Era un adminículo muy conocido por los estudiantes de Industrial: se lo conoce como regla T, indispensable para dibujar paralelas perfectas. Era un adminículo muy conocido por quien quisiera barrer el piso, conocido como escoba. Cosas de la vida cotidiana, al alcance de cualquier mortal.
Y entonces apareció Eddie Van Halen y las convirtió en guitarras.
No, claro que Eddie no fue el primer guitarrista de la historia ni el primero en provocar ese efecto mágico. Pero “Eruption” arrasó con todo. Estábamos ante un tipo que no se parecía a nada, que estaba dinamitando todo lo conocido en materia de tocar las seis cuerdas. Black Sabbath, Led Zeppelin y Deep Purple eran la Sagrada Trinidad del rock duro, pero Van Halen tenía un motor absolutamente único.
Eddie tocaba como nadie. Eddie era fachero. Eddie tenía la Frankenstrat: más de uno, consciente de que jamás podría hacer lo que hacía Eddie Van Halen, al menos se consoló llenando de cinta aisladora su instrumento, buscando contagiarse algo de tanta onda.
Poníamos los 100 segundos de “Eruption” una y otra vez, al palo, extasiados, mirándonos entre nosotros, incrédulos. Y encima después arrancaba “You Really Got Me” y otra vez el volumen a 11, felices de la herejía de considerar al original de los Kinks una cosa menor frente a semejante explosión. Van Halen además tenía una base demoledora y un cantante extraordinario, un negro en el cuerpo de un rubiecito cirquero con patadas de karate al aire. Van Halen nos hacía hervir la sangre, ya de por sí caliente porque éramos adolescentes y habíamos descubierto al rock, nuestra bandera y emblema, el blindaje ante nuestros mayores y los amigos caretas, nuestra armadura en un país donde se respiraba miedo en las calles.
¿Cuántos grupos comenzaron por Van Halen, o Women and Children First o Fair Warning? ¿Quién no meneó la cabeza sin poder entender a Eddie tocando teclados en 1984, pero después convirtió el meneo en sacudidas con la guitarra alucinada de “Hot For Teacher”? ¿Cómo no querer tocar en una banda de rock si Eddie y su guitarra rojo infierno era una de sus más perfectas estampas?
Para nosotros, la generación que enfermó felizmente de rock entre fines de los ’70 y comienzos de los ’80, Eddie Van Halen fue uno de los que encarnó La Libertad. Libertad de volumen al taco, de hacer cosas que supuestamente no podían hacerse en la guitarra, de intervenirla, de amarla y mejorarla. Libertad de dejarse llevar por el puro frenesí de una música que estaba sucediendo entonces, que no era un rescate del pasado, que esperábamos en la puerta de la disquería de Flores donde –ay, Martínez de Hoz- los importados salían más baratos que los nacionales. Cada nuevo disco era el reencuentro con nuestro amigo, que era más que un poster o una tapa de Pelo. Era más de verdad que los consejos de la sociedad espantada por esos impresentables de pelo largo y guitarras aullantes.
Eddie tenía los dedos más veloces, el instrumento más bello sobre el planeta Tierra, y sabía muy bien qué hacer con eso. No era un basquetbolista como los que después quisieron imitarlo y quizá tenían los dedos igualmente ágiles, pero no eran Van Halen.
Eddie y la Frankenstrat fueron nuestros héroes. Y por eso, el 6 de octubre de 2020, nuestra adolescencia fue algo lejano y cercano a la vez. La regla T volvió a ser una regla T y la escoba solo una escoba. Y ni siquiera “Eruption” al palo pudo arrancarnos la tristeza.