La ofensiva devaluatoria, el apriete de la Corte Suprema, el punzón de la angustia pandémica, unas cifras de pobreza extendida para regodeo opositor, la instalación de que se anda a los manotazos con medidas económicas de sabor insuficiente, conforman el cuadro más difícil que haya atravesado el Gobierno desde que asumió.
Frente a eso, dos probabilidades básicas: fanatizarse con que no hay otra chance que la defensa a ultranza del proceder gubernativo, a sabiendas de que enfrente obra una máquina destructiva, o dar cabida al pensamiento crítico mientras se tenga clara la prioridad de no hacerle el juego a un bloque de poder insaciable.
El Gobierno, ya se ha señalado, viene haciendo entre bastante y mucho más que lo que transmite, que a su turno resulta más todavía porque es una coalición intraperonista en la cual --como en toda alianza-- conviven corrientes de intensidad diversa.
Recibió la herencia ¿consabida?; a los tres meses fue “secuestrado” por la pandemia; tras la instancia inicial de apoyo generalizado empezaron el malhumor y sus consecuencias; se tomaron medidas asistenciales en medio de una catástrofe y comunicando mal, pero se tomaron; arregló con los bonistas privados externos, contra todos los pronósticos.
Y ahora se avanzó con un paquete de disposiciones financieras, más --o primero-- ayuda y estímulo en lo productivo, privilegiando a ramas agroindustriales junto con la táctica atrayente de (intentar) partir al comando de la ¿otrora? Mesa de Enlace.
Pero parecería no haber caso porque la extorsión ya casi eterna en el mercado cambiario limita a todo índice de confianza que pudiera ganarse.
El ataque descomedido de los sectores más concentrados del Poder, en sus términos económico-mediático-judiciales que son la misma cosa, da lugar a una discusión que acaba por ser abstracta en torno de si directamente quieren voltear al Gobierno o “sólo” imponerle sus condiciones de máxima.
¿Cuál sería la diferencia?
¿Qué distanciaría a un oficialismo a relativo resguardo institucional de las tremendas presiones del establishment, por gracia de concesionarle exigencias, de otro que sucumbiera a ellas?
La derecha sabe perfectamente, vaya descubrimiento, que tiene un inmenso tranco de ventaja porque el Gobierno no puede echar mano a la gente en la calle.
Ese recurso podría ser terminante para exhibir fuerza masiva capaz de amedrentar al fuego oponente.
Como toda hipótesis es especulativa; pero, ¿alguien está dispuesto a negar, con fundamentos sólidos, que si “la gente” pudiera expresarse en la arena pública habría una de las movilizaciones más impresionantes desde la salida de la dictadura?
¿Acaso no fue una de ellas la que le impidió a los supremos cortesanos avanzar en el 2 x 1 a favor de los genocidas, merced a las franjas urbanas que la desidia intelectual insiste en agrupar como una clase media unívocamente tilinga?
El problema es que se trata de eso, de una formulación hipotética -–quizá categórica, pero conjetura al fin-- porque no se debe salir a la calle.
Hubo quienes, frente al próximo 17 de octubre, sugirieron ganar ese terreno de alguna manera y de una vez por todas.
Desde Casa Rosada los pararon en seco, porque sería una contradicción insalvable rechazar no cuidarse y promover lo contrario.
Entonces, está agudizándose el ingenio para encontrar el modo probable, nunca arrebatado, de defender al Gobierno (acto central a distancia; una contraofensiva orgánica en las redes; balcones encendidos; bocinazo taladrador; una Plaza de Mayo virtual, con app ya trabajada; lo que fuere que sume ruido y, sobre todo, volumen enérgico contra gorilaje intenso, frikis y trolls que, por obra del trío comunicacional comandante, muchos parecen comprar que son multitud).
Paréntesis o secuencia: al margen de una fecha precisa que enseñe aguante, ¿no debiera haber muestras más periódicas y contundentes por parte de ciertas referencias simbólicas y no tanto? ¿Dónde está la generalidad de los actores sindicales, por ejemplo? ¿Y dónde los movimientos sociales, más allá de su cotidiana e imprescindible labor para sofocar incendios tripulando al debajo de todo? ¿Y dónde una acción más decidida del amplio sector “cultural” que apoya al Gobierno, para que no consista en haberse sacado a Macri de encima y sanseacabó?
Vale reproducir en modo resumen un posteo desafiante de ese pensador necesarísimo que es Jorge Alemán.
Las derechas empujan y atropellan todos los límites democráticos. Lo hacen para obligar a que gobiernos progresistas o populares deban existir en forma defensiva. Provocan que tomen medidas contundentes. La terrible paradoja es que las derechas esperan que tales medidas se lleven a cabo, para confirmar que esos gobiernos son dictaduras totalitarias. Y las izquierdas que apoyan críticamente a esos gobiernos tienen el hábito de pensar que sólo se avanza en línea recta. Sin embargo, (esas izquierdas) deberían admitir las nuevas paradojas de la situación pandémica. El enemigo espera la radicalización, para ahogar los proyectos democráticos. No le importa si los gobiernos son moderados o inmoderados. El problema es que existan. La dominación mundial ya no soporta ni un mínimo de soberanía. Difícil situación porque, a veces, fingir que se está quieto puede, tal vez, ser la única forma de resistencia posible.
Para ser completamente sinceros (el adverbio es porque, ya saben, en esta profesión uno nunca termina de revelar todo lo que lo inquieta, ni toda la información de que dispone, ni todas sus dudas):
Este es un momento de alta angustia intelectual.
Hay zozobras y desesperaciones muchísimo más jodidas que ésa, desde ya.
Uno lo dice parado desde cómo se resolvería en lo operativo el cuello de botella de un Gobierno con funcionarios bienintencionados, decentes, munido de una buena cantidad de cuadros, tan dispuesto como constreñido por temores y opresiones apenas ose pretender mejorarle la vida a las mayorías sociales, tocando intereses elementales.
No son Macri ni los suyos, como si hiciera falta aclararlo.
Son otra madera, claro está, pero pasa que el poder aristocrático-corporativo de la Corte Suprema les marca la cancha.
Que “los mercados” también, a través de sus experimentadas manipulaciones con la brecha cambiaria y la cabeza dolarizada de hasta el último perejil.
Que ante las hermanas trogloditas de las compañías y acopiadores de granos se les pide el favor de que tiren un centro porque --es indesmentible-- de algún lado tiene que detenerse la fuga de divisas, y de algún otro ingresar una porción de ellas.
Y que, encima, no se puede salir a la calle para contrarrestar tamaña andanada y el agregado, como si poco fuera, de que el Gobierno está en soledad regional absoluta: no tiene en quién apoyarse. Ni siquiera un bastón enclenque. Nada.
Algunos alquimistas fantasean acuerdos mágicos con China, como si los chinos significaran algo más que un emergente, por cierto indetenible, que atiende ante todo su proyección de potencia comercial/geopolítica. No de rumbo universal, que pudiera servir para ampararse en tan necesarias utopías ideológicas. China es un competidor de los Estados Unidos, no del sistema capitalista.
Para no perderse en este tipo de elucubraciones, la urgencia coyuntural sería entender que el piso, para variar, es no confundirse de enemigo.
No semeja que eso vaya a ocurrir.
El clima asfixiante que venden los medios, y su eco en las redes, probablemente logra que se enmarañe representatividad con rating.
No debe caerse en esa trampa ostentosa, y el Gobierno haría bien en advertirlo.
Pero a condición de que esté preparado, porque las fieras auténticamente peligrosas están desatadas.