Desde Barcelona
UNO No tiene ni tiempo ni ganas de cotejar estadísticas; pero a él no lo engañan ni lo convencen de lo contrario: el tiempo está cambiando. Rodríguez pensaba en todo esto hace unos días, mirando por esa pantalla unplugged que es cualquier ventana, plasmándose allí un más invernal que primaveral diluvio de proporciones bíblicas con “aparato eléctrico” digno de Armagedón final en película de la Marvel. La lluvia caía de arriba abajo pero –los charcos como materia orgánica y devoradora– parecía rebotar sobre el asfalto de la calle y volver a subir hasta a un par de metros de altura empapando bajo paraguas. Y ahí, en el cielo, primero las nubes sueltas y después anudándose en una Gran Nube nublándolo todo.
DOS Y, en la otra pantalla, en la del televisor, los ateridos y cada vez más encogidos y ahogados socialistas, perdidos en su propia neblina, lanzándose hacia un nuevo congreso/primarias para elegir nuevo jefe. Allí van y lo cierto es que no tienen nada demasiado atractivo que ofrecer o por lo que optar. Están entre el rebelde Pedro Sánchez eyectado pero aspirando de nuevo a la cima sobre los románticos hombros de una militancia desencantada y del crowdfunding coleguita; el conciliador Patxi López que tiene las mismas posibilidades de que a Rodríguez lo nombren presidente de su comunidad de vecinos; y la abrasiva y abrazante Susana Díaz con esa perenne sonrisa entre Gato de Cheshire y Carcharodon Carcharias y ese aire de maestra jardinera empastillada y celadora de cárcel de mujeres. Sí: allí estaba la elegida. Arropada por “históricos” como González y Zapatero y Guerra y Rubalcaba y Bono. Y todos sonreían como ella. Y Rodríguez se acordó del mensuario Esquire cuando, año tras año, publicaba una foto de Richard Nixon mostrando los dientes y preguntando a sus lectores “¿De qué se ríe este hombre?”
¿Habrá que aclarar aquí que Rodríguez no cree en ni en la una ni en los otros (y que, con un par de vermuts encima, hasta le conmueve el modo en el que están en las nubes, colgados de eslóganes y mantras a los que los impotentes de Podemos al menos le han dado una vuelta soviet-romántica-estudiantina); pero que no soporta a la Díaz ni un día más en su vida. Díaz con esa manera de arengar que empieza con tono tierno y va subiendo y subiendo el volumen hasta desaforada pero –cómo la hará– sin dejar de sonreír, compañeros y compañeros Por suerte, ahí fuera, ahora, los truenos no es que no la dejen hablar desde su soleada Sevilla, pero al menos contribuyen a que Rodríguez no la escuche en su nublada Barcelona.
TRES Y, sí, hay muchas canciones sobre la lluvia y –desde “Stormy Weather” a “Here Comes the Sun”– sobre los preliminares y afterhours de la lluvia. Y, sí, las canciones sobre el clima nunca fallan; porque todo el mundo habla sobre el clima cuando no tiene nada de que hablar. Así, se canta sobre el clima cuando no se tiene mucho acerca de lo que cantar. Y, en lo que hace a la meteorología rimada y melódica, la lluvia es lo que mejor cae. La lluvia roja de Peter Gabriel y la lluvia púrpura de Prince, la lluvia campesina pero vietnamita de Credence Clearwater Revival, la lluvia bíblica de Violent Femmes, la lluvia llorona de los Everly Brothers, la lluvia ácida y lisérgica de The Beatles, la lluvia depresiva de Randy Newman, la lluvia pesada y la lluvia mujeriega y la dura lluvia que llena cubos de agua de Bob Dylan, la lluvia contemplativa de Led Zeppelin y la lluvia de noviembre de Guns N’ Roses, la lluvia de corazón de Buddy Holly, la lluvia que aquí vuelve de Eurythmics y la lluvia de nuevo de Supertramp, la lluvia insoportable de Ann Peebles y, hace poco, la lluvia de Charly García (sí: Rodríguez pide desde hace décadas que le traigan desde Buenos Aires discos de este hombre como otros se apuntan al tráfico de esos dulces bloquecitos de aspecto ilegal que se llaman Vauquita pero que parecen algo “diseñado” por Walter “Breaking Bad” White). Y por encima de todo y de todos la lluvia cantarina y enamorante de Gene Kelly que es la misma lluvia que también cae en Cherburgo pero que nunca caerá en La La Land por más que Ryan Gosling se agarre de ese poste de luz no para bailar sino para no caerse. Pero Rodríguez no recuerda muchas canciones sobre las nubes a secas y a solas. Y cuando la memoria se nubla ahí está Google (culpable de la demora en el diagnóstico de cientos de miles de casos de Alzheimer, piensa Rodríguez). Y ahí vienen desde el horizonte The Rolling Stones pidiéndote que te salgas de su nube. Y, sin hacerles caso, Joni Mitchell y Sting y Carly Simon y George Harrison y Pink Floyd y Mike Olfield y Charles Trenet. Y –para Rodríguez– la mejor canción nublada de toda la historia: “Cloudbursting”, de la por siempre y para siempre borrascosa en la cumbre Kate Bush. Allí, Bush canta el cuento verdadero del psicólogo y filósofo Wilhelm Reich (en el gran video-clip interpretado por Donald Sutherland, Bush hace de su hijo Peter). Reich diseñando y apuntando al firmamento sobre la granja familiar de Orgonon –antes de ser encarcelado por el FBI a partir de sus “actividades sospechosas”– una máquina de “reventar nubes” y traer la lluvia. Bush recuperó este track como cierre/encore de su reciente gira grabada en el álbum Before the Dawn y ahí la escucha ahora Rodríguez, ululando a todo pulmón, que “Cada vez que llueve / Estás aquí dentro de mi cabeza / Como si fuese el sol saliendo…” y, ah, Bush suena tanto mejor que Díaz.
CUATRO ¿Había algo de Virginia Woolf llamado Las nubes? ¿O era algo de Aristófanes? Quino dibujó muchos chistes con náufragos y nubes, ¿no? El nombre de ese pintor de nubes era Turner, ¿sí? Y el de ese otro era Ed Ruscha, ¿verdad? Y quién filmó mejores nubes: ¿David Lynch o Gus Van Sant o Terrence Malick? ¿Y el paradigma informático de La Nube es ventajoso a corto plazo y desventajoso apenas después? La iluminación de tanta tiniebla puede esperar un poco más –suficiente de Wikipedia por hoy– porque lo que a Rodríguez le interesa ahora de verdad (lo lee en El País, cuyo site, calculada o involuntariamente, se parece cada vez más al Believe It or Not! de Ripley) es una noticia donde se informa que Naciones Unidas ha puesto al día su Atlas Internacional de las Nubes. Atlas publicado por primea vez en 1896, mucho antes de aquella cambiante novela de David Mitchell. Naciones Unidas –ese organismo donde todos se reúnen para aprobar medidas que luego nadie obedece– no actualizaba su compendio de “masas nubosas” desde 1987. Y sépanlo: hay nuevas formaciones especiales ahí arriba (cataractagenitus, flammagenitus, silvagenitus y homogenitus), una flamante nube accesoria conocida como flumen, y hasta el estreno de una especie de nombre volutus. Todas ellas, ahora, tienen DNI, Documento Nublado de Identidad. Pero –por encima de científicos y de todos esos que las fotografían con su móviles para no volver a verlas nunca– sigue y seguirá sin saberse si esos objetos voladores identificados incluyen a ángeles okupas. O a qué cuernos en verdad se parece esa nube de ahí. Esa nube que, para alguien, es igualita a un caballo galopando mientras que, para la persona acostada a su lado, sobre el césped, es el vivo retrato de su Tío Chucho.
De cosas así está hecho y deshecho el amor. El amor que mueve a las nubes y que –como las ideologías y como los vanidosos que toman sus nombres en vano pensando y sonriendo en que todos piensan parecido a lo que ellos piensan y sintiendo así que no queda otra que identificarse con sus formas deformes– va y viene o pasa y ya pasó, y aquí viene otra y otro, pidiendo que los quieran más a ellos que a todos los demás.