El desafío de pensar una película que haya marcado mi destino o mi vida me suena un tanto pretensioso. Se me hace bastante difícil elaborar ese juego tan común de las sobremesas de responder qué cinco películas me llevaría a una isla desierta para pasar el resto de mi vida. No puedo elegir. Me declaro incompetente. Hay decenas, y todas están muy vinculadas a mi estado de ánimo del momento. Podría decir que la que siempre está en esa lista hipotética es El día de la marmota o Hechizo del tiempo, de Harold Ramis, pero admito que es un berretín más que otra cosa.
Pero puesto a jugar en las Grandes Ligas, acepté el desafío, no tanto porque una película en sí me haya marcado de manera decisiva en el momento de verla, sino por la cantidad de reflexiones y sentimientos que El Padrino (las tres) me permitió desarrollar con el paso de los años.
No puedo fechar cuándo las vi por primera vez, pero sí puedo decir en qué lugar presencié las dos primeras: en el extinto Cine Sarmiento de San Antonio de Padua. La tercera, ya más adelante, la vi en uno de los cines de Lavalle, pero no recuerdo ni la fecha ni qué cine era.
También puedo decir que debo haberlas visto al menos 30 veces cada una y cada vez que lo hago, descubro algún detalle que se me había escapado en las vistas anteriores. Incluso disfruté muchísimo ese experimento que hizo Coppola de hacer una versión cronológica con las dos primeras. Toda una exquisitez.
Alguna vez, con mi amigo Alejandro Caravario, en nuestra ya olvidada juventud, realizamos un curso de cine y elaboramos, entre otras tantísimas hipótesis una que me permite decir que El Padrino I, II y III son las mejores tres películas que vi, porque son una especie de faro que ilumina a todo el cine (al menos el que yo conozco), incluso a algunas películas que se filmaron muchos años antes. Es como si uno pudiese encontrar en esos tres films una síntesis absoluta y definitiva de lo que yo entiendo que debe ser el cine.
Aquella hipótesis disparatada que sostuvimos por años con Piqui Caravario decía que Charles Foster Kein (de Citizen Kein, de Welles) era en realidad el antecesor de Coronel Kurtz (Marlon Brando, en el Apocalipsis Now! de Coppola) y que el Capitán Benjamin Willard se reencarnaba luego en Travis Bickle (Taxi Driver, de Scorsese) y que, en definitiva, estos cuatro personajes sintetizaban la personalidad, las reacciones y la vida de Michael Corleone en las tres películas de El Padrino. Sosteníamos, que ninguno tendría un valor simbólico dentro del cine si no hubieran existidos sus antecesores y sucesores y no se los combinara y relacionara a unos y a otros. Son cinco personajes que conviven dentro de un mismo universo fantástico de excesos y demencia pero, al mismo tiempo, de la más clara y verosímil síntesis de lo que se ha convertido la raza humana.
Por supuesto Michael Corleone es el más logrado porque tuvo la chance de desarrollarse en tres películas y por los vaivenes emocionales que atraviesa a lo largo de toda una vida plagada de desafíos que rondan entre lo truculento y la obsesión de liberarse, sin éxito, de lo que en verdad se ha convertido. Es un hombre que lucha por torcer su destino pero que fracasa una y otra vez, como si un sino trágico lo hubiera marcado para toda su existencia.
Michael es el héroe de guerra con destino de Senador, es el asesino del “Turco” Sollozzo y del capitán de policía Mark McCluskey en una cantina italiana, es el hombre que en el exilio se enamora de Apollonia y la ver morir en la explosión de su auto, es el que regresa a Estados Unidos y se casa con Kay Adams, tienen hijos, quiere poner casinos en Cuba justo cuando Fidel Castro derroca al dictador Batista, es quien organiza una carnicería el mismo día del bautismo de su sobrino, quien manda a matar a su cuñado Carlo Rizzi y a su hermano Fredo, el que se confiesa con Juan Pablo I poco antes de que muera envenado, es quien ve cómo le matan a su hija a la salida de un teatro… Son las mil y una vidas de Michael, seguramente en el punto máximo de la carrera de Al Pacino.
El Padrino es sin dudas la película. Por mil razones. La que explica todo. Desde las lealtades más irrompibles a las traiciones más flagrantes. Nos da consistencia como humanos. Nos permite mirarnos en el espejo de nuestras contradicciones. Y transcurre en épocas sin globalización, sin grietas ni pandemias que sacan a relucir lo mejor y lo peor de cada uno. Nos permite ver todo lo extraordinario y horrible que es el ser humano y al mismo tiempo expone con maestría por qué tanto misántropo anda suelto por el mundo haciendo de las suyas.
Mariano Hamilton nació en San Antonio de Padua en 1961. Trabajó en diversos medios gráficos: Clarín, Olé, y Perfil. Fue cofundador de tres revisitas: Llegás a Buenos Aires, Qué te parece esto Beba y Un Caño. También en trabajó en radio y televisión. Escribió ocho libros, tres de investigación y cinco de ficción. Su última novela, La penúltima oportunidad se puede leer de manera gratuita en la página de la revista Un Caño.