Se puede prescindir del vos, pero nadie está dispuesto a resignar la canción. Bordeado por el Atlántico y punteado por sus arquetípicos palmares, el departamento uruguayo de Rocha es una reserva ecológica del tuteo y esa variación oceánica de los folklores que solo parece florecer en un territorio --que alberga destinos veraniegos como La Paloma o Cabo Polonio-- tensado por el tráfico entre Montevideo y Buenos Aires con el sur del Brasil. Por los exilios fatales o voluntarios. Por cantores camperos con vibrato, intelectuales de pies en la arena y una radio para bailar los hits del momento. Florencia Núñez, en ese sentido, logró una alquimia históricamente postergada: la alianza entre la canción uruguaya de orfebrería y el pop descarado para salir a dar batalla en el Top 40. Que no ni no.
Porque todas las quiero cantar, su inminente nuevo disco, es una criatura extraña. La primera mitad son las seis canciones del repertorio rochano que Núñez escogió para versionar, como “Contigo y el palmar” de Solipalma --el primer simple del disco, que ya se puede escuchar-- o “En tu imagen” de Los Zucará. Un repertorio de profundísimo arraigo popular que tuvo su momento dorado a fines de los setenta, muy poco difundido más allá de las fronteras orientales. La segunda mitad es la banda de sonido que Núñez compuso junto a su socio Nicolás Molina para el documental del mismo nombre, que ella dirige y protagoniza, y que se estrenará en el festival de la Cinemateca Uruguaya. Ese balance asimétrico (cualquiera podría pensar en el díptico Yendo de la cama al living y Pubis angelical), sin embargo, genera un gran poder de encantamiento.
El proyecto, entonces, funciona a varios niveles. En principio, es un viaje casi musicológico a través del universo de la canción popular de Rocha. Por otro lado, el proyecto es una rutilante tarjeta de presentación. Aunque se trate de versiones, el talento natural de Núñez y sus credenciales genéticas le permiten apropiarse de cada una de estas canciones y llevar el agua hacia su propio molino. El procedimiento es un batacazo: con un solo movimiento, no solo se legitima como artista popular, sino que como cantante pop parece proyectar su carrera más allá de las fronteras. “Con mis primeros dos discos, me había ganado un lugar como compositora”, dice Núñez. “Quizás el hecho de sentirme segura en ese punto me permitió encarar este desafío como intérprete y productora. Me dejé llevar por esta cosa instintiva de ir hacia atrás y ver cómo podía integrar esa música que había cantado toda la vida. Después de todo, es un repertorio que también me pertenece”.
Hija del matrimonio entre un empleado bancario y una escribana, la formación artística de Núñez no fue precisamente en casa. Sino a la vuelta. Con ocho o nueve años comenzó a militar en los coros departamentales, se integró al equipo del Teatro 25 de Mayo y, para los quince, ya era una de las alumnas preferidas del taller de Enrique Cabrera: uno de los pilares del canto popular de Rocha. “Fue el gran seleccionador”, dice Núñez. “Me compilaba discos y así me fue presentando al Darno, a Mateo, a Cabrera. En mi casa no había mucha elección: era la radio. Y los Zucará sonaban en la radio. No llegué a verlos en vivo, pero a muchos los fui viendo de costado o en las guitarreadas. En la bohemia. No era música que uno decidiera escuchar, sino esa que se te va metiendo: de pronto ya te sabés la canción, de pronto te la enseñan en la guitarra. Era el sonido del pueblo”.
A principios de 2009, Núñez se mudó a Montevideo para estudiar Comunicación Social. A medida que avanzaba en la carrera, comenzó a escribir un repertorio para salir a tocar en el circuito. Editado a través de su propio sello, Mesopotamia (2014) fue un debut entrañable, con todos los ítems para el Síndrome del Primer Disco. Una antología heterogénea con un pie en cada sitio: desde el gesto indie de “¿Qué planes tienes para el sábado?” hasta el pop cristalino de “Superwoman”. “Quise organizar todo lo que tenía en la cabeza y hacer un collage, como un álbum de fotos de varias épocas”, confiesa. “Lo siento muy verde, pero bueno, más que nada fue un aprendizaje. Por algún lado hay que arrancar. El otro día Martín Buscaglia me decía que lo bueno de los discos es que uno no se casa con ninguno”.
Mesopotamia, en todo caso, le permitió conectarse con colegas como Buscaglia, Mariana Lucía o Franny Glass. Tocar en el Festival SXSW de Austin (Texas), ganarse el Premio Graffiti --el Gardel de Uruguay-- a Mejor Artista Nuevo y abrir para Julieta Venegas. Un piso de confianza lo suficientemente elástico como para pasar a Palabra clásica (2017). “Fue el disco que tenía ganas de hacer: un contenido llamale ‘respetable’, pero presentado de una forma más vendedora”, dice Nuñez. “Me puso en un lugar diferente y extraño. ¿Dónde toco? ¿En el antro indie o la radio mainstream? Es una gran pregunta que me sigo haciendo: dónde está la gente que le puede interesar mis canciones”.
“Pacto”, la pieza central de Palabra clásica, es una canción sobre el oficio de componer que es casi un rezo. Una invocación amplificada por los arreglos de cuerdas de Lucio Mantel y el coro cíclico que se disuelve entre las nubes. El 31 de julio de 2018, en el Auditorio Nacional del Sodre, Núñez finalmente recibió esa confirmación pública. Si bien estaba nominada en varias categorías de los Premios Grafitti, su nombre fue pronunciado en la terna más inesperada: Mejor Compositora. Envuelta en una estela de nervios y felicidad, subió al escenario e hizo una dedicatoria que adquirió espesor histórico. Era la primera mujer en recibir ese premio en Uruguay. “Estaba muy honrada, pero sabía no era una lucha que había empezado yo”, dice. “Mucho tiempo antes se lo tendrían que haber dado a Estela Magnone, a Laura Canoura, a Samanta Navarro. Hay gente que está picando piedra desde hace mucho. Así que mi reconocimiento fue para todas ellas y para las gurisas que ahora mismo se están preguntando si esta es una tarea para ellas. El reconocimiento fue ahí: para desplegar hacia el futuro”.