Estoy de paso en una casa muy grande de dos plantas con un inmenso espacio central sombrío y gris, y habitaciones alrededor en las dos plantas. Me voy quedando día tras día, sin fecha de retorno. La casa queda en un barrio obrero porteño y afuera hay sol. No salgo a pasear. Tengo que realizar una tarea y se me ha provisto de asistentes. Son sigilosos, los mandan de a uno, se van turnando, viven ahí pero sólo están presentes, tal vez esperan mis órdenes. Ya se fue un asistente flaco y joven, de rulos colorados. Le pregunto al nuevo asistente si tiene terreno con plantas en su casa y me responde que sí, muchas. Unas asesoras me envían una actriz encantadora y muy joven. Ella recita un monólogo breve que le hizo estudiar Virginia Ducler, o quizás Carla Saccani (al despertar tengo una confusión al respecto). La escucho, me gusta mucho el texto, disfruto de su actuación, la grabo. Ya tengo también bastante material original escrito. Me siento en el patio de una cafetería al aire libre que hay por ahí, con mucho sol y mesas rústicas, y me pongo a desgrabar el monólogo. Voy anotando los parlamentos en los espacios libres de un papel que encontré en la mesa. El papel tiene un texto impreso o escrito. Los dos textos se mezclan. Vienen mis asesoras y les muestro lo que estoy haciendo. Me exigen material original. Me dicen que la chica fue pensada como inspiración, pero que no tengo que copiar. No llego a decirles que tengo material original ni a mostrárselos.
Luego voy bajando al sol por unos escalones rodeados de césped, que conectan un parque con una calle. Hay unos volúmenes de cemento decorados con venecitas en colores azul y violeta rojizo. Voy conversando con alguien que camina a mi lado.
Entre la luz de alta intensidad que me enceguece y me quita el sueño desde el pasillo (idea de unos vecinos que no piensan más que en sí mismos) y los errores brutales que cometo por dormir mal (le erré dos veces a las gotas ojo-oído) ya estoy medio ciega y además casi completamente disfuncional por la privación de sueño. Tampoco estoy logrando comer, ya que la alimentación requiere de una coordinación cognitiva y motriz que el desvelo me destruyó. Lo único que logro sostener, aparte de un trabajo hecho con inevitables errores, es la adicción a YouTube. Otro de los accidentes tontos que tuve por dormir mal me lesionó un pie. Ahora lo pienso dos veces antes de cargar un bolso.
El historial de búsqueda, a medida que avanza la noche, se parece cada vez más a un sueño. Lo que empieza como una continuación de los intereses diurnos, en armonía con el algoritmo (esa guía tecno-espiritual hecha de inteligencia artificial), se va volviendo cada vez más surrealista y pasada la medianoche ya contiene términos de búsqueda tales como "lemurianos". Siguen pasando las horas y, como en toda agonía, hay un rapto de lucidez: "alquiler de monoambientes en Rosario". Lo que me viene salvando la vida son las amistades en otros husos horarios. Gracias a una de ellas, en lo más oscuro y tenebroso de la noche me llega un video en directo del Océano Pacífico, a pleno sol, con rumor y todo. A falta de sueños (cuya condición es dormir) empiezo a recordar una pesadilla recurrente que tuve a fines del siglo pasado. Un agua subía, subía, hasta que nos tapaba. Al final alrededor sólo había agua. Pienso en canciones irlandesas. Junto valor y salgo a bajar la llave de la electricidad, a luchar por mi derecho al descanso. La oscuridad viene como un manto piadoso pero ya la noche está perdida. No sé por qué me gusta tanto la idea de que aquel sueño era un recuerdo y tenía miles de años.
La youtuber no parece tener edad. Es pelirroja teñida y deduzco que uruguaya, por algunas referencias que hace. Viste de azul en una habitación austera con cosas azules. Dice tener recuerdos de Lemuria. La escucho en mi teléfono en una cama prestada con la esperanza de que el resplandor criminal de la ciudad sea más suave ahí que en casa. Creo ver un ángel, pero es la lámpara. Me duermo. Oigo gruñir a un animal muerto.
Desarmar los bolsos me lleva una hora, en la que no paro de toser. Mi sobrino Mauro trae yerbabuena, incienso y dos destornilladores. Trabaja silbando. Nadie nota que ha reemplazado la lámpara por otra de luz cálida y suave. Le regalo cerveza. Descongelo la heladera y con el agua del deshielo lavo el piso. La Tierra experimenta glaciaciones rítmicas, lentas y reiteradas. A cada una le sigue un deshielo. En uno de ellos fue que Lemuria comenzó a ser cubierta por las aguas. Algunos lemurianos subieron a la cima que ahora es Hawaii, y sus descendientes son los hawaianos. Otros se escondieron en los cristales de una ciudad subterránea bajo el monte Shasta. No hay ninguna prueba de que esto haya sido así, pero tampoco de que no haya sido, dice la youtuber uruguaya con voz suave. En un video anterior, parece mayor. Rejuvenece a medida que pasa el tiempo. En Internet venden cosas de Lemuria: cristales y canciones que van siendo recordadas. Cobran carísimas esas cosas. A algunas las regalan. Las canciones son en lemuriano, le digo a Mauro y se ríe y me pregunta cómo es y le cuento el video del mar.
El agua del deshielo heladeril se filtra por las vetas del parquet y las oscurece. La sutileza lemuriana penetra las tramas vegetales, las tramas cristalinas minerales. Por eso hemos permanecido, en lo hondo de la fibra del mundo. La lemuriana escocesa también tiene el pelo rojo, pero natural. Su alma escocesa natal emigró de su cuerpo al morir su hija. En su lugar vino la Princesa del Mar. Canta en You Tube una canción suave y misteriosa, un himno al Corazón Universal: "Sheekna ayjana, shikna ayana kolam". Su voz parece venir de muy lejos, desde una distancia inimaginable. Apenas pasada la medianoche se la envío a mi amiga de San Francisco, donde todavía es de día, y ella me responde con un video del océano. Miro el Pacífico mecerse con su rumor y quiero creer que lo conozco desde siempre y que ahí nos hundimos. No hay modo de comprobarlo pero yo soñé con la ciudad subterránea, con los túneles que se inundaban. La ruta a Lemuria es una vía que cruza todos los sueños y todos los recuerdos de sueños adentro de sueños, y la sensación de algo inconcebiblemente antiguo y milenario que dejan como sabor esos sueños. No hay nada más antiguo que Lemuria. Lemuria es el lecho de piedra del tiempo. Lemuria es el vértigo que se siente sonar en una gaita. La hora más oscura de la medianoche es una cuerda del arpa lemuriana que toca la arpista escocesa de cabello rojo.
Han pasado dos días y atardece. La luz en el pasillo es suave y cálida. El algoritmo me guía por los mares de YouTube. Pongo "Lemurian Home Coming": suena una nostalgia inconmensurable, algo entre celta y litúrgico. Imagen: una sacerdotisa de pie entre dos columnas que surgen del mar, como una carta del Tarot. "Lemurian peaceful songs" está ilustrada con visiones, multicolores y como acuareladas, de océanos, galaxias, paisajes fantásticos y ángeles que se abrazan. Una voz de tenor canta unas armonías sublimes en un ritmo majestuosamente lento. El idioma tiene vocales que se alargan en un tono nostálgico. Me siento como si estuviera en el interior de un sueño. No me molestaría agonizar escuchando esto. O dormirme escuchándolo. Que este mundo de blancas luces feroces y rojos bosques en llamas desaparezca tragado por el océano primordial. Que del océano azul resurjan las magas y hagan renacer todo lo verde.