-¿Qué diferencias técnicas e ideológicas observa entre sus primeros dibujos de la década del '50 y estos que publicará en el libro A mí no me grite?
-Fundamentalmente ahora sé qué cosas quiero decir. En aquél momento la política me importaba tres pepinos.
-Ahora sus trabajos son, esencialmente, políticos.
-Pueden ser políticos o no, porque no sirven de nada. Cuando veo las cosas que hacen los humoristas españoles me pongo triste. Ellos hacen trabajos de una agresividad tremenda, aunque inútil. Lo que yo hago no cambia nada. Pero mis dibujos, sumados a piezas de teatro, a películas, a canciones, a libros, conforman una obra que podría ayudar a cambiar, aunque yo tengo mis dudas. Mis dibujos son políticos, pero en relación a situaciones humanas más que políticas en sí. Esas situaciones se vienen repitiendo desde que el hombre es hombre.
-Es una forma de dibujo humanístico, según usted.
-Claro, humanista.
-Eso es política.
-Sí, pero es más bien una política de la condición humana, no de ciertos regímenes. Landrú dice que el humor es una válvula de escape, que el tipo que quiere poner una bomba ve un chiste que lo hace reír alrededor del asunto que lo tenía irritado y entonces ya no necesita poner la bomba. Fíjese, si no, en España: la gente se ríe con la agresividad del humor y aguanta todo lo que pasa.
-Con sus dibujos pasó lo contrario. Una vez los utilizaron en una operación guerrillera.
-Me dio mucha rabia. Es como si yo fuera adonde ellos hicieron un asalto y escribiera en la pared con un aerosol: “Este asalto es una propaganda del almacén Don Manolo”. Me sentí usado por tipos que yo no sabía en qué estaban. Yo no tengo una posición política tomada.
-Sin embargo, en sus dibujos asoma una ferocidad tremenda contra determinadas formas políticas, contra un sistema de vida.
-No. La ferocidad está dirigida contra la condición humana. La explotación del hombre por el hombre es inherente al ser humano y se ha desarrollado a través de cinco mil años. No veo que pueda cambiar. Por eso creo que el humor no sirve; claro que es lo único que yo tengo. Por lo menos dibujar me divierte, pero pensar no.
-¿Cuáles son sus técnicas de trabajo?
-Me siento a la mesa y pienso todo el día. A veces me llevo un tablero a la cama y sigo trabajando. La principal fuente de ideas está en los diarios.
-¿Mafalda ha sido su trabajo más importante?
-No. Me gusta mucho más otro tipo de dibujo, el que hago para Panorama y que va a salir en este libro. Mafalda me echó a perder como dibujante. En Rico Tipo, en 1963 y 1964, dibujaba mucho mejor que ahora. Mafalda me amaneró pero voy a seguir con ella por lo menos hasta que se termine la película que está haciendo Catú. Después dependerá de lo que pase. Además, ahora Mafalda aparece en Francia y eso me obliga a seguir haciéndola. Mafalda es el personaje que me hizo famoso. Antes me pasé doce años trabajando en otra cosa, en lo que más me gusta, sin que pasara nada. Por fin, en 1964, apareció Mafalda en Primera Plana y desde entonces fui desarrollando la historieta. En principio la había creado para una campaña de artículos para el hogar que no se concretó, luego me pidieron un personaje en Primera Plana y allí apareció. Después fui a El Mundo y cuando éste cerró, pasé a Siete Días. Pero, repito, Mafalda me frustró como dibujante. Sin embargo, a veces le tengo cariño, otras veces le tengo rabia.
-¿Cómo desarrolló la historieta de Mafalda?
-Al principio Mafalda era una niña que decía malas palabras, que llegaba adónde estaban su padre y su madre y les hacía preguntas y ellos respondían. Luego hubo necesidad de ampliarla y dibujé a Felipe, que era un contra-Mafalda. Después agregué a Manolito, a Susanita: todos entraron como contra-personajes. El hermanito de Mafalda apareció porque un día estaba apurado y no se me ocurría nada. Entonces decidí poner que Mafalda iba a tener un hermanito y después tuve que seguir la idea. Ahora ya el hermanito habla correctamente, dejó la zeta y pronuncia bien la ere. Pero nunca sé qué haré en el futuro, nunca pienso qué pasará con los personajes, eso sale cada día.
-¿Qué significa para usted dibujar?
-Cuando yo vine de Mendoza creía que lo más importante en la historieta era la idea y no el dibujo. Encaré mal el asunto. Después me empecé a dar cuenta de que para concretar algunas ideas, había que saber dibujar. Ahora para mí el dibujo es todo, no sé hacer otra cosa, soy inútil para nada que no sea dibujar. De chico aspiraba a ser ayudante de Divito. Hoy soy más que eso. Estoy conforme. Claro que quisiera ser Picasso, Steinbeck, Klee, pero…
-Pero es consciente de que es uno de los mejores dibujantes de América latina.
-Dibujante, no. Sé que tengo algunas ideas buenas, pero eso lo atribuyo al exceso de paciencia que tengo. Soy capaz de pasarme cuatro días con una idea, dando vueltas hasta que sale algo potable. A veces el resultado no justifica los cuatro días de trabajo.-
-¿Por qué sus libros reproducen dibujos que ya aparecieron en revistas?
-Pienso hacer un libro el año que viene que tenga solo dibujos inéditos. Con los dibujos que hago para las revistas siempre me queda la frustración de pensar que si hubiera tenido más tiempo (porque siempre entrego tarde, como todos los dibujantes) me habrían salido mejor. Yo no rehago los dibujos. Hago un boceto y luego los realizo en lápiz para después pasarlos a tinta.
-Si el humor no ha modificado al mundo, ¿por lo menos lo modificó a usted?
-No, creo que no. Después que superé mi meta de ser ayudante de Divito, me quedé como en el aire.
-Hace poco, en una entrevista, el dibujante brasileño Ziraldo Pinto manifestó todo lo contrario a lo que usted dice y…
-¡Es un pícaro! Yo cené dos veces con él y me dijo todo lo contrario a lo que declaró en el reportaje. Es tan pesimista como yo. Me contaba que, hace poco, se suicidó un amigo de él, y agregó: “Es lo único, lo mejor que uno puede hacer hoy, pegarse un tiro”.
-¿En qué lo afecta a usted la censura?
-Ziraldo decía que la censura agudiza el ingenio, pero yo prefiero decir lo que se me antoja sin tener que andar dando rodeos. Claro, no puedo decir todo lo que quiero… la mejor época fue la de Illia y la de Aramburu (claro, yo no era peronista), la peor fue la época de Onganía, entonces sí que había censura.
-¿El regreso de Perón se reflejará en Mafalda o en los dibujos de Quino?
-No, creo que no. Mi drama es que yo no tengo ideas políticas. Me sentiría muy feliz de poder creer en algo. Hay gente que dice soy marxista, pero jamás leí a Marx, me da vergüenza decirlo, pero es así. Yo no creo en nada… el ser humano es la única criatura que se perjudica a sí misma. Será porque piensa, pero ya que Dios le dio la inteligencia, hubiera sido preferible que le diera más, eso es lo que me da bronca.
-¿Tiene preferencia por alguna forma de humor?
-Me gusta el humor intemporal. También el humor que tiene que ver con la música. El único lugar donde a veces se me ocurren cosas es en los conciertos. Necesito del ámbito de un concierto para que salgan las ideas, aunque después no sirvan para hacer chistes. En verdad, cada vez tengo menos ideas. Trabajo todo el día y si consigo algo, es a fuerza de insistir en ese trabajo. Espero que la película rinda lo suficiente como para despedirme de Mafalda. Los días más felices los pasé cuando no tuve que dibujarla.