“Mamá de mellizos, cajera de la Municipalidad y arquera de la Selección Argentina”, titularon los diarios durante el mundial de Francia 2019. Con 20 años debajo de los tres palos, Vanina Correa vivió en primera persona el destrato de la dirigencia albiceleste; durmió en micros (hasta hace poco no le garantizaban ni hospedaje al equipo nacional) y llegó a bajar los brazos y abandonar por un tiempo la Selección. Hoy es referente. Recién convertida en refuerzo del Espanyol de Barcelona, no sólo es la guardiana del arco argentino sino que se convirtió en el ejemplo de las arqueras juveniles en un puesto que está en construcción.
La vida con los guantes puestos no es sencilla: requiere entrenamientos específicos para amortiguar el impacto de un pelotazo, para volar de un palo al otro, para levantarse rápido después de un remate que da rebote, para adivinar a dónde van a patear... y además está el trabajo psicológico: atajar con confianza y seguridad en una posición clave, donde un error puede costar el partido.
La semiprofesionalización del fútbol femenino y el avance en materia de derechos permitió que haya entrenadorxs para las porteras en los equipos de Primera División, pero todavía hay un largo camino por recorrer para estimular a las más jóvenes y formarlas. ¿Cómo se hace para que las más chicas no solo quieran jugar, sino también atajar? Laurina Oliveros intenta encontrarle un remedio a la desigualdad: después de pasar por la Selección y por UAI Urquiza, la figura del arco de Boca Juniors es profesora de sus colegas de Banfield y también abrió la primera escuela de arqueras del país en el barrio de Palermo. “Era algo que hacía falta”, dijo Lauchi después de la inauguración en el club Justo Fútbol 5.
Gimnasia y Esgrima de La Plata acaba de inaugurar un Departamento de Arqueras, un proyecto pionero en América Latina que abarca desde las categorías juveniles hasta la Primera División y tiene como meta la creación de una escuela de arqueras. La encargada es Verónica Fuster, una número uno que llegó de casualidad a ponerse los guantes, cuando en el colegio le tocó atajar en una práctica de handball, y hoy se ilusiona con que los demás clubes copien la iniciativa de Gimnasia. “Es muy importante contar con un espacio exclusivo para pensar en función de lo que necesitan las arqueras, teniendo en cuenta los aspectos técnicos, tácticos y psicológicos específicos”, destaca quien fue campeona de la B con Villa San Carlos, atajó en Primera y fue entrenadora de las guardametas del Lobo y ayudante de campo.
“Están dispuestas a poner el cuerpo y la valentía para todo el equipo”, dice Juliana Roman Lozano, DT de las cuatro arqueras del equipo de mayores de La Nuestra Fútbol Feminista. Sus kamikazes –como las define– entrenan en un espacio público, sin las comodidades de un club, pero se cargan el arco. “Tuve la experiencia de transitar por equipos que no confiaban en su arquera y se nota muchísimo en la cancha: se necesita autoestima y empoderamiento colectivo para pararse en el arco”, resume, y apunta que para alentar a las nenas de la categoría infantil, también hay una fórmula: “El arco debe ser una posibilidad, no ponerle misterio, miedo ni demasiada responsabilidad para poder disfrutarlo”. Mónica Santino, referente de ese espacio, coincide con la entrenadora en la importancia de tener figuras que se conviertan en ejemplo a seguir. Y al unísono mencionan a una que frecuenta los entrenamientos en la Villa 31 y motiva como nadie a las arqueras: Gabriela Garton.
“Yo no elegí el arco, el arco me eligió a mí”, dice ella, que nació en Estados Unidos y creció en un contexto donde el fútbol sí es opción para las mujeres. Socióloga, becaria del Conicet y autora del libro Guerreras: fútbol, mujer y poder, también jugó al básquet, al béisbol, al fútbol americano y al tenis. “Primero me gustó atajar porque me gustaba tirarme al piso y después, de más grande, porque me parecía uno de los puestos más complejos del deporte”, cuenta. Cuando se nacionalizó argentina, se convirtió en arquera de la Selección y para estar en el mundial de Francia 2019, viajaba todas las semanas desde San Luis a entrenar en Ezeiza. “Tengo como una relación amor-odio. Es un puesto que no siempre te da alegrías, hay mucha presión, pero esos momentos en los que salvás un partido hacen que valga la pena todo lo demás”, confiesa desde Australia, donde hoy custodia la valla del Essedon Royals.
En el camino por achicar el arco de la desigualdad, las referentes exigen entrenadorxs y materiales de trabajo exclusivos para que las próximas en ponerse sus guantes lo hagan en mejores condiciones. “Tiene que haber categorías infantiles con las mismas posibilidades que los varones”, reclama Garton. La entrenadora Román Lozano agrega que con entrenamiento serio, cuidado y específico es posible enaltecer el puesto, y concluye: “Como todo, es cuestión de oportunidades”.
*María Julia Córdoba.