Los argentinos conocen bien al Uruguay. El pequeño vecino de Oriente representa un espejo donde el país (en especial Buenos Aires) encuentra un reflejo levemente distorsionado al que siempre se mira con soberbia, pero también con envidia. Sus playas se encuentran además entre los destinos preferidos de nuestros veraneantes (y no solo los de clase alta). A medio camino entre Montevideo y Punta del Este se levanta una ciudad extraña y única, desmesurada y monumental, cuyo origen reúne extrañas leyendas que la vuelven magnética. Piriápolis es el primer gran centro balneario de América del sur, fundado por Francisco Piria en la pujante década de 1880 a imagen y semejanza de los paraísos de veraneo europeos. Fascinado por la historia de la ciudad y la de su creador, el cineasta Sebastián Martínez se lanzó a una investigación en la que intenta revelar los enigmas que las rodean y cuyo desarrollo dio lugar a El mundo entero, un documental no menos atrapante y misterioso.
A finales del siglo XIX, Piriápolis era un elefante blanco levantado desde cero por un hijo de inmigrantes italianos que se había vuelto millonario como comerciante. El ingenio, la autopromoción y el espíritu aventurero habían sido las herramientas que destacaron a Piria. Pero su perfil de capitalista emprendedor, habitual en la cultura estadounidense, no resultó bienvenido por la aristocracia que gobernaba su país. Y cuando construyó su magnífico balneario, en el que abundaban los hoteles de lujo, los monumentos traídos de Europa y las construcciones que excedían la modesta escala de aquel paisito decimonónico, lo que recibió no fue aceptación. Pero además, sobre Piria converge una mitología que abreva en la alquimia, la masonería y una extraña versión futurista del socialismo cuyas marcas sus devotos reconocen ocultas en el trazado urbano y el diseño de Piriápolis. Todo eso aparece en El mundo entero, que se estrena este jueves a las 20 a través de la pantalla de Cinear TV y a la que se la podrá ver a partir del viernes en la plataforma Cinear Play.
“La ciudad es la obra cumbre de Piria. Cuando la conocí en 2010 no tenía la menor idea de quién era ese hombre y el interés que me surgió por conocer el origen de su fundación, por interpretar esa simbología que aparecía por todas partes o indagar en sus edificios, me fue llevando a descubrir al personaje que la construyó”, dice Martínez. “Piriápolis es la idea de un mundo propio hecho realidad: el de un hombre que imagina una ciudad a la europea en un paraje inhóspito del Uruguay y cuyo diseño acaba convirtiéndose en el escenario sobre el que se refleja la figura enigmática de su fundador. Todavía no había caminos para llegar ni existía el turismo, pero la construye igual. ¿Por qué? Así empezó todo”.
-¿Esa mitología misteriosa que la película aborda se origina en la ausencia de documentos o es una construcción del propio Piria?
-Es lógico que alrededor de un personaje fuera de lo común circulen mitos y leyendas. Siempre me pregunté si la simbología dispersa en Piriápolis no constituía algún tipo de documentación, una especie de lenguaje para quien supiera leerlo. Es imposible saber si Piria fue alquimista o no, pero queda claro que su bombardeo publicitario no promovió la veta enigmática durante el esplendor de Piriápolis. Ese aspecto entró en juego cuando ya había muerto, pero las señales existen y fue el propio Piria quien las dejó. Para muchos no es más que charlatanería, un recurso de marketing; para otros es indiscutible que algo especial sucede allí. Creo que Piria debe estar contento con el mito que se construyó alrededor de su ciudad.
-Esos puntos opacos abren el relato a lugares inesperados, como el ritual alquímico que actualmente un grupo de devotos realiza en la catedral abandonada. ¿Cómo llegó a esas derivaciones extrañas?
-El mundo de la alquimia apareció bastante rápido en la investigación, pero no resultó fácil dar con gente que estuviera dispuesta a hablar del asunto. El vínculo con la cofradía que participa del documental empezó tres años antes de filmar el ritual. En lo personal nunca me importó demasiado que tan cierto pudiera resultar. En realidad, ni siquiera se puede plantear como cierto o falso, como todo lo que tiene que ver con las creencias. Me interesó desde lo visual, me abrió la puerta para jugar con lo sensorial y el misterio. El ritual tiene un componente lúdico, es una representación. Esa gente no anda así vestida por la vida, claramente. Pero el compromiso de los tres personajes que hablan alrededor del fuego con esa idea de búsqueda y recorrido espiritual, es absoluto.
-En la película se menciona cierto desdén de Montevideo hacia la figura de Piria. ¿Puede eso tener origen en un rechazo de clase?
-Piria no se dedicaba a caerle bien a la gente. Se enfrentó a políticos, a la iglesia, a las instituciones en general y era crítico de la idiosincrasia uruguaya. Chocó contra el establishment de su época y eso no fue gratuito. Para él su país estaba sumido en un letargo y quería despertarlo. Se quejaba de la falta de iniciativa del uruguayo, haciendo un contrapunto con la pujanza de los argentinos, a quienes definía como “los yanquis de Sudamérica”. Acumuló fortuna y poder sin depender de bancos ni partidos políticos. Resulta lógico que tuviera enemigos entre sus contemporáneos.
-Sin embargo, cuando quiso replica la experiencia en nuestro país tampoco fue bien recibido.
-Al desembarcar con sus proyectos en Argentina, Piria fue visto como un rival. Un empresario que no dependía de los bancos y apostaba a la tierra en vez de a la bolsa. Un modelo de acumulación de capital que encendió las alarmas y derivó en una operación de prensa que lo llevó al fracaso.
-Buena parte de la película se la lleva el retrato del patrimonio arquitectónico de Piria. ¿Cuáles fueron las directrices estéticas que organizaron esa forma detallada de mostrar la ciudad?
-El mundo arquitectónico de Piria no es difícil de filmar. Piriápolis tiene cierta espectacularidad que en la película está potenciada por la fotografía de Diego Poleri y los drones de Juan Gervasoni. Pero hubo dos ideas que buscamos transmitir desde el trabajo de cámara: por un lado que las imágenes estuvieran en sintonía con la idea de proyecto mastodóntico, que es como Piria definía a la fundación de su ciudad. Y a su vez, como si estuviéramos descubriendo las ruinas de una civilización perdida.