Fiel a sus costumbres cinematográficas, Luca Guadagnino nos hace entrar a su obra como forasterxs. En Call me by your name el invitado que llegaba y se iba (como nosotrxs) era Oliver (Armie Hammer), el amante fugaz y primer amor puto del joven Elio (Timothée Chalamet); en Suspiria (2018) supimos escondernos dentro de las valijas, entre la ropa y los zapatos de baile, de Susie (Dakota Johnson) minutos antes de mudarse a la temible academia de baile dirigida por Madame Blanc. We are who we are, su incursión en la TV, no es la excepción a la regla. Ingresamos al microcosmos donde se escribe esta singular historia situada en 2016 (durante la campaña electoral de Donald Trump) a través de un adolescente estadounidense de 14 años, Fraser (Jack Dylan Grazer). Quien ha dejado su casa en Nueva York para comenzar una incierta vida en una base militar ubicada en Italia. Con sus uñas pintadas de negro y sus rulos teñidos de rubio chillón, Fraser se presenta esquivando a la cámara, y con los auriculares puestos. En solo una imagen el director informa en código que uno de sus protagonistas es introspectivo, de difícil acceso. La secuencia sucede nada más ni nada menos que en un aeropuerto. Ser adolescente se parece demasiado a habitar un no lugar. A estar de paso entre un destino conocido y otro por conocer. Fraser tiene dos mamás, y una de ellas, Sarah (Chloë Sevigny), es coronel del ejército de los Estados Unidos. Su cargo obligará a su esposa (Maggie, interpretada por Alice Braga) y a su hijo a abandonar sus antiguos vínculos y rutinas. Sarah lleva el mando en el cuartel y también en la intimidad de su hogar. Sin embargo, entre las cuatro paredes de su casa, su autoridad es más de una vez desestimada. Dentro de su uniforme carga culpas y reproches de un hijo que debió alejarse de un amor por la carrera de su madre. La tensión entre ellxs es salvaje y culmina en la pelea física.
Campo de batalla
We are who we are replica los climas húmedos de Call me by your name. El olor a piel transpirada, el aroma del pelo sucio de arena tras una tarde de playa, la incertidumbre adolescente que oscila entre la desilusión y la oportunidad permanente. Apenas Fraser aterriza en la base militar, se mete en los vestuarios para toparse con un grupo de hombres desnudos. Uno de ellos, Jonathan (Tom Mercier), lo mira y le dedica una sacudida de pito. Fraser no baja la mirada, atesora el momento. ¿Es gay? Guadagnino no es amante de etiquetar deseos. Y menos los de un adolescente que solo se ha besado con un espejo. La bienvenida es intensa para toda esta familia queer. En la ceremonia de cambio de mando, el comandante saliente le dice (o advierte) a la comandante entrante que el año anterior tuvieron veinte peleas, tres violaciones y dos suicidios. "Suerte con eso, querida", desliza con un dejo de machismo. "Eso fue bajo su mando, Coronel", le responde superada Sarah. Tanto ella, como su esposa e hijo irrumpen en la unidad militar para profundizar la diversidad sexual que ya asoma en esta pequeña comunidad. We are who we are es una serie que se interesa en sus personajes más que en la trama. Por eso las batallas no son externas sino internas.
Desacatar la orden
Enemigo de los clisés y el romanticismo héteronormado, Guadagnino no centra el relato en un romance entre un chico y una chica. Eso no significa que no sea una historia de amor. El amor de una amistad cómplice para animarse a explorar sus identidades sexuales. Fraser hace un pacto visual con Caitlin (Jordan Kristine Seamón) en una clase de física. Sin decirse nada, firman con lápiz a través de una mirada el contrato de la comprensión mutua a aquello que no encuentran explicación. Caitlin es una adolescente nigeriana que le roba la ropa a su padre para vestirse como varón y presentarse como tal ante las chicas que viven lejos de la base militar. "Harper" es su nombre elegido cuando esconde su pesado y largo cabello dentro de una gorra.
Fraser le regala a Harper su vestimenta a la moda para que pueda ser un adolescente, y no un chico que se disfraza de su padre. Pero la fluidez de género no es el único acento LGBTIQ que tiene la serie: el aspecto más queer es cómo Guadagnino rompe los binarismos de género a partir de escenas muy significativas. A Fraser no le enseña a afeitarse el tímido bigote un hombre (esa tradición oxidada de padre e hijo) sino una de sus madres, con su gillette rosa. "Sigue el contorno del pómulo, si no te vas a cortar", le indica Maggie con paciencia. Caitlin menstrúa por primera vez y no se lo cuenta a su madre, charla con su papá.
Todo en We are who we are es una instancia de transición. El mandato de Obama que llega a su fin y la promesa (¿o amenaza?) de Trump de hacer grande a América otra vez. El mando de un coronel hombre heterosexual a una coronel lesbiana. Pero, sobre todo, los cuerpos: el de Caitlin que a veces es Harper, y el de tantos adolescentes que se despiertan recubiertos de pelos o curvas de un día para el otro. Apenas llega Fraser a su nueva casa, la madre de Caitlin/Harper le dice a él y sus madres: "Lleva un tiempo saber si un lugar es para uno". Lo más poderoso del planteo de Guadagnino es que no busca que sus personajes encuentren un lugar de pertenencia, todo lo contrario. Que se muevan, roten, muten y vuelvan a mutar. Una mudanza constante guiada por la curiosidad y el deseo.