Las derechas empujan y atropellan todos los límites democráticos. Es su nuevo sello, el Neoliberalismo no encuentra fácilmente modos democraticos de legitimación. El mundo de las mediaciones se le ha vuelto totalmente ajeno. Para las derechas el primer mandato es estigmatizar al otro como dictador autoritario, sellar al gobierno democrático como un nuevo tipo de comunismo generador de un caos social y económico. Todo esto en una política de guerra donde lo que es progresista o popular nunca es un adversario, es un enemigo a abatir. Incluso horadando las razonables medidas que se toman con respecto a la pandemia.
Lo hacen, cuando se trata de gobiernos progresistas o populares, para obligarlos a existir de un modo defensivo en la propia agenda de las derechas y para también provocar que los gobiernos progresistas o populares, llegado el caso, tomen medidas contundentes que luego no encuentren los verdaderos recursos para sostenerlas.
La terrible paradoja de esta situación es que las derechas están esperando que esas medidas contundentes se lleven a cabo para así confirmar definitivamente que los gobiernos progresistas o populares son dictaduras totalitarias.
Las izquierdas que apoyan críticamente a estos gobiernos, y que habitan espontáneamente en el mantra de avanzar y radicalizar, ya que si no actúan así entonces los gobiernos caerán por su debilidad. Ciertas izquierdas tienen siempre el hábito de pensar que sólo se avanza en línea recta. Y por ello exigen avanzar sin dilaciones con respecto a lo que se supone que habría que hacerse sin concesiones.
Sin embargo deberían admitir las nuevas paradojas de la situación pandémica en su peligroso devenir. A veces avanzar es quedar expuestos a un fuego internacional donde tarde o temprano se perderá todo. Se olvida de qué se trata siempre de avanzar para intentar la difícil tarea de ganarle al enorme poder neoliberal. Es cierto que hay instantes de la historia en donde el imperativo exige luchar, independientemente de si se gana o se pierde. Son aquellos instantes históricos donde está en juego el honor y la ética más allá de todo cálculo y previsión. Aquellos instantes donde no se puede retroceder aunque cueste la propia vida. Las señas de la historia así lo indican. Y podría ser, nunca se sabe de antemano, que un momento histórico de semejante gravedad al fin suceda. No se sabe pero no es imposible.
Sin embargo esta vez la derecha espera la radicalización para ahogar a los proyectos democráticos. No se trata para los poderes si los gobiernos son moderados o no, el problema es que existan. Porque la dominación mundial ya no sólo no soporta ni un mínimo de soberanía, sino que no sabe si cuando los movimientos sociales recuperen la calle aparecerán medidas exigidas por las propias demandas sociales absolutamente insoportables para la derecha neoliberal.
La conformación heterogénea de los frentes y coaliciones progresistas aumenta la hipótesis cínico -conspirativa de las derechas. Dificil situación, porque a veces fingir que se está quieto puede tal vez ser la única forma de resistencia posible. Ese fingir no es un no hacer, no es una claudicación pasiva, es intentar sortear el éxtasis acelerado y paranoico de la derecha neoliberal para darle el tiempo pertinente a una agenda de trabajo y a la política en medio de un quiebre civilizatorio desconocido aún en sus consecuencias.