El Gobierno atraviesa un muy difícil momento. Acosado por la brutal herencia recibida del macrismo, por la pandemia del coronavirus mundial y local, y por la derechización global del mundo, debe conducir el proyecto nacional y popular que propuso para ser elegido en diciembre de 2019, hace apenas algunos meses.
Pero no tiene respiro, ante las enormes dificultades y la persistente campaña sin límites, llevada a cabo desde diversos ámbitos, de los sectores conservadores de la sociedad que anhelan e impulsan el caos total, para intentar recuperar el poder institucional de la Nación.
Las propuestas y acciones desestabilizadoras y golpistas, de obvio tenor antidemocrático, se despliegan obscenamente a diario en la perspectiva de atenazar e impedir la puesta en marcha de políticas que respondan a las necesidades e intereses del conjunto de los habitantes y en especial de las mayorías populares.
Está claro que no se puede esperar otro tipo de comportamientos de los sectores conservadores del país. Defienden sus intereses con uñas y dientes, y hasta con terror y sangre como se pudo observar en distintos períodos de nuestra historia. Son violentos y antidemocráticos, y barbarizan la vida cotidiana, apelando a cualquier medio, sin pudor alguno, con irracionalidad absoluta, con odio inimaginable.
Esperar una oposición responsable de la derecha, para poder ayudar al país a salir de la crisis estructural que nos dejó el macrismo neoliberal, es ilusorio y puede ser riesgoso para el gobierno y para el campo popular.
Cabe, entonces, en primer lugar, no subestimar a estos sectores en su convicción y capacidad de hacer daño al país, esmerilando y debilitando al gobierno democrático por todos los medios a su alcance.
Mauricio Macri con su nota en el diario de la oligarquía La Nación; Ernesto Sanz induciendo, a modo de pregunta, “cuánto tiempo más demora esto en explotar”; Patricia Bullrich asumiendo la “posible sustitución de este gobierno" en el 2021; Eduardo Duhalde, siendo o haciéndose el psicótico, vaticinando un golpe de Estado y luego afirmando que el presidente Fernández esta “grogui”; la denunciante serial Elisa Carrió con amenazas diversas; los columnistas “estrellas” de los diarios La Nación y Clarín, miembros inseparables del bloque opositor; los “sótanos de la democracia”, aún vigentes; el accionar de Carlos Rosenkrantz, en sintonía con la oposición; etc.
Enfrentar a semejantes adversarios, dispuestos a todo y por cualquier medio, a esta altura hace necesaria alguna acción política decidida por parte de los actores diversos del campo popular. Claro que hay que considerar y comprender objetivamente la correlación de fuerzas vigente. Pero es necesario minar la fuerza opositora, potenciando la propia.
Defender al gobierno de Alberto Fernández de los constantes e irracionales ataques de los sectores encarnados en el macrismo, contribuye decisivamente a defender la democracia. Todas y todos podemos, y debemos, hacer algo para defender la democracia, en resguardo del interés nacional y popular. Si la democracia se perdiera, no será reemplazada por un modelo que mejore la vida de la gente; sería definitivamente peor.
Sin ninguna indebida pretensión de prescribir comportamientos, ¿el próximo 17 de octubre, será posible y podría ser útil una larga marcha de cientos y miles de camiones y automóviles, en todo el territorio nacional, para demostrar apoyo al gobierno popular?
Como con la pandemia del coronavirus, no hay que confiarse minimizando el peligro proveniente de sectores sociales marcadamente enfermizos. No es aconsejable llorar sobre la leche derramada, cuando están en juego el presente y el futuro de la patria.
La disyuntiva a entender, y en la que hay que tomar decidido partido, es democracia o barbarie.
* Norberto Alayón es trabajador social y profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).