Las imágenes y voces no son de lo mejor, claro. ¡Tango! fue la primera película que el cine argentino entregó con sonido, y los años no pasan en vano. De todos modos, tras un retoque del INCAA, se deja ver y escuchar. Se estrenó en 1933. La dirigió Luis Moglia Barth. El guión es de un poeta del palo (Carlos de La Púa) y en el elenco está la quintaesencia del género, en los treinta. Una joven, alegre e intrépida Tita Merello hace precisamente de Tita, y primerea en protagónicos junto a Luis Sandrini, Pepe Arias y Alberto Gómez. A su vez, orquestas en boga como las de Fresedo y Maffia marcan el compás para que canten Azucena Maizani, Libertad Lamarque, y ella… Mercedes Simone. Luce bellísima. Su voz y su figura resultan clave para el desarrollo de este melodrama medio cómico, donde el eje temático ancla en situaciones sentimentales algo bizarras. Ella aparece, esplendida, en una boite, recreando la guapetona y criollaza “Milonga sentimental”, de Piana y Manzi.
Luce melena al hombro, vestido largo con flor en el ojal, y ese lunar debajo del ojo izquierdo que identifica su rostro. “Varón, pa´quererte mucho, varón, pa´desearte el bien, varón, pa´olvidar agravios, porque ya te perdoné”. Emociona. Luego dobla la apuesta, porque el tema que sigue –tras un breve tramo hablado- es “Cantando”, cuya letra le pertenece. Y se nota en la garra que pone: “Ya no tengo la dulzura de sus besos / vago sola por el mundo, sin amor”, frasea. Es un réquiem al desamor típico del género, pero el rol central lo ocupa una mujer: ella. Lo había compuesto dos años antes, tal vez lejos de sospechar que se transformaría en uno de grandes clásicos de la era.
A treinta años de su muerte, se podría empezar a recordarla de mil maneras. Pero el esbozo es nodal porque no la muestra como una de las mejores cantoras de tango de la historia argentina, ni como una buena actriz, ni como una singular compositora. La muestra como las tres cosas. Como la fusión entre la cantora, la compositora y la actriz que fue Mercedes Simone. Tenía cuando filmó la película 29 años, y una profuso trayectoria detrás. Nacida el 21 o el 31 de abril de de 1904 –según la fuente que se tome-, comenzó a cantar antes de cumplir los 20, casi en simultáneo a su casamiento con el guitarrista Pablo Rodríguez. Junto a él fue que alternó presentaciones en lugares clave para el tango de entonces como El Nacional o Chantecler, hasta que su colega Rosita Quiroga la descubrió y le facilitó la llegada a la casa Víctor, sello donde grabó sus primeras gemas: “Estampa rea”, del tándem Labar-Navarrine; “El morito” (Roma-Cárdenas); y un par más de las suyas (“Oiga agente” y “Mis recuerdos”), además ser una de las voces femeninas de la Orquesta Típica Víctor.
Fue entonces cuando Simone no solo conoció a Carlos Gardel, sino que estrechó lazos de amistad con los otros dos grandes cantores de la época: Ignacio Corsini y Agustín Magaldi, además de Azucena Maizani y Nelly Omar. Antes de llegar al año 30 ya tenía el suficiente timing por bares, teatros y cines porteños como para convertirse en la cantora estrella de Radio Splendid. Su rol estelar en ¡Tango! no hizo más que abrirle posibilidades en el cine. Primero en Sombras porteñas, cuyo título está basado en el nombre homónimo del vals que Pedro Maffia y Martín Podestá grabaron en 1936. Luego, La vuelta de Rocha, película de Manuel Romero donde comparte protagónico con Tito Lusiardo. Aquí hace las veces de Dora, una mujer recién avenida del campo al barrio de La Boca, con la ilusión de triunfar como cantante. Eso sí, debe pasar por el filtro de una barra de rufianes y guapos que se la disputan, y la quieren hacer trabajar como meretriz en un cafetín. En medio del enredo, entre marineros, arrabaleras, milongueros y tipos hablando en cocoliche, se la escucha cantar “Parece que fue ayer” y “El clavel”, en timbre contralto. Impecable.
Al expirar la década, Simone también fue parte del elenco de Ambición, film del chileno Adelqui Millar, adaptado de Risas y lágrimas, obra teatral de Michael Allard. El film narra la historia de una pareja que vive en el barrio de Montparnasse de París. Acá la que se luce es Fanny Navarro, pero la voz prístina de Mercedes –ahora Juanita- emerge en una especie de bacanal carnavalera y manda parar. “El vendaval lo trajo aquí / el vendaval se lo llevó / quién es, no lo sé / ni dónde se fue”, modula, silenciando al gentío. Luego brilla en la interpretación del tema de Rodolfo Sciammarella, cuyo nombre es el de la película. “París está de fiesta, es carnaval / Alegres mascaritas, vienen y van/ Mezclada entre las risas y las miradas / Un alma apasionada busca un amor”. Escuchar o volver a escuchar… vale la pena. Ahí, o en su última película, llamada La otra y yo. Corría 1949, tenía 45 años, y es la época en que conquistó México. Los mexicanos incluso son quienes la nombraron “Dama del tango”, y ella agradeció con una versión de “Noche de ronda”, bolero de Agustín Lara. Tras ello, casi toda América le abrió sus puertas. La amó, mientras su luz se iba apagando en Buenos Aires.
Inexplicables paradojas de una vida totalmente entregada a la cultura nacional y popular, que empezó apagando un maldito cáncer en la garganta. Y terminó de silenciar un paro cardiorrespiratorio, el 2 de octubre de 1990. Tenía 86 años.