Como anticipa en el primer texto de El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones (Ediciones Universidad Diego Portales), en su juventud la reconocida escritora no quería ser escritora. “No pensaba en publicarla –cuenta Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) sobre Bajar es lo peor, su primera novela, publicada en 1995 en una colección de Planeta dirigida por Juan Forn-. No pensaba en ser escritora, creo que no pensaba en ninguna forma de la escritura profesional salvo el periodismo y solo porque quería ir a recitales gratis y tenía esperanzas de ser corresponsal y acabar como enviada especial a Glastonbury”. Una de las virtudes de la antología es que muestra el proceso en que Enriquez se va convirtiendo en aquello en lo que ni siquiera soñaba.
Sea para medios gráficos como El Guardián, La Mano y Página12, para el catálogo de una muestra de Jorge Macchi o un homenaje a Roberto Bolaño, es el tono entre confidencial y sabio, si se tiene en cuenta que esa sabiduría llega después de la experiencia, lo que imanta en la lectura. “Me dejé llevar: siempre caigo en los mismos errores”, se lee en una columna de 2012 sobre su adicción a la ouija y el juego de la copa (“es peor que la cocaína”). Puestos por escrito una y otra vez, errores y malentendidos se vuelven señales de identidad de una literatura. Sus textos se pueden leer desde una perspectiva feminista, en especial los reunidos en la sexta parte de “Mundo privado”.
Diatribas cómicas contra el mandato de maternidad, un alegato a favor de la ley del aborto, relatos de encuentros indeseables con exhibicionistas (donde las mujeres experimentan, desde la adolescencia, “la amenaza de la violación”) y anécdotas sobre la incomodidad que proveen algunos amantes conforman un recorrido poco previsible acerca de las cuestiones de género. Otras secciones del libro están dedicadas a músicos y bandas de rock; los favoritos de Enriquez son, como queda claro y en este orden, su amado Bruce Springsteen (“no es un artista que le habla a un mundo que no existe”), los Rolling Stone y sus mujeres, Marianne Faithfull (“siempre tiene buenas y respetuosas reseñas, pocas veces se le hace justicia”) y Manic Street Preachers, a los que viaja a ver a La Habana en un acto de arrojo en el umbral de la crisis socio económica de 2001.
En la sección “Dioses oscuros” se agrupan varios perfiles de autores que forman parte del altar literario de la autora de Este es el mar: Bram Stoker (“un hombre común con un talento poco común”), Mary Shelley, Howard Philip Lovecraft (“un escritor anfibio, con un pie en la ciencia ficción y otro en el terror”) y Edgar Allan Poe. Páginas más adelante, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath y Anne Rice, “esa mujer liberada, ambigua, celebrante de la sexualidad y la oscuridad”, ingresan al panteón enriqueziano. Especie de heraldo del romanticismo del siglo XXI, la escritora permite que sus afinidades estéticas hagan sus actos de magia. “De alguna manera, en la agenda periodística que elegí están los intereses y obsesiones que hacen a mi literatura, aunque fue un proceso diverso: en el periodismo no siempre podés escribir sobre lo que querés –dice la escritora-. En el libro están muchos de esos textos-obsesiones y otros que tienen que ver con el trabajo, especialmente las columnas, que son un poco bitácora, otro poco aguafuerte, otro poco humor, más todo lo que significa entregar un texto semanal”.
La banda de sonido del otro lado de la realidad, como en Nuestra parte de noche, se deja escuchar en este “larga duración” de setecientas páginas en el que, como revela su editora, quedaron muchas cosas afuera. Año y medio atrás, cuando comenzó el proceso de edición y de búsqueda de una lógica interna para la obra dispersa, Guerriero salió de la casa de Enriquez con una valija repleta de textos.“Siempre pensé que la obra de Mariana es fantástica, tiene un gran nivel de erudición en torno a algunos temas que realmente domina y en una conjunción extraña: el rock, cierta literatura muy refinada, su registro más personal, los temas de género –destaca Guerriero-. Todo esto se da en ella de una manera muy atractiva. Sus pequeños textos sobre Drew Barrymore, Adele o Keanu Reeves, que ella llama ‘condensaciones’, tienen una fuerte síntesis, un dominio de la información y una mirada desprejuiciada que te lleva a revisar las ideas propias”.
A la hora de editar, ambas escritoras congeniaron. Guerriero había sido editora de La hermana menor, el libro de Enriquez sobre Silvina Ocampo, y de un perfil de Pizarnik para Los malditos. “Siento una corriente de afecto y de respeto mutuo con ella. Y más con una materia prima de semejante calidad”. Cabe aclarar que el libro no sigue un orden cronológico. “Quise hacer una propuesta de lectura tan sofisticada como sus textos”. Para lxs que leyeron o quieren leer Nuestra parte de noche, este volumen con textos de no ficción de Enriquez puede funcionar como una bitácora de ese clásico instantáneo de la literatura de terror.
Un fragmento de El otro lado
Y qué invisibles somos las mujeres sin hijos. Miren a su alrededor: encontrarán muchísimas. Yo cuento cuatro entre mis amigas más cercanas y no es que nos hayamos puesto de acuerdo, y estoy segura de que las horrorizaría un poco conocer la profundidad de mi rechazo a la maternidad. Ninguna está particularmente angustiada por su falta de hijos. Pero no hablan, nadie quiere escucharlas, son como suicidas. Cierta vez alguien me dijo que eso eraexactamente no querer concebir: quitarse la vida. No fue mi único encuentro con alguien que me desconfiaba por antimadre. Cierta vez cometí el error de decir que no quería tener hijos frente a una mujer que iba por su tercer tratamiento de fecundación asistida. No lo mencioné para provocarla: no sabía lo que ella deseaba y contesté a la pregunta de alguien más, en una fiesta. Hace rato que no me refiero alegre y casualmente a mi falta de hijos porque cuando no soy maltratada soy despreciada, y a veces temo ser linchada. Ella me miró con odio voraz, con una envidia cabal: quería mi útero mis tripas mis trompas mis ovarios mi funcionamiento. Alguien me llevó a otra habitación: desde allí escuché que ella lloraba y era consolada mientras yo pasaba, segura y definitivamente, a ser peor que una mala persona (eso ya lo era por no ser madre): ahora era una persona cruel, como una ahogadora de gatitos. Encima no me compadecí: qué mujer más absurda y victimizada, pensé, pero no lo dije. Sólo pregunté, a la única persona que no me miraba con indignación, por qué, si sufría tanto, no adoptaba. Me salió con que adoptar en Argentina tarda muchísimo pero el centro de su argumento era, claro, que la mujer quería ser madre con sus entrañas propias. Que no es lo mismo. Que yo era incapaz de entenderlo (porque no tenés alma, quiso decir, pero calló). ¿Qué los lastima tanto de mi decisión? ¿Acaso el mundo no tiene siete mil millones de personas? ¿No les alcanza esa cifra y quieren que yo sume mi granito al apocalipsis alimentario de los próximos cincuenta años?
De “Yerma”, publicado en el verano de 2012 en Lamujerdemivida.