentable en el largo plazo y solo pueden resultar positivas si son implementadas de forma transitoria como complemento de una política industrial de largo plazo con foco en la inversión productiva, la innovación, la ciencia, la tecnología y la educación.
Para ello, resulta imprescindible la administración de un esquema cambiario lo más simple posible, que permita al mismo tiempo una competitividad razonable a los sectores productivos y con un impacto inflacionario minimizado que ayude a recomponer las condiciones de vida de los sectores más postergados. Para de esa forma impulsar acompasadamente la industrialización y la demanda interna que oficie de plataforma para que ese sector productivo pueda consolidarse para luego competir internacionalmente y contribuir a la provisión de divisas que el desarrollo necesita.
Existen dos aspectos fundamentales a considerar al momento de manejar las variables macroeconómicas: las expectativas y los incentivos. El entramado cambiario lleva a través de esas dos dimensiones a alentar la compra de dólares y disminuir la venta. Por eso es importante encaminar esa estructura hacia la normalización lo antes posible, considerando que se necesita tipos de cambios diferenciados dada su estructura productiva desequilibrada, pero que los mismos deben ser eficientes y lo más simples posibles, logrando encauzar las expectativas y los incentivos hacia la producción y la innovación tecnológica de la forma más genuina posible.
Pesos
Complementariamente en ese sendero, es absolutamente necesario fomentar y consolidar instrumentos de inversión en pesos (simples y accesibles al público) que permitan a los ahorristas mantener el valor de su capital frente a la inflación y las devaluaciones. De forma tal de favorecer el comienzo de un proceso de desdolarización, el cual llevará mucho tiempo. Tal como detalla el Banco Central en el informe antes mencionado, “el 74 por ciento de la demanda neta de activos externos en el período fue explicada por las operaciones con billetes, realizadas prácticamente en su totalidad por personas humanas. Entre 2016 y 2019, la compra neta de billetes por parte de los individuos superó los 62,6 mil millones de dólares”.
Esta demanda constante de dólares billetes dificulta y obstaculiza aún más el camino hacia la diversificación del entramado productivo que permita superar la estructura productiva desequilibrada e impulsar el desarrollo sostenido.
Esta es la complejidad, agravada por la pandemia, del nudo gordiano de la economía argentina que, lamentablemente, no podrá ser desatado de un día para otro, ni de forma mágica. Por el contrario, requerirá del esfuerzo mancomunado y sostenido de toda la sociedad si es que realmente se quiere encauzar hacia la vía del desarrollo sustentable.
* Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL).
** Economista (UBA).