La guerra entre Armenia y Azerbaiyán que se libra en la región de Nagorno Karabaj o Artsaj no es sólo lo que parece. Un conflicto centenario, rémora de la época en que existía la Unión Soviética cuando la gobernaba Stalin. Las mutuas acusaciones entre los dos países sobre quién atacó primero no explican lo que en realidad sucede. Esta vez, como nunca antes había pasado, el involucramiento de otros actores amenaza con desestabilizar la zona del Cáucaso a niveles insospechados. Turquía, aliado incondicional de los azeríes, los apoya dándoles logística a mercenarios islámicos que lucharon contra el gobierno sirio y que ahora viajaron para combatir contra los armenios a razón de 2 mil dólares mensuales. Pero el gobierno de Recept Erdogan no es el único socio poderoso del estado islámico de Azerbaiyán. Aunque parezca contradictorio, Israel le está aportando armas en el marco de un amplio acuerdo de intercambio que se firmó en 2016. Este dato no sorprendería si se considerara que la nación surgida después del holocausto jamás reconoció que hubo un genocidio contra el pueblo armenio cometido por el Imperio Otomano, que antecedió al actual estado turco.
Armenia, que no podría resistir sola a semejante despliegue más allá de su determinación histórica, es apoyada con cierta equidistancia por Rusia y la república de Irán que mantiene diferencias con la dinastía gobernante en Bakú pese a que comparten religión y frontera común. Estas condiciones y la propia geografía hacen muy compleja la resolución de tensiones históricas que han vuelto a agudizarse en plena pandemia.
En un conversatorio reciente, el doctor en Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, Khatchik DerGhougassian, un argentino de origen armenio y especialista en el tema, explicó: “Para ningún pueblo la guerra es deseable ni es su sentido de ser. Pero si uno mira el mapa de Armenia y de Karabaj los encuentra en una posición en que es difícil pensar de forma realista que se pueda aspirar a tener una región de paz como en Sudamérica”.
La república de Artsaj o antes Nagorno Karabaj - no reconocida por la comunidad de naciones – es el principal escenario de los combates actuales. De mayoría armenia, en su territorio de 11,458 km² viven algo más de 150 mil habitantes. El pequeño enclave se ubica dentro de las fronteras de Azerbaiyán. Este país lo reclama como propio basado en que Stalin se lo cedió en 1923 pese a que tenía lazos históricos con Armenia.
Su población se autoproclamó independiente en 1991 después de la caída de la Unión Soviética, lo que dio paso a hostilidades que recrudecieron ahora a fines de septiembre. Es curioso, pero en la década del 20 la URSS ocupó Najicheván, otro enclave aunque ubicado en Armenia, con mayoría azerí y que sería la contracara de Nagorno Karabaj. En agosto pasado, tropas de Turquía y Azerbaiyán hicieron maniobras militares en ese lugar que, como ahora se comprueba, fueron un preludio de las hostilidades que se desarrollan en estos días.
La intensificación de los combates genera una creciente preocupación política en los vecinos. El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov – según un informe de la agencia TASS-, le señaló el peligro de la participación de combatientes sirios y libios a su homólogo iraní, Mohammad Javad Zarif, durante un diálogo telefónico. La llegada de esos mercenarios a la zona del Cáucaso –la región montañosa ubicada entre los mares Negro y Caspio – trae reminiscencias de lo que ocurrió durante la guerra en Siria. El director del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, Sergei Naryshkin, confirmó que esos grupos apoyados por Turquía ingresaron de manera solapada en la zona de conflicto.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), informó el fin de semana pasado la muerte de al menos 64 combatientes de esa nacionalidad en la lucha que vienen librando las tropas que defienden posiciones en las cercanías de Stepanakert – la capital de Artsaj- y el ejército azerbaiyano que intenta recuperar territorios ocupados por Armenia, más allá del enclave. Los gobiernos de Ereván y Bakú se acusan mutuamente de utilizar armas prohibidas – bombas de racimo - , atacar poblaciones civiles y el inicio de esta escalada, la más grave desde la guerra de 1991-1994 que causó, según la mayoría de las estimaciones, 30 mil muertos y alrededor de un millón de desplazados en los dos países.
Turquía siempre ha sido un aliado previsible de los azeríes. Desde que gobierna Erdogan se transformó en un protagonista central de varios conflictos en la región con un perfil expansionista cada vez más nítido. Pero lo que más sorprende en este momento es la dualidad de Israel, que por un lado le suministra armas al gobierno de Ilham Aliyev cuando el mes pasado había restablecido relaciones plenas con Ereván. Por primera vez Armenia envió un embajador a Tel Aviv. Su sede diplomática en Israel se inauguró oficialmente en septiembre en la víspera de Rosh Hashaná, el año nuevo judío. Hoy ese representante regresó a su país para una ronda de consultas. Una respuesta contundente al desagrado que causó el apoyo no declarado del gobierno de Benjamín Netanyahu a Azerbaiyán.
Según un informe de AFP, en los últimos dos años, como parte de la cooperación de seguridad entre los países, aviones de transporte del Ministerio de Defensa de Azerbaiyán aterrizaron en reiteradas ocasiones en una base de operaciones israelí y cargaron equipos de seguridad. A veces fueron aviones IL-76 Allusion enviados por el propio ministerio de Azerbaiyán, y en otras aviones de transporte de Silk Way Airlines que operan para el gobierno de Bakú.
Citado por la misma agencia, el periodista del diario digital israelí Ynet, Ron Ben Yishai, un especialista en asuntos militares y de seguridad, asegura que el interés de Tel Aviv para mantener “un buen vínculo con Azerbaiyán” proviene de los buenos precios del petróleo y de la frontera común con Irán, un país cuyo 23% de la población es de origen azerí, entre ellos el líder supremo Ali Jamenei. Israel, más allá de su aparente neutralidad, recibe el 40% de su suministro de petróleo desde Azerbaiyán, un país que también exporta gas. Aquella parece una razón comercial de peso, que se suma al equilibrio geopolítico que intenta mantener el gobierno de Tel Aviv en una región dividida por cuestiones étnicas, religiosas y estratégicas, axacerbadas por diferencias ancestrales.
Si Turquía e Israel son coprotagonistas en este conflicto imprevisible – al que ciertos analistas llaman la guerra congelada-, Rusia está llamada a ser un primer actor. Su presidente, Vladimir Putin, declaró a la televisión estatal rusa Rossiya 24: “Estamos muy preocupados, porque Azerbaiyán, Armenia y Alto Karabaj son todos territorios en los que viven personas que no nos son ajenas. Unos 2 millones de azerbaiyanos viven en Rusia y más de 2 millones de armenios. Numerosos ciudadanos rusos mantienen relaciones amistosas y familiares con ambos países. Desde luego es una gran tragedia. Muere gente y hay pérdidas grandes en ambos lados”.
Recordó también que su país mantiene compromisos bilaterales con Armenia porque ambos integran el pacto político-militar de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) junto a Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Además dijo que está en contacto permanente con el primer ministro Nikol Pashinián, aunque aclaró que “este conflicto no se lleva a cabo en territorio armenio”. Lo que puede entenderse como un apoyo con reservas que cristalizaría solo si su pequeño vecino es atacado por Azerbaiyán dentro de sus fronteras reconocidas.