Tac, tac, ¡cling!
Fuerte y claro dice James Cook, inglés de 23 años, que sus imágenes valen mil palabras. A las pruebas se remite este joven de Braintree, que se está forjando una saludable famita con su arte hecho con máquinas de escribir. Sean intrincados paisajes, fachadas o retratos, todo lo “pinta” el muchacho con uno de los tantos modelos que ha coleccionado en estos últimos años, empezando por una preciosa Oliver Courier de 1956 que compro en un venta de garaje, hasta versiones más recientes, de comienzos de los 90s. “Cada dibujo se ensambla a partir de una variedad de letras y signos de puntuación utilizando las cuarenta y cuatro teclas: la información se superpone, variando la presión con que se aporrea el teclado para lograr un sombreado tonal”, precisa quien tuvo las pasadas semanas su primera muestra en solitario en una galería municipal de su Essex natal. Desde portadas de álbumes hasta ilustraciones de mascotas, a nada le rehúye el varón británico, también estudiante de arquitectura, que se zambulló en el prolífico hobby tras conocer la historia del estadounidense Paul Smith (1921-2007), artista con parálisis cerebral que dibujó intrincadas piezas utilizando únicamente su máquina de escribir. “Acorde a la meta y su complejidad, me apaño con distintos caracteres: los puntos, subrayados y barras, por caso, son ideales para dibujar líneas rectas; los paréntesis, las oes y los ceros, para las curvas. Y el arroba, perfecto para sombrear. Encimar viene bien para generar profundidad”, devela un Cook que se decanta por maquinolas analógicas y, cómo no, es autor de un retrato de otro gran fan de su herramienta de mil amores: Tom Hanks. También del actor Peter Capaldi, del filósofo Friedrich Nietzsche, del compositor Ludwig van Beethoven, de Napoleon… Dynamite. Para gustos los colores, en fin.
El film incógnito
Durante décadas, intrigó sobremanera a aficionados qué película fue musa de John Lennon para componer Grow Old With Me, en 1980, meses antes de ser asesinado. Sobre la canción, una de las últimas del legendario artista, se conocía que había estado inspirada en el poema Rabbi Ben Ezra, del escritor inglés Robert Browning; también en una cinta de beisbol que el exBeatle vio durante una visita a las Bermudas, donde grabó el track a modo de demo. Aún a sabiendas del dato, nadie logró despejar la equis… hasta ahora. Un estudioso en todo cuanto concierne a los Fab Four, el erudito Kenneth Womack, se jacta de haber zanjado el enigma al haber descubierto cuál diantres era el film. Le costó lo suyo al profesor de música popular de la Universidad de Monmouth, en Nueva Jersey, resolver el misterio: sangre, sudor y cantidad de guías de tevé de la época, que revisó concienzudamente, además de visionar numerosísimas cintas olvidadas sobre historias de beisbol, según ha contado. Pero la búsqueda, un tanto quijotesca, rindió sus frutos, y en su flamante libro, titulado John Lennon 1980: The Last Days in the Life, incluye el hallazgo: se trataría de un telefilm de los 70s, A Love Affair: The Eleanor and Lou Gehrig Story, acerca de un beisbolista profesional de los Yankees cuya carrera se vio truncada tempranamente por un raro trastorno del sistema nervioso, y la relación con su incondicional esposa. “Necesitaba saber qué había inspirado a John Lennon a escribir una canción tan hermosa. De seguro él se sintió conmovido por la escena en la que Eleanor, interpretada por Blythe Danner, lee una carta donde Gehrig (el actor Edward Herrmann) le anota los primeros versos de la poesía histórica de Browning, de 1864. Al ver esos minutos, todo quedó claro”, cuenta un exultante Womack, chocho de contento por su petit eureka.
Estereotipos que agotan
La masculinidad tóxica hace que los hombres duerman menos horas de las recomendables, asegura una investigación realizada por los científicos Nathan Warren y Troy Campbell, de la Universidad de Oregon, que han dado en llamar 'I'll sleep when I'm dead': The sleep-deprived masculinity stereotype. Privarse de sueño sería, para ciertos varones, una suerte de logro masculino, asegura la mentada dupla, que arribó a la mentada conclusión tras realizar una seguidilla de experimentos con más de 2500 tipos, pasa analizar su relación con las horitas de descanso REM. En palabras de los especialistas: “El estadounidense promedio duerme menos del mínimo de siete horas por noche recomendado por el Centro para el Control de Enfermedades, y son muchos los que padecen malestares de salud a causa del descanso insuficiente. Un problema especialmente frecuente entre varones”. Al parecer, la -falsa- creencia de que ellos necesitan pasar menos rato con la almohada que ellas está vinculada a arraigados estereotipos de género: no quieren ser vistos como perezosos o frágiles, la mera idea les genera ansiedad. Ergo el impulso a permanecer despiertos cuando, comprobadísimo está, la eficiencia está intrínsecamente ligada a dormir bien: para pensar mejor, ser más productivo, optimizar el potencial, y así. Consultado por el medio inglés The Independent, el psicólogo Philip Karahassan dio razones sobre el origen del equívoco, remontando el asunto miles de años atrás: “Para muchos hombres, el sueño es un símbolo de debilidad que se remonta a nuestros antepasados, cazadores que debían permanecer alerta para proteger su cueva y capturar presas, cada vez más grandes y numerosas”. Por cierto, llevó adelante el dúo un trabajo similar con mujeres, pero dieron con resultados marcadamente distintos, donde primó el sentido común: ni feminidad ni ocho cuartos, para ellas, dormir es… dormir, y ya está.
El espinoso descanso eterno del hongkonés
“Joyas para luchar contra la escasez de cementerios”, escribe desde Hong Kong la periodista Salome Grouard, haciéndose eco de una alternativa cada vez más recurrida por esas coordenadas orientales: transformar las cenizas de familiares RIP en diamantes, técnica que ha ganado popularidad desde que la empresa suiza Algordanza, referente en la faena, abriese su primera sucursal allí hará cosa de diez años. “Hong Kong es uno de uno de los lugares con más densidad poblacional del globo: alrededor de 7 mil personas por kilómetro cuadrado; situación fácilmente explicable: entre bosques y montañas, apenas el 25 por ciento del territorio es realmente habitable. Con una población en constante crecimiento, su mercado inmobiliario ha sido, durante mucho tiempo, de los más caros del mundo”, señala la muchacha, y pronto explica que la escasez de espacio no solo es problema de vivos: alcanza también a muertos, unos 50 mil anuales que acaban en listas de espera de atiborrados camposantos. Las fosas privadas son carísimas, y sus equivalentes públicos, aunque más económicos, cargan con precio emocional: por ley, las tumbas se abran cada seis años para exhumar los cuerpos e incinerarlos. Aún cuando la cremación sea la primera opción de algunas personas, se necesita en promedio cuatro años para que se abra cupo en los hacinados columbarios, un auténtico inri para quienes quieren dar eterno descanso a sus familiares. De allí que, frente a la escasez de espacio y los precios desorbitantes, alguna gente haga corte de manga a los rituales tradicionales y caiga en la peculiar opción bijou, que requiere unos 500 gramos de ceniza para dar forma al diamante conmemorativo. Un diamante, sobra decir, “para toda la eternidad”. De color azulado, dicho sea de paso, aunque con distintos matices dependiendo de la presencia de boro en las cenizas. “Es estético, práctico y permite empezar el duelo más pronto”, ofrece Winnie Hao, gerente de la sede de Hong Kong de Algordanza, firma con presencia en más de 30 países: desde España, Finlandia y Croacia, hasta Ecuador, Brasil, Canadá. “Crea un sentimiento de cercanía. Da fuerza para reanudar sus vidas rápidamente”, redobla, y suma lo evidente: es una solución viable ante la falta de espacio sepulcral. Un intríngulis a todas las luces, que ha despertado la creatividad entre diseñadores: años pasados, una consultora propuso transformar un transatlántico en cementerio flotante, con espacio para más de 370 mil nichos; ídem otro proyecto –también truncado- que buscó crear un crucero con espacio para 50 mil urnas, incluidos restaurantes y un hotel (para dolientes, cabe suponer). Mientras, el gobierno alienta los entierros verdes; léase esparcir cenizas en jardines o en el agua, pero no hay caso: las tradiciones ancestrales pueden más, son arraigada parte de la identidad cultural. Según el profesor de teología de la Universidad de Hong Kong Ting Guo, de hecho, difícilmente se extendía en demasía el asunto de las joyas, porque “aquí los vivos y los muertos deben permanecer lo más lejos posible los unos de los otros; no hay nada positivo en tener un espíritu rondando. Convertir un cuerpo en piedra preciosa podría evitar, además, que el espíritu siga su curso…”. ¡A la pipeta!