El año pasado se celebró el centenario de la Bauhaus, la escuela alemana de arte y diseño que trajo innovación en muchísimos aspectos y aunó criterio estético con funcionalidad. Se hicieron cientos de exposiciones y homenajes en todo el mundo, si discutió su vigencia, si era necesario reincorporar a las corrientes actuales algún aspecto de su legado y en qué medida su mirada del mundo sigue presente hoy. La respuesta llegó estos días de la mano de la alemana Ursula von der Leyen, presidenta ejecutiva de la Comisión Europea (la rama ejecutiva de la Unión). Y la respuesta vino con la billetera abultada. El organismo continental dedicará 750.000 millones de euros para impulsar “una nueva Bauhaus”.
El planteo de von der Leyen es que la recuperación de los estragos económicos de la pandemia de covid19 no puede venir de simples estímulos financieros, sino de una reingeniería de todo el modo de vivir europeo, una concepción que aúne estética y arquitectura con desarrollo sustentable y medio ambiente. El nuevo organismo disfrutará de una atención gubernamental que la escuela originaria no tuvo.
La Bauhaus original no era estrictamente un movimiento ni un estilo, sino una escuela provincial. Y aunque con el tiempo ofreció algunas líneas canónicas en diseño y estética, en su seno convivían múltiples pedagogías e intereses. Era, en buena medida, una usina de ideas, tanto como taller de objetos. En ese sentido, el nuevo proyecto se emparenta con el original y los responsables de la Unión Europea buscan un símbolo que sostenga el proyecto y lo haga atractivo. Semejante desembolso de dinero siempre genera tensiones entre los miembros de la coalición.
Lo que sí hizo la Bauhaus en su momento fue pensar en torno a la ciudad, sobre todo cuando se mudó de Weimar a Dessau en 1925. También, a instancias de su segundo director, Hannes Meyers, se preocupó por el impacto ambiental y la incorporación de la temprana energía solar y la jardinería respetuosa del medio ambiente. Pero el Estado alemán de la época nunca la convocó para incluir esas ideas en sus políticas públicas y finalmente el ascendente nazismo la cerró en 1933.
Lo que la pandemia y el aislamiento dejaron en claro a esta generación es que la cultura y el arte mejoran la calidad de vida y hacen las tragedias más tolerables. Por eso tiene sentido esta apelación al –probablemente- movimiento más influyente de Europa del siglo XX. Pero cómo impactará esto en los desarrollos estéticos y culturales de los años por venir aún es un misterio. En lo concreto, las autoridades esperan que las ideas que surjan de la nueva institución ayuden a renovar toda la infraestructura europea para 2050 (a razón de una re-construcción del 2 por ciento anual) y aporten cierta homogeneidad estética al grupo.
Habrá que ver cuánto de ese desdibujamiento identitario están dispuestos a aceptar sus miembros, donde hay grupos en ascenso o consolidados de pensamientos ultra-nacionalistas. Además, claro, que ciertas soluciones arquitectónicas podrán funcionar en Bruselas, pero serían inútiles en el otro extremo del continente. En todo caso, la apuesta pasa por volver al continente neutral en su huella de carbono para cumplir con los acuerdos de París. Para lograrlo, los europeos buscan pistas en un legado centenario.