Le pidió que para el primer ensayo se trajera aprendido el texto de Ofelia pero la de Hamletmaschine, la deconstruida que subvierte su destino shakeaspeareano y se liberara de ataduras, incluso de la muerte. Micaela se sentía así, como te sientes a los 20 años, como una Ofelia que hubiera estado sumergida en el agua por mucho tiempo pero ahora podía emerger del fondo dando una bocanada de aire puro. Por fin tenía claro lo que quería, ser performer, actriz, hacer lo mismo que las musas de ese director al que había entrevistado para su tesis después de ver lo que lograba en el escenario. Cuando pudo se apuntó a uno de sus talleres de performance y cuando él le propuso dirigirla en un nuevo proyecto unipersonal pensó que estaba soñando, se aprendió esas líneas y acudió al ensayo desde su barrio en Carabayllo hasta una casa en Barranco, el barrio bohemio de LIma, en la que la había citado.
La casona era antigua y oscura, de largos pasillos. No había nadie más. En la sala apenas iluminada con unas velas, su profesor le pidió que se desnudara, un pedido que no tenía nada de raro entre los que se dedican a la performance, ese género escénico despojado y salvaje. Le propuso a continuación que se tumbara sobre una larga mesa y que dijera los versos de Müller. Micaela empezó: “Con manos sangrantes rompo las fotografías…”. Le había pedido que cerrara los ojos pero los entreabrió para ver cómo él vertía aceite sobre su cuerpo y empezaba a masajearla. Pudo ver también que se quitaba la ropa y acercaba su cuerpo al suyo. Esto ya no tenía nada que ver con el teatro, ni con nada. Micaela siguió con su lectura, que iba tornándose cada vez más rabiosa “de los hombres que amé y me usaron sobre la cama, la mesa, la silla, el piso…” Su profesor entonces le introdujo los dedos en la vagina. Y cuando ella casi no podía pronunciar las palabras de “Prendo fuego a mi cárcel./Y tiro mi ropa al fuego”, él terminó de violarla.
Quizá la forma más despreciable de violación sea la que a la vez termina con un sueño. A Micaela Távara, artista y pedagoga teatral, se lo rompieron, al menos hasta que pudo volver a juntar las piezas y construirse uno nuevo. Pero la suya es solo una de las 16 historias, de las cuales 14, al menos, dan cuenta de un patrón: Siempre en la misma localización, la vieja casona. El mismo escenario ritual de la mesa y las velas en la penumbra. La misma protagonista: una joven alumna aspirante a actriz. Y un presunto responsable, su profesor, el director de teatro Guillermo Castrillón (Lima, 1967). Esos actos estaban convenientemente ocultos tras la fachada de una sesión de trabajo personal a la que él llamaba “el ritual”, sesiones en la penumbra, velas y la misma mesa alargada sobre la que pedía que se tumbaran desnudas. Allí el maestro impulsaba a cada alumna y actriz hacia una supuesta “búsqueda de la verdad escénica”, mezclando las indicaciones teatrales con actos que ahora califican como transgresiones sexuales, desde masajes y manoseos en zonas íntimas hasta la penetración. Los hechos ocurrieron en un lapso de quince años, entre 2001 y 2016. Dos en 2008, dos en 2010, dos en 2013, seis en 2012, y uno en 2015 y en 2016. Sus edades oscilaban entre los 19 y los 29 años, eso quiere decir que en muchos casos él les doblaba la edad.
Una obra clave
Castrillón era director de danza y teatro pero, quizá por su pasado de actor y bailarín, se resistía a quedarse bajo el escenario. En algunas de sus obras solía interactuar con sus performers con pequeños gestos que lo muestran ejerciendo el control de sus actrices.
Cuando en los diez años que se representó la obra Escrito por una gallina el público veía entrar, en una especie de comunión catártica al escenario al director de Guillermo Castrillón (Lima, 1967) para manipular con violencia a la actriz que estaba semidesnuda a merced suya sobre una mesa que parece de sacrificio, cogiéndola del cuello, zarandeándola y virtiéndole agua encima, nadie imaginaba que lo que veían era en realidad la puesta en escena de los presuntos abusos que había estado perpetrando en ese tiempo con sus jóvenes alumnas detrás de bambalinas.
Una década después de su estreno en 2007, ya en pleno estallido del movimiento MeToo, el público y la crítica continuaban celebrándola como un supuesto retrato de la liberación de la mujer de las violencias a las que es sometida. Una obra casi feminista que a él le hacía parecer un aliado. En esa época todas las jóvenes artistas escénicas querían trabajar con él y parecerse a su protagonista, la consagrada actriz Jimena Lindo, y por eso corrían a apuntarse a sus talleres. Micaela dice que la primera vez que vio a Lindo quiso hacer exactamente lo mismo. A Eva Bracamonte le pasó algo parecido.
Busca al diablo
Eva Bracamonte estaba viviendo en Barcelona cuando en noviembre de 2017 sacó fuerzas de algún lugar perdido de sí misma y se sentó ante su computadora a escribir en Facebook: “Esta es mi historia y la estoy contando ahora porque en un mes y medio cumplo 30 años y no quiero arrastrarla conmigo. La cuento para que no se pudra conmigo”. Un año antes el reconocido director le había propuesto dirigirla en un unipersonal y Bracamonte, que quería construirse como actriz, acudió emocionada a las primeras sesiones.
Un día notó que él se había desnudado; en otra sesión le bajó las bragas y aspiró su vagina. Al sentir su aliento lo empujó perturbada. “¡Eso es, dame lo peor que tienes!”, le gritó él como si fuera parte del ejercicio teatral. Las sesiones se volvieron insoportables. Hasta que en uno de esos ensayos, recuerda Bracamonte, el director fue más allá: se puso encima, completamente desnudo, colocó el pene entre sus nalgas y empezó a decirle al oído que estaba enamorado de ella. Eva vio que se levantaba y le decía que habían terminado por hoy. Ella se quedó inmóvil, muda, detenida en un plano supuestamente teatral en el que él le había hecho creer que estaban. Nunca harían la obra. La obra no existía. No volvieron a verse.
Sin arte de por medio
Cuando Rotalde leyó el post de Eva contra la persona que 15 años atrás la había asaltado sexualmente mientras dormía, se sintió interpelada, porque ella sabía quién era Guillermo Castrillón. “Callé durante años, pero no más –admite Daniela Rotalde–.Siento que es mi responsabilidad.” Aunque Eva fue la primera en denunciar, Rotalde es el caso cero, por ser el más antiguo. Era amiga y roommate de Guillermo Castrillón en la casa de Barranco cuando una madrugada de 2001 se despertó y lo encontró desnudo arrodillado al lado de su cama, masturbándose y con sus manos entre sus piernas. “No podía creerlo. Me di cuenta de que no lo había soñado cuando Guillermo apareció pidiéndome perdón. Que por favor entendiera que había sido la cocaína, que no había podido controlar la necesidad de calmar la excitación”, cuenta en una entrevista para este reportaje. Solo muchos años después, como el resto de sus compañeras, Daniela se vio como alguien que había sufrido una agresión sexual. Con ella ni siquiera había usado la excusa del arte.
Con los días se sumaron otras denuncias públicas como la de la joven actriz Muki Sabogal. Las versiones que se fueron conociendo en las redes sociales revelaban un aparente modus operandi. De la chispa que encendió Bracamonte ya se podían ver pequeñas llamas. A los pocos días ya eran 16 denunciantes, 14 de ellas exalumnas, y el Ministerio de la Mujer asumió la acusación con sus propios abogados que las han acompañado estos tres años. Ante las acusaciones, a Castrillón le cancelaron la nueva temporada de Escrito por una gallina.
El profesor al desnudo
Con algunas actrices célebres intentaba cruzar límites pero era en sus clases donde iba más allá. Lo que ocurría en los talleres de performance con alumnos era una suerte de antesala a las sesiones privadas, donde conseguía lo que buscaba.
La directora teatral e investigadora Nani Pease llevó talleres con Castrillón en 2012. Llegó atraída por la idea de iniciarse en la performance. “Luego entendí que él no hace performance, solo utiliza elementos de la performance para generar condiciones que le permitan prodigarse placer masturbatorio a costa de las personas”, dice en comunicación telefónica para esta investigación periodística.
Ella también quedó varias veces contrariada porque Castrillón hacía algo inusual: se introducía en la dinámica. “Estaba totalmente comprometido con el ejercicio, poniendo su propio cuerpo en roce con los demás cuerpos del taller. ¿Qué sentido pedagógico tenía eso?”, se pregunta hoy la directora. “Me quedó muy claro que no trabajaba con una ética de los cuidados”.
Pero una vez fichadas en los talleres o en muestras de su trabajo, a las elegidas les enviaba mails de invitación desde la cuenta de Yahoo, “Fortunatoeros”, como los que escribió a la entonces estudiante de actuación Leonela Pajares, la más joven de las denunciantes: “¿Te provoca hacer un ritual hermético? Trabajaríamos los dos en un viaje al Hades, vengo buscando el arquetipo de Ifigenia. Sería un trabajo de cuerpo desnudo, sensibilidad y sacrificio simbólico”. Tenía 19 años cuando conoció a Castrillón en el 2012. Él tenía 45. Leonela se sentía fascinada por su trabajo. Él la invitó a trabajar en su casa-taller. Al llegar, la joven se encontró el mismo escenario de velas y la mesa-altar. Su maestro procedió como habitualmente: “Empieza a manipular mi cuerpo, como si fuera un maniquí, y en un momento me quita el sostén, me dice tranquila y luego me quita el calzón. Me introdujo sus dedos y quedé en shock”, reseña la resolución del fiscal del Acta de Entrevista Única en Cámara Gessel.
Lo mismo hizo con K.H.H. “De pronto se movía de una forma rara y de pronto se levanta y había eyaculado en su mano. Le dije: ‘¿Qué te pasa?’. Él me dijo: ‘Disculpa, eres lo más hermoso que he visto en mucho tiempo”. El actor Raul Durand compartió en Facebook el testimonio de un compañero suyo que fuera alumno de Castrillón y que no quería ser identificado: “A mí en un ensayo me dijo que viole a una actriz…que lo haga en serio o lo más real posible … No pude. Yo trabajo con la verdad, decía”.
El caso ha abierto una discusión en la comunidad teatral acerca de los límites éticos en las metodologías y pedagogías que envuelven procesos creativos de disciplinas como la danza, el teatro y la performance. Para la dramaturga Mariana De Althaus, “el método de Castrillón tenía como pilar la disposición física y emocional hacia lo desconocido, la liberación de miedos y pudores; en ese sentido, los ejercicios planteados recurrían al desnudo, al tocamiento y al sometimiento del cuerpo en el marco de una relación de poder profesor y alumna”. De Althaus añade que la perversidad de esta metodología radicaba en manipular la situación de tal forma que resultaba muy difícil distinguir entre el abuso y las herramientas de exploración escénica.
Para el reconocido director del grupo de teatro Yuyachkani, Miguel Rubio, “el cuerpo es el lugar donde nace la respuesta renovadora de la escena contemporánea. El lugar de transgresión y libertad por excelencia, y al mismo tiempo puede ser un elemento de manipulación que algunos justifican como creación. En las prácticas artísticas se reproducen las relaciones jerárquicas, normalizadas en una sociedad como la nuestra. Traspasar el claro límite de lo permitido tiene un nombre: no es seducción, no es herramienta creativa; es abuso, es violencia, es delito”.
El archivo de los 16 casos
El 15 de Julio de 2020, a tres años de la denuncia colectiva, el fiscal Marco Guzmán Baca -recordado porque archivó el caso de las esterilizaciones forzadas cometidas por el gobierno de Alberto Fujimori- determinó que no ha lugar para que Castrillón sea investigado en el fuero penal por la presunta comisión del delito contra la libertad sexual-violación sexual de persona en incapacidad de resistencia y actos contra el pudor. Pese a ser un caso emblemático, no dio pie a que sea investigado y lo sentenciara un juez.
Lo que más desconcierta a la abogada Ana María Vidal es que no solo les han dicho a las víctimas que la palabra de 16 no basta, sino que la decisión se basa en que la conducta de las agraviadas no es “propia ni razonable” para una víctima de violación sexual: “ha enviado un mensaje claro y es que, si tienen la capacidad de resiliencia, de superar un ataque contra la libertad sexual, es decir, si están bien, nunca van a poder demostrar que hubo delito”.
Mientras que para su interpretación de los hechos el fiscal se apoya en las pericias psicológicas de ellas en las que ve, dice, una conducta que “no es propia ni razonable para una víctima de violación”, ni siquiera menciona la pericia psicológica de Castrillón que dice que Castrillón “percibe a las mujeres como objetos y que no tiene control sobre sus impulsos sexuales”. Además, usa el hecho de que cuatro terminaran teniendo sexo con él para desestimar las denuncias, calificando todo de relación consentida, pese a que, como dice la antropóloga Angélica Motta, no considera el abuso de poder, “ni que lo que debería definir el consentimiento es primero una forma de aproximación no invasiva y segundo, una aceptación explícita.”
Una de las alumnas de Castrillón, la más joven de ellas, Leonela, recuerda un momento inusual en medio de lo que ella llama “su violencia sexual”. De pronto su profesor pasó a otro tipo de “ejercicio”. La sentó con mucha suavidad en ese altar y le habló con la voz más dulce y suave que podía. “Me pidió que abriera los ojos. Me encontré con un espejo . Él lo sostenía y me preguntó cosas: ¿Cuál es tu sueño?, me dijo. Yo no terminaba de entender, así que vagamente respondí ‘ser buena actriz’. Sonrió amablemente, dio por terminado el ensayo y me dijo: “Volvemos a nuestra triste realidad”.
La protección de las mujeres en entornos pedagógicos y artísticos aún es una tarea pendiente, así como, pese a los avances legislativos, lo es la incorporación y la práctica del enfoque de género entre los operadores de justicia, que atienda, como explica la antropóloga Sandra Rodríguez, “toda la complejidad de los casos, las relaciones de poder entre agresores y víctimas, por ejemplo entre profesores y alumnas, y cómo funciona el trauma en una mujer violada”, aspectos que fueron ignorados por la primera resolución fiscal. A la demanda de las víctimas, el Ministerio Público ha contestado al cierre de esta edición con la elevación del caso al fiscal superior, pero aún queda mucho proceso por delante. La conclusión de esta historia podría sentar precedente porque si no se escucha a estas 16 mujeres que aseguran haber sido agredidas, ¿qué puede esperar una sola de la justicia?
Con la colaboración de Rosa Chávez Yacila