Con Laudato sí (2015), documento que puede ser considerado en realidad su primera encíclica (en la anterior Lumen fidei, 2013 se limitó a completar un trabajo iniciado por su antecesor Benedicto XVI), Francisco selló un camino que asumió desde el mismo momento en que arribó al pontificado: constituirse en un líder mundial más allá de los límites del catolicismo y del mundo de las creencias religiosas. En Laudato sí su discurso se centró en la idea del “cuidado de la casa común” y la protección ambiental sin eludir definiciones sobre la economía y la política.
Fratelli tutti, el texto conocido ahora, requiere por su densidad y la vastedad de los temas que aborda, de una lectura y un análisis en profundidad, pero es evidente que Jorge Bergoglio ratifica allí su decisión de pronunciarse sobre gran parte de los temas que preocupan a la humanidad, sin eludir definiciones que para muchos de los centros de poder del mundo resultan molestos y espinosos. Dirigiéndose a quienes quieran escuchar, el Papa ofrece un tratado en el que resume sus ideas sobre los temas sociales, políticos y culturales que preocupan hoy al conjunto de la humanidad.
También por ese motivo Francisco advierte en su introducción que “si bien (la encíclica) la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”. No se trata apenas de un documento dirigido a quienes profesan la fe católica, sino de un llamado a todos y todas aquellos que sientan sensibilidad sobre los problemas que aquejan al mundo. Una mirada que el Papa alimentó no solo por su propia percepción sino que enriqueció, como lo dice también, con “numerosos documentos y cartas” con interlocutores y dirigentes de todo el mundo y en los que también fue adelantando sus posiciones.
El escenario mundial se caracteriza hoy no solo por la gravedad de las crisis (manifiesta en los conflictos armados, las múltiples exclusiones, la pobreza, el deterioro del ambiente, entre otros muchos que también menciona la encíclica) sino por la falta de liderazgos creíbles que sugieran caminos de salida o alternativas superadoras sobre la base de mínimos acuerdos (¿valores?, ¿principios?, ¿pautas éticas?) que se ubiquen por encima de los intereses particulares (individuales y/o colectivos) y de las miradas sesgadas o doctrinariamente cerradas sobre sí mismas.
Frente a eso Francisco, posicionado ya no solamente como la máxima autoridad de la Iglesia Católica, sino como un líder social con alcance global que asume la responsabilidad de hacer propuestas políticas, de decir “no a la cultura de los muros”, de proponer acciones globales por encima de esas mismas paredes, y de demandar una “gobernanza mundial” para proyectos de largo plazo y con la finalidad de atacar las bases de la injusticia que atraviesa la vida de la mayoría de las personas en el mundo.
Sin lugar a dudas Bergoglio se expone a críticas fuera de época y de contexto que seguramente le reclamarán “que no se meta en política” y que provienen de pensamientos perimidos que antes (y ahora) reclamaron que quienes hablan en nombre de las creencias religiosas no pueden pronunciarse sobre las acciones concretas y los modos de prácticos de transformar la sociedad en la que vivimos. Es más. Habrá expertos en revisar archivos que podrán encontrar manifestaciones del arzobispo Jorge Bergoglio señalando que no es papel de la Iglesia y de sus pastores pronunciarse sobre cuestiones de política reservadas a los partidos políticos, los movimientos y las organizaciones.
Ahora Francisco traduce en un documento lo que ha sido su práctica como Papa: no eludir cuestiones escabrosas y difíciles como las guerras, los “descartes” (migración, trata, pobreza, entre otros muchos), el cuidado del ambiente, la economía, la deuda externa y, en general, los derechos humanos. En estos y otros muchos temas aquí no mencionados, Bergoglio deja en evidencia en su modo de ejercer el pontificado y en su discurso que la fraternidad debe promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Lo sostiene ahora en su encíclica. Y por eso reclama por una “mejor política”.
El Papa afirma que el derecho a vivir con dignidad no puede ser negado a nadie y que, por lo tanto, nadie puede quedar excluido porque los derechos no tienen fronteras. Son palabras emitidas por un líder religioso que se sabe a sí mismo con responsabilidades globales más allá de su investidura institucional. Un compromiso y un riesgo que ha decidido asumir como un líder global.